sábado, 31 de enero de 2015

¿Quién era Wylfrid Wojnicz? (por Marcelo Dos Santos)

¿Quién era Wylfrid Wojnicz?


 Fragmento de El manuscrito Voynich, de Marcelo Dos Santos, 2005



Wojnicz, preso

El hombre cuyo apellido terminaría asociado para siempre al misterio del manuscrito es, en sí mismo, también una figura misteriosa y difícil de estudiar, muy adecuada a las complejidades y tinieblas que envuelven a la obra que le dio fama. Fue bautizado Wylfrid Michal Habdank-Wojnicz, y tenía ascendencia polaca, como demuestra su apellido. En efecto, Habdank es el nombre de un clan heráldico polaco.

Wylfrid Wojnicz nació el 31 de octubre de 1865, la víspera de la fiesta de Todos los Santos, en la ciudad de Kaunas (Kowno), cerca de Grodno, Lituania. Era hijo de un oficial subalterno del ejército polaco, y el magro salario de su padre le permitió estudiar y llegar a las universidades de Varsovia y San Petersburgo. Su talento innato para las ciencias le ayudó, muy joven, a graduarse como químico en la Universidad de Moscú, y obtener más tarde una licencia para ejercer la farmacia.

El compromiso político con los nacientes ideales del comunismo y el anarquismo irrumpieron pronto en su vida: la influencia de Marx y Engels, así como la simpatía por los escritos anarquistas de Bakunin, lo arrastraron hacia el bando revolucionario y a la organización clandestina Narodnaya Volia (literalmente, “la voluntad del pueblo”), en donde, según algunos autores, también militaba Stepniak, nombre de guerra del miltante anarquista Serguéi Kravchinski. La Volia tenía la particularidad de ser la única organización revolucionaria rusa que preconizaba el terrorismo como método para realizar la revolución socialista.

En 1885, Wojnicz regresó a Varsovia para unirse a la organización revolucionaria polaca Proletarjat, que había formalizado un pacto con su análoga rusa un año antes. En Proletarjat, Wylfrid conoció a revolucionarios de renombre, como Rosa Luxemburgo. Allí militaba, además, un colega de su padre que había acabado siendo disidente y prorrevolucionario, el teniente coronel Bielanowsky. Éste, tras advertir que Wojnicz procedía del extranjero, y admirando la perfección con que hablaba el ruso – sin rastro de acento polaco -, lo reclutó para una peligrosa y difícil misión que debía llevarse a cabo de inmediato.

Bielanowsky prestaba servicios en la Ciudadela, en cuya cárcel el estado polaco tenía prisioneros a dos revolucionarios sentenciados a muerte: Piotr Bardowski, de cuarenta años, y Stanislaw Kunicki, de tan sólo veinticinco. La idea era ayudarles a fugarse. Bielanowsky entregó a Wojnicz las contraseñas para entrar en la Ciudadela, y juntos elaboraron un minucioso plan de fuga para sus camaradas condenados.

Sin embargo, un traidor los delató. Cuando intentaron huir descubrieron que las tropas los estaban esperando. El plan fracasó, y Bardowski y Kunicki fueron ejecutados en la horca el 28 de enero de 1886. Wojnicz y otros revolucionarios fueron arrestados y enviados a prisión.

Horrorizado por las muertes de los dos compañeros que él debía haber salvado, Wylfrid Wojnicz medía con largos pasos la estrecha celda en la que lo habían confinado, observando a través de los fuertes barrotes de la ventana la plaza de armas donde se levantaba el patíbulo que acaso también lo esperaba a él.

El domingo de pascua de 1887, Wojnicz vio pasar a una muchacha, delgada y elegante en su vestido negro. Era muy joven y, a pesar de la distancia, el miserable prisionero quedó embelesado por su melena rubia y su altiva belleza.

La imagen de la muchacha quedó grabada en su mente: esta visió acompañó su triste vida de preso sin esperanzas. Desesperado, Wojnicz pensaba en el cabello de la joven desconocida mientras aguardaba el proceso que, quizá, terminaría con su vida.

El destierro de Wojnicz

La sentencia del tribunal llegó en mayo de 1887, y el lituano salvó su vida pero no su libertad: la sentencia fue el destierro a la gélida y remota Siberia Oriental. Viéndose a sí mismo como un triste personaje de una novela de Gorki, recaló en Irkutsk, a orillas del río Angara y del lago Baikal, ubicada a pocos kilómetros de la frontera con Mongolia. Allí se encontró con una familia apellidada Karauloff, también simpatizantes del bolchevismo y amigos de Stepniak, que habían sido desterrados como él.

Todos en Siberia deseaban escapar algún día, y tramaban complicados planes para lograr tal objetivo. Los Karauloff informaron a Wojnicz que el anarquista ruso Stepniak había conseguido escapar contra todo pronóstico a los pogromos que siguieron al fallido intento de fuga de Bardowski y Kunicki y que ahora vivía sano y salvo en Londres. Dieron al joven la dirección de Stepniak, y lo animaron a fugarse a Inglaterra para trabajar con él. Los Karauloff también le pidieron algo que el muchacho no comprendió en el momento, pero que tendría un alcance trascendental en su vida futura: “cuando llegues a lo de Stepniak en Londres, saluda a Lily Boole de nuestra parte”.

Huida a Londres

Varios años sufrió Wojnicz el destierro: sólo en 1890 pudo escapar subrepticiamente de Rusia, y a pie, en carro, o en bicicleta consiguió alcanzar Hamburgo. No tenía un centavo y no hablaba el idioma, pero sabía que tenía que sobrevivir para llegar a Londres. El hambre era su problema más urgente, de modo que vendió su único abrigo y sus gafas para comprar arenque ahumado y un pan. Con el dinero sobrante adquirió un pasaje de tercera clase en un viejo y destartalado barco que transportaba fruta a Londres, y se puso en marcha.

Hasta la misma naturaleza pareció confabularse contra el pobre fugitivo: en medio del mar, varias tormentas golpearon la cáscara de nuez en que viajaba, amenazando con echarla a pique. Sin embargo, el químico consiguió por fin alcanzar la costa inglesa.

Nada más desembarcar, Wojnicz comprobó con desazón que los tres idiomas que él hablaba – ruso, polaco, y lituano – de nada servían en Londres. Wylfrid escribe: “sucio, hambriento, y miserable abandoné los muelles y llegué hasta Commercial Street”. Allí, sin saber una palabra de inglés, detenía a los transeúntes mostrándoles con desesperación el papel con las señas de Stepniak que los Karauloff le habían anotado.

De pronto un joven se detuvo junto a él, lo escuchó por un instante y le respondió en perfecto ruso. La alegría de Wojnicz no tuvo límites. Su salvador era un estudiante judío que le preguntó qué deseaba. Alborozado, Wojnicz explicó al muchacho su problema, y el estudiante se ofreció a acompañarlo hasta la dirección escrita en el papel.

Stepniak abrazó al amigo y colaborador y, con lágrimas en los ojos, lo hizo pasar. Una vez dentro, Stepniak le presentó a Wojnicz una hermosísima muchacha, de grandes ojos azules y preciosa cabellera rubia. Su nombre era Lily Boole.

Lily Boole

Ethel Lilian Boole había nacido en la ciudad de Corck, Irlanda, el 11 de mayo de 1864, de modo que tenía sólo veintiséis años cuando conoció a Wojnicz en casa de Stepniak. Era la quinta hija del matemático y filósofo George Simon Boole y de Mary Everest Booole, pedagoga, matemática, y bibliotecaria sumamente interesada en las doctrinas espiritistas.

El trabajo del padre de Ethel Lilian (fue conocida durante toda su vida por su nombre de guerra, Lily) es esencial para el mundo en que vivimos. Su obra Análisis Matemático de la Lógica, publicada en 1847, constituye la base de toda la tecnología digital del siglo XXI.

Desgraciadamente, George Simon Boole murió muy joven, cuando la más pequeña de sus cinco hijas, Lily, tenía apenas siete meses de edad, dejando a su esposa Mary en la más absoluta miseria. El estudioso polaco Rafal T. Prinke, uno de los más documentados biógrafos del matrimonio Voynich, afirma que Mary Everest consiguió un trabajo como bibliotecaria en el Queen’s College, donde su tío materno, John Ryall, ocupaba la cátedra de griego clásico y también la vicedirección. Decidida a impedir que sus hijas se muriesen de hambre, Mary obtuvo una recomendación de su tío, y con su vasta cultura y su capacidad consiguió el empleo.

Pero el salario de un bibliotecario no alcanzaba, por aquellos tiempos, para mantener y alimentar a una mujer y a cinco niñas pequeñas. En 1872, cuando Lily contaba con ocho años de edad, Mary Everest envió a la menor de sus hijas a vivir con su tío paterno, Charles Boole, gerente de una mina de carbón en Lincolnshire. Sin embargo, se cree que Charles Boole fue posiblemente un psicótico violento y maníaco religioso que disfrutaba azotando a los niños. Muchos años después, Lily Boole describe al hermano de su padre como un hombre “sumamente religioso... y sádico”, y relata en detalle cómo la golpeaba permanentemente y sin motivo.

La pesadilla y el suplicio de Lily se prolongaron durante dos años. En 1874, a los diez años de edad, sufrió un colapso nervioso provocado por los golpes y el maltrato. La crisis fue tan grave que, ante el temor de que la pequeña muriese, su tío la envió de regreso a Londres para que viviera con su madre.

Pero todo cambiaría pronto. Al cumplir los dieciocho años, Lily recibió una herencia que, sin ser cuantiosa, le permitiría vivir dignamente y cumplir el sueño que había acariciado en su infancia: estudiar música. La bella adolescente viajó a Alemania y consiguió matricularse en una de las mejores escuelas de música de la época, la Hochschule der Musik de Berlín. Durante los tres años que pasó allí, Lily descubrió una nueva fascinación que la acompañaría muchos años: la política. Su primera aproximación a El Príncipe de Maquiavelo la llevó a profundizar en teorías y doctrinas políticas cada vez más radicales, hasta toparse con una obra que le impresionó especialmente: Underground Russia (La Rusia Subterránea), de Stepniak.

Ethel Lilian regresó a Londres en 1885, y cimentó una entrañable relación con su amiga Charlotte Wilson, teórica del anarquismo británico y dirigente de Fabian, primera organización socialista europea en la que militaban, entre otros, sir George Bernard Shaw, H. G. Wells, y sir Bertrand Russell. Charlotte era amante del célebre príncipe ruso Piotr Kropotkin, el filósofo, ideólogo, y virtual fundador del anarquismo internacional, que vivía como refugiado en Londres tras haber sido expulsado de numerosos países.

A comienzos de 1886, Lily deseaba visitar las organizaciones clandestinas comunistas y anarquistas en Rusia. Como no conocía el idioma, solicitó a Charlotte que la pusiera en contacto con Kropotkin para que le enseñara su lengua. Su amiga le dio a elegir entre dos soberbios profesores de ruso y líderes anarquistas: Kropotkin y Serguéi Stepniak Kravchinski. Stepniak había asesinado al general Mezenzov, jefe de la siniestra policía secreta zarista en 1878, un crimen político que le había valido una sentencia de muerte en su propio país. Había huido a Italia, donde había ayudado a organizar la revolución, y luego a Herzegovina, donde sus actividades revolucionarias le habían hecho merecer otra condena a la horca. Sin embargo, había conseguido escapar, y ahora vivía en Londres como refugiado y perseguido político.

Entre Kropotkin y Kravchinski, Lily eligió a este último, y junto a su hermana Lucy Boole se hicieron íntimas amigas de Stepniak y su esposa. Stepniak enseñó ciencias políticas y ruso también a Lucy. La capacidad lingüística de Lily era tan enorme que llegó a dominar, en un tiempo increíblemente corto, el idioma que Kravchinski le enseñaba. Stepniak llamaba a Lily, cariñosamente, Bulochka (Rollito). Se trata de un doble juego de palabras entre los michelines (aunque Lily era alta y delgada) y la obvia similitud fonética del apodo ruso con el apellido Boole.

La relación entre Lily y Stepniak se convirtió, también, en una profunda colaboración profesional. El exiliado prologó la mayor parte de los libros de Lily y escribió dos prefacios a las traducciones que ella publicara más tarde. El estilo literario de Stepniak se descubre claramente en la obra de Ethel Boole, y su influencia política marcó su vida para siempre.

Lily conservó la amistad de Kropotkin hasta la muerte de este en 1921, y conoció y frecuentó también al otro teórico del anarquismo, el revolucionario italiano Enrico Malatesta. Ethel Lilian Boole escribía, muchas décadas después, que Kropotkin y Malatesta eran “los dos únicos verdaderos santos” que ella había encontrado sobre la Tierra.

Tras estudiar anarquismo y ruso con Stepniak durante dos años, Lily viajó finalmente a Rusia en 1887, acompañada por las hermanas de Fanny Kravchinskaia, la esposa de Stepniak. Debía llegar a San Petersburgo vía Varsovia, y se detuvo en esta última ciudad en la mañana del domingo de Pascua. Pasó frente a la prisión de la Ciudadela y se entretuvo durante un instante en mirar el edificio, sin saber que desde una de las ventanas embarrotadas un triste prisionero la observaba, grabando en su mente cada detalle de la portentosa hermosura de la joven.

Stepniak le había dado la dirección de su cuñada Preskovia a Lily, a fin de que la inexperta joven británica se alojara con alguien de total confianza. Preskovia, una notable médica de San Petersburgo, estaba casada, pero su esposo se encontraba preso en la fortaleza de Schlizeburg por sus actividades revolucionarias. Su nombre era Vasili Karauloff.

Durante su estancia en Rusia, Lily se ganó la vida dando clases de inglés, hasta que, a principios del verano, Preskovia la invitó a viajar con ella a la provincia de Pskov para brindar asistencia médica gratuita a los campesinos y obreros indigentes. De ese modo, el servicio social también comenzó a ser parte de la vida de Lily. Al año siguiente, en 1888, Lily decidió que no tenía por qué evitar al enemigo si podía obtener de él algún beneficio para su causa. De tal forma, pasó otro verano dando clases de inglés a los hijos del chambelán del zar en su residencia de Vorónezh.

El 14 de mayo Lily asistió al funeral del escritor revolucionario Saltikov-Schedrín y volvió a San Petersburgo a compartir la angustia de Preskovia mientras esperaba la sentencia de su esposo Vasili. Por suerte la condena no fue de muerte, sino de exilio a Irkutsk, y Lily lloró mientras veía a Preskovia y los suyos subir al tren que los conduciría a Siberia. A juzgar por lo que dijeron a Wojnicz tiempo después, los Karauloff nunca olvidaron a Lily Boole.

Ya de regreso, Ethel Lilian fundó con Stepniak la Society of Friends of Russian Freedom (Sociedad de Amigos de la Libertad de Rusia), un grupo de anarquistas rusos en el exilio, y editó con él el órgano oficial de la asociación Free Russia (Rusia Libre), una publicación mensual revolucionaria editada por la Russian Free Press Fund (Fundación para la Prensa Libre Rusa). En las reuniones de la casa de Stepniak, Lily conoció a muchos líderes comunistas, anarquistas y revolucionarios. Así trabó conocimiento con el autor del Manifiesto Comunista, Friedrich Engels, fue amiga de Eleonor – la hija de Karl Marx -, departió muchas veces con el soberbio filósofo y escritor sir George Bernard Shaw, se relacionó con los más importantes exiliados rusos como Plejánov, Minski y Luniev, conoció a William Morris y fue amiga y confidente de Oscar Wilde.

De este modo transcurrió la vida de Lily Boole en Londres hasta que, en una fría noche de 1890, unos golpes a la puerta de la casa de Stepniak llamaron su atención. Al abrir, dos jóvenes esperaban ver al dueño de casa.

El reencuentro

El estudiante judío manifestó a Stepniak y a Lily que había encontrado al otro, aparentemente polaco, vagabundeando por East End, y que afirmaba ser un refugiado político escapado de Siberia.

Mientras Stepniak interrogaba a Wojnicz acerca del otro muchacho – al fin y al cabo él debía proteger su seguridad y la de su familia -, Lily observó que el recién llegado no le quitaba los ojos de encima.

En determinado momento, el joven polaco le hizo una extraña pregunta:

- ¿Estaba usted, señorita, frente a la Ciudadela de Varsovia en la mañana del domingo de Pascua de hace tres años, en 1887?

Ella respondió afirmativamente, sorprendida. A continuación, los asombrados presentes se enteraron de que Wylfrid había visto a Lily desde su celda, supieron de las penurias de su condena, ostracismo y fuga, de su relación con los Karauloff en Irkutsk, y de los saludos que Preskovia había enviado a Lily en caso de que Wojnicz consiguiese llegar a casa de Stepniak.

Más tarde y a solas, Lily supo también que su imagen – vestido negro, cabello rubio – nunca se había apartado de la mente de aquel joven, y que el recuerdo de la belleza entrevista apenas, como una imagen soñada pero nunca perdida, lo había acompañado a través de su penosa historia de miedos, persecuciones, hambre, y soledad.

Se casaron un año más tarde.



viernes, 30 de enero de 2015

El Dinosaurio Morado (por Jon Ronson)




El dinosaurio morado

(Fragmento de Los Hombres Que Miraban Fijamente a las Cabras, de Jon Ronson, 2004)



A unos 500 metros del sitio donde tienen encerradas a las cabras en Fort Bragg, hay un gran edificio gris y moderno con un letrero en frente que dice:

«Compañía C 9º Batallón OO.PP. H-3743.»

Se trata de las oficinas centrales de Operaciones Psicológicas del ejército de Estados Unidos.

En mayo de 2003, la gente de Operaciones Psicológicas puso en práctica una pequeña parte de la filosofía del Primer Batallón de la Tierra, detrás de una estación de ferrocarril abandonada en la aldea iraquí de al-Qaim, en la frontera con Siria, poco después de que el presidente Bush anunciara «el fin de las hostilidades principales».

La historia comienza con una reunión entre dos ciudadanos estadounidenses: un periodista deNewsweek de nombre Adam Piore y un sargento de Operaciones Psicológicas, Mark Hadsell.

Adam, en un todoterreno militar de Operaciones Psicológicas, dejó atrás al-Qaim, los puestos de control de la Coalición y la señal de carretera con el nombre del pueblo, que había recibido varios tiros y había quedado en un estado tan ruinoso que ahora sólo se leía en ella «Q m». El vehículo se detuvo frente a una comisaría. Era el segundo día de Adam en Iraq. No sabía prácticamente nada del país. Se moría de ganas de orinar, pero temía ofender a alguien si vaciaba la vejiga delante de la comisaría o en los arbustos. ¿Qué protocolo había que seguir al orinar en público en Iraq? Adam le planteó su duda al soldado de Operaciones Psicológicas que iba sentado a su lado en el coche. Al fin y al cabo, era el deber de su unidad entender y explotar la psique y las costumbres del enemigo.

- Hágalo sobre la rueda delantera -le indicó el soldado a Adam.

Así que Adam bajó del todoterreno, y fue entonces cuando el sargento de Operaciones Psicológicas Mark Hadsell se le acercó y amenazó con matarlo.

Adam me contó este incidente dos meses después, en las oficinas deNewsweek en Nueva York. Estábamos en la sala de juntas de la planta superior, cuyas paredes estaban decoradas con ampliaciones de portadas recientes cicla revista: un fundamentalista islámico con la cara tapada y con un arma de fuego bajo el titular POR QUÉ NOS ODIAN, y el presidente y la señora Bush en el jardín de la Casa Blanca, bajo el titular DE DÓNDE EXTRAEMOS NUESTRA FUERZA. Adam tiene veintinueve años, aunque aparenta menos, y temblaba ligeramente mientras me refería lo sucedido.

- Así es como conocí al tipo -dijo. Se rio-. Me dijo: «¿Quieres que te peguen un tiro?», así que rápida mente me subí la bragueta…

- ¿Sonreía cuando lo dijo? -pregunté.

Me imaginé al sargento Hadsell, fuera quien que fuese, desplegando una sonrisa amplia y amistosa, mientras le preguntaba a Adam si quería que le pegaran un tiro.

- No -respondió Adam-. Sólo dijo: «¿Quieres que le peguen un tiro?»

Adam y el sargento Hadsell terminaron haciendo buenas migas. Compartían litera en el centro de mando del escuadrón de Operaciones Psicológicas en la estacion abandonada de al-Qáim, e intercambiaban películas en DVD.

- Es un tipo muy belicoso -comentó Adam-. El comandante del escuadrón lo llamaba Psicópata Seis, porque siempre estaba dispuesto a entrar en acción con todo un arsenal. ¡Ja! Me dijo que una vez apuntó con un arma alguien y apretó el gatillo, pero el arma no estaba cargada y el tipo se meó en los pantalones. No sé por qué me eontó eso, pues yo no le veo la gracia. De hecho, me parece retorcido y me da mal rollo.

- ¿Y a él le parecía gracioso? -le pregunté a Adam.

- Creo que sí, que le parecía gracioso -contestó-. Si, era un asesino entrenado por el ejército norteamericano para matar.

Los habitantes de al-Qaim no sabían que Bagdad había caído en manos de las tropas de la Coalición, así que el sargento Hadsell y su unidad de Operaciones Psicológicas estaban allí para repartir octavillas que explicaban esta noticia. Adam iba con ellos, con el objeto de cubrir «el fin de las hostilidades principales» desde la perspectiva de la gente de Operaciones Psicológicas.Mayo de 2003 fue un mes bastante tranquilo en al-Qaim. A finales de año, las fuerzas estadounidenses sufrirían bombardeos frecuentes en la aldea por parte de la guerrilla. En noviembre de 2003, uno de los hombres de Sadam Husein que dirigió la defensa aérea-el general de división Abed Hamed Mowhoush- moriría mien tras lo interrogaban justo allí, en la estación de tren abandonada. («Fue por causas naturales -aseguraba la declaración oficial del ejército estadounidense-, Mowhoush no tenía la cabeza tapada durante el interrogatorio.»)

Pero, por el momento, todo estaba tranquilo.

- En cierto momento -rememoró Adam-, alguien pasó corriendo y cogió un puñado de octavillas. Hadsell dijo que era esencial que, la próxima vez que pasara eso, encontraran al responsable y lo inflasen a hostias para que no volviera a hacerlo. Seguramente eso tenía algo que ver con su estudio de la cultura árabe. Uno tiene que de mostrar su fuerza.

Una noche, Adam estaba en el centro de mando del escuadrón cuando el sargento Hadsell se le acercó, le guiñó un ojo en un gesto de complicidad y dijo: «Ve a echar un vistazo adonde están los prisioneros.»

Adam sabía que mantenían a los prisioneros encerra dos en un patio detrás de la estación de ferrocarril. El ejercito había instalado allí una hilera de contenedores marítimos, y cuando se aproximaba a ellos, Adam vislumbró una luz muy intensa y parpadeante, y también oyó música. Era el temaEnter Sandman, de Metallica.

De lejos daba la impresión de que habían montado una discoteca extraña y un poco siniestra entre los conté nedores. La música tenía un timbre especialmente meta- lico, y la luz se encendía y apagaba una y otra vez de forma monótona.

Adam avanzó hacia los destellos. Eran muy brillantes. Un soldado norteamericano apuntaba con un foco hacia un contenedor, pulsando repetidamente el interruptor. Enter Sandman retumbaba en el interior y resonaba conviolencia al chocar con las paredes de acero. Adam se quedó mirando durante un rato.

La canción terminó pero volvió a empezar de inmediato.

El soldado joven que sujetaba el foco reparó en la premuna de Adam. Sin dejar de encender y apagar la luz, le divirtió: «Ahora tiene que marcharse.»

- ¡Ja! -me dijo Adam en las oficinas deNewsweek-. Ésa fue la expresión que empleó: «Tiene que marcharse.»

- ¿Echó un vistazo al interior del contenedor? -le pregunté.

- No -respondió Adam-. Cuando el tipo me dijo que tenía que marcharme, me marché. -Hizo una pausa-. Pero lo que estaba pasando ahí dentro es bastante obvio.

Adam llamó aNewsweek desde su teléfono móvil y les refirió rápidamente los episodios que había presenciado. El que más les gustó fue el de Metallica.

- Me dijeron que lo escribiera en tono de humor- recordó Adam-. Querían la lista completa de temas.

Así que Adam se puso a hacer indagaciones. Descubrió que entre las canciones que obligaban a los prisioneros a escuchar a todo volumen, aparte deEnter Sandman, de Melillica, estaban la banda sonora de la película XXX; una cuya letra rezaba «arde, hijo de puta, arde»; y, sorprendentemente, la cancioncilla I Love You de «Barney and Friends», el programa infantil protagonizado por Barney, el dinosaurio morado, además de algunas melodías de «Barrio Sésamo».Adam envió el artículo a Nueva York, donde un redactor de Newsweek llamó a los creadores de Barney para pedirles su opinión al respecto. Lo hicieron esperar, y, mientras tanto, la canción que sonaba en el hilo musical era I Love You, de Barney.

La última frase del artículo, escrito por el redactor do Newsweek, decía: «¡Nosotros también nos vinimos abajo!»

La primera vez que oí hablar de la tortura de Barney fue el 19 de mayo de 2003, cuando hicieron un comentario jocoso al respecto en el programa matinal «Today» de la NBC.

ANN CURRY (presentadora de noticias): Las fuerzas de Estados Unidos en Iraq están utilizando lo que algunos consideran un medio cruel e inhumano para vencer la resistencia de los prisioneros do guerra iraquíes, y, créanme, muchos padres esta rían de acuerdo. A algunos prisioneros los obligan a escuchar a Barney el dinosaurio morado cantar / Love You durante veinticuatro horas seguidas…

La NBC mostró a continuación imágenes de «Barney» en las que el dinosaurio morado bailoteaba entre su pandilla de niños actores siempre sonrientes. Todos los presentes en el estudio se rieron. Ann Curry adoptó un gracioso tono de voz, tipo «pobrecitos prisioneros», para desarrollar la noticia.

ANN CURRY:… según la revista Newsweek. Un agen te de Estados Unidos declaró a Newsweek que había escuchado a Barney durante cuarenta y cinco minutos seguidos y que no quería volver a pasar por eso jamás.

ESTUDIO: [Risas]

Ann Curry se dirigió a Katie Couric, su copresentadora.

ANN CURRY: ¡Katie! ¡Cántala conmigo!

KATIE COURIC [ríe]: ¡No! Supongo que después de una hora más o menos ellos soltarán todo lo que saben, ¿no crees? Pasamos la conexión a Al para que nos hable del tiempo.

AL ROKER (hombre del tiempo): ¡Y si Barney no acaba con ellos, que les pongan a los Teletubbies, que los destrozarán como a cucarachas!

«¡Es el Primer Batallón de la Tierra!», pensé.

No me cabía la menor duda de que la idea de utilizar la música para practicar una forma de tortura mental se había popularizado y perfeccionado en las fuerzas armadasr a raíz de la aparición del manual de Jim. Antes de eso, la música en el ejército estaba restringida al ámbito de las bandas militares; se usaba en desfiles y para dar bríos a las tropas. En Vietnam, los soldados se ponían a todo volumen laCabalgata de las Valkirias de Wagner para segregar adrenalina antes del combate. Pero fue a Jim a quien se le ocurrió la idea de llevar altavoces al campo de batalla para emitir «sonidos discordantes» como «rock ácido desacompasado» para confundir al enemigo, así como de emplear sonidos similares en la sala de interrogatorios.

- ¡Jim! -dije-. ¿Crees que bombardear a los prisioneros con el tema principal de «Barney» es un legado del Primer Batallón de la Tierra?

- ¿ Perdona? -dijo Jim.

- En Iraq están deteniendo gente para luego meterla en un contenedor marítimo y hacerle escuchar música infantil muy alta mientras los enfocan con una luz bri-llante que parpadea -le expliqué-. ¿Se trata de uno de tus legados?

- ¡Sí! -respondió Jim, visiblemente entusiasmado-. ¡Me alegra mucho oír eso!

- ¿Por qué? -pregunté.

- Es evidente que intentan relajar el ambiente -dijo- y proporcionarles algo de comodidad a esas personas, en vez de matarlos a palos. -Suspiró-. ¡Música infantil! ¡De ese modo los prisioneros estarán más dispuestos a revelar las posiciones de sus fuerzas y la guerra durará menos! ¡De puta madre!

Creo que Jim se imaginaba algo más parecido a una guardería que a un contenedor de acero colocado detrás de una estación de tren abandonada.

- Supongo que si les ponen canciones de «Barney» y «Barrio Sésamo» un par de veces -alegué-, tal vez les resulte relajante y los haga sentirse cómodos, pero si los obligan a oírlas cincuenta mil veces, por decir algo, dentro de una caja metálica en pleno calor del desierto, no sería más… esto… torturante?

- No soy psicólogo -repuso Jim, en un tono algo cortante.

Parecía empeñado en cambiar de tema, como si se negara a aceptar el modo en que se estaba interpretando su visión detrás de la estación ferroviaria de al-Qaim. Me recordaba a un abuelo incapaz de concebir que sus nietos pudieran portarse mal.

- Pero el uso de la música… -empecé a decir.

- Eso es lo que hacía el Primer Batallón de la Tierra -me cortó Jim-. Abrió la mente de los militares respecto a la manera de usar la música.

- Así que se trata de conseguir que la gente hable en…¿una qué? -inquirí.

- En una dimensión psico-espiritual -dijo Jim-. Además del miedo a resultar heridos, tenemos un componente mental espiritual y psíquico. ¿Por qué no aprovecharlo? ¿Por qué no actuar directamente sobre la parle del ser que decide si hablar o no?

- ¿O sea que estás seguro, por la medida en que tu Primer Batallón de la Tierra ha calado en las estructuras del ejército, de que ponerles a los iraquíes canciones de « Barney» y «Barrio Sésamo» a todo volumen es uno de sus legados? -le pregunté.

Jim meditó sobre ello por unos instantes y al final contestó:

- Sí.

Christopher Cerf lleva veinticinco años componiendo lemas para «Barrio Sésamo». Su amplia casa de Manhattan está repleta de recuerdos de dicho programa de televisión, como fotografías de Christopher abrazando a la gallina Caponata y cosas por el estilo.

- Bueno, desde luego no es lo que yo esperaba cuando los compuse -admitió Christopher-. He de reconocer que mi primera reacción fue pensar: «madre mía, ¿tan terrible es mi música?»

Me reí.

- Una vez escribí una canción para Epi y Blas titulada Deja el patito de goma. Esa podría ser útil para interrogar ,a miembros del partido Baaz.

- Muy ingenioso -señalé.

- Esta entrevista -prosiguió Christopher- está patrocinada por las letras A, D y M.

- Qué bueno -dije, y los dos nos reímos. Tras una pausa, le pregunté-: ¿Cree que los prisioneros iraquíes, además de revelar información de vital importancia, están aprendiendo el abecedario y los números?

- Bueno, eso sería fantástico; matar dos pájaros de un tiro, ¿no? -dijo Christopher.

Me llevó a su estudio en la planta superior para ponerme una de sus composiciones,Ya! Ya! Das ist a Mountain!

- Así es como hacemos «Barrio Sésamo» -me dijo-: tenemos un equipo de investigadores en pedagogía que ponen a prueba las canciones para ver si funcionan, si los niños aprenden con ellas. Un año me pidieron que compusiera una canción para explicar lo que es una montaña, así que escribí una cancioncilla tontorrona de estilo tirolés sobre las montañas.

Christopher me cantó unos versos de la canción:

¡Umpa pa!
¡Umpa pa!
Ya! Ya! Esto es una montaña!
Una parte del suelo que sube muy alto!

- En fin -prosiguió-. El cuarenta por ciento de los chavales sabía lo que era una montaña antes de escuchar la canción, y en cambio, después de escucharla, sólo un veintiséis por ciento lo sabía. Eso era todo lo que necesitaban. Así que ahora no sabéis lo que es una montaña, ¿verdad? ¡Lo habéis olvidado! Así que supongo que si poseo la facultad de borrar información del cerebro de la gente con estas canciones, tal vez eso le resulte útil a la CIA como técnica de lavado de cerebro.

En ese momento sonó el teléfono de Christopher. Era un abogado de la sociedad de autores a la que pertenecía, BMI. Escuché la parte de conversación de Christopher.

- ¿En serio? -dijo-. Entiendo… Bueno, en teoría tendrían que mantener un registro de eso para que yo reciba unos centavos por cada prisionero, ¿no? Vale. Adiós.

- ¿De qué hablaban? -le pregunté a Christopher.

- De si tengo derecho a cobrar algo en concepto de derechos de autor por la reproducción de las canciones -me aclaró-. ¿Y por qué no? Sería de lo más americano. Si se me da bien escribir temas que vuelven loca a la gente de forma más rápida y eficaz que otros, ¿por qué no he de sacar provecho de ello?

Por consiguiente, unas horas más tarde, Christopher le pidió a Danny Epstein -supervisor musical de «Barrio Sésamo» desde que se emitió el primer programa en julio de 1969- que fuese a su casa. Sería responsabilidad de Danny cobrarles los derechos de autor al ejército si éste no cumplía con su obligación de presentar una lista de canciones utilizadas.

Durante cerca de una hora, Danny y Christopher intentaron calcular exactamente cuánto dinero debía cobrar este último si, como él suponía, sus temas se reproducían en un bucle continuo dentro de un contenedor marítimo durante un período de hasta tres días seguidos.

- Serían catorce mil veces o más en tres días -dijo Christopher-. Si se tratara de emisiones por radio, me darían tres o cuatro centavos cada vez que sonara la canción, ¿verdad?

- Sería una máquina de hacer dinero -convino Danny.

Eso es lo que estoy pensando -dijo Christopher-. Estaríamos ayudando a nuestro país y forrándonos a la vez.

- No creo que tengan suficiente presupuesto para pagar esos porcentajes -señaló Danny-. Si yo negociara en nombre de la ASCAP (Sociedad de Compositores, Autores y Editores de Estados Unidos), creo que pediría el porcentaje correspondiente a un tema ojingle, para dejárselo a precio de liquidación…

- Lo cual resulta muy apropiado pues, por lo que parece, prácticamente están liquidando a los prisioneros con la música -comentó Christopher.

Los tres nos reímos.

La conversación parecía oscilar incómodamente entre la ironía y el deseo auténtico de hacer dinero.

- Y eso es por sólo una sala de interrogatorios -dijo Danny-. Si hay una docena de salas, estamos hablando de pasta gansa. ¿Esto está patrocinado?

- Buena pregunta -dijo Christopher-. Está patrocinado por el Estado, creo. ¿Cobro más si lo está que si no lo está?

- ¿Acaso le ofreceríamos una tarifa especial al Mossad? -replicó Danny.

Prorrumpimos en carcajadas.

- Creo que deberíamos cobrar derechos de autor-dijo Christopher-. Si yo hubiera compuesto las canciones di rectamente para el ejército, me los habrían pagado, ¿o no?

- No -respondió Danny-. Sería un trabajo poi encargo. Habrían contratado tus servicios.

- Pues en este caso no han contratado mis servicios -observó Christopher.

- No estoy tan seguro -dijo Danny-. Como duda daño estás obligado a trabajar para el ejército si te lo pide.

- Pues podrían haberme pedido que me ofreciera voluntario -dijo Christopher.

Se había puesto más serio. Danny se quitó las gafas y se frotó los ojos.

- Exigir una compensación por el uso de tu música en época de crisis -dijo al cabo de un momento- me parece un poco mezquino.

Y entonces los dos rompieron a reír a mandíbula batiente.

A finales de agosto de 2003, tras un largo intercambio de faxes y mensajes de correo electrónico, y después de que varias oficinas de seguridad del Pentágono y la embajada de Estados Unidos diesen su visto bueno, la gente de Operaciones Psicológicas accedió a mostrarme su colección de CDs.

Adam Piore, el periodista deNewsweek, había dicho que la lista de canciones que les ponían a todo volumen a los prisioneros la habían elaborado en el cuartel general de Operaciones Psicológicas. La colección estaba guardada en una serie de cabinas de radio situadas en un edificio bajo de ladrillos en medio de Fort Bragg, a unos 500 metros de donde, según los rumores, se encontraba Labo Cabras. Yo miraba constantemente por las ventanas con la esperanza de divisar alguna cabía aturdida o renqueante, pero no había ninguna a la vista.

Para empezar, los de Operaciones Psicológicas me enseñaron sus CDs de efectos sonoros.

- Son sobre todo un instrumento de engaño -me dijo el sargento que hizo las veces de guía durante esa parte del día- concebido para que las fuerzas enemigas crean estar oyendo algo que no existe.

Un CD de efectos de sonido llevaba una etiqueta que rezaba: «Loca diciendo: "Nunca le has caído bien a mi marido."»

- Compramos todo un lote -me explicó el sargento, y nos reímos.

«Muchos caballos que pasan galopando», decía otra etiqueta. Nos reímos de nuevo y comentamos que eso habría sido útil hace 300 años, pero hoy en día no.

Entonces me puso un sonido que sí tenía vigencia: «Ruidos de tanques.»

El rumor sordo de tanques hizo vibrar la cabina de radio. Era como si vinieran de todas direcciones a la vez. Según el sargento, en ocasiones los de Operaciones Psicológicas se escondían detrás de una colina que se alzaba al este del enemigo y reproducían a todo volumen esos ruidos, mientras los tanques de verdad se acercaban más sigilosamente por el oeste.

Luego me enseñó sus CDs de música árabe («Nuestros analistas y especialistas están familiarizados con todo aquello que pueda ser relevante desde el punto de vista popular y cultural, y nosotros compramos la música para ganarnos a la población»), y luego su colección de discos de Avril Lavigne y Norah Jones.

- ¿De qué forma puede utilizarse a Avril Lavigne en países hostiles? -pregunté.

Se produjo un silencio.

- En algunas partes del mundo la música occidental es popular -respondió-. Intentamos mantenernos al día.

- ¿Quién selecciona las canciones? -quise saber.

- Nuestros analistas -dijo-, en colaboración con nuestros especialistas.

- ¿De qué países? -pregunté.

- Prefiero no entrar en detalles sobre eso.Mi visita guiada por la sede de Operaciones Psicoló gicas fue un torbellino de actividad bien orquestado, como el que se habría organizado para un dignatario o un congresista. Los soldados de Operaciones Psicológicas saben diseñar octavillas, grabar discos compactos, manejar altavoces, tomar fotografías y acudir a su puesto para la visita oficial.

Me enseñaron sus estudios de radio y televisión, así como su archivo, cuyos estantes estaban repletos de cintas de vídeo con etiquetas como «Bahía de Guantánamo». Me llamó la atención un póster que recordaba a la gente de Operaciones Psicológicas cuáles eran sus funciones oficiales: «Llamamientos a la rendición. Control de multitudes. Engaño táctico. Hostigamiento. Guerra no convencional. Defensa interna en el extranjero.»

miércoles, 21 de enero de 2015

Licio Gelli, Perón, López Rega y el cuerpo de Evita (por Marcelo Larraquy)

Licio Gelli, Perón, López Rega y el cuerpo de Evita (por Marcelo Larraquy)


Extractos del libro “López Rega, el Peronismo, y la Triple A” de Marcelo Larraquy





Fragmento del capítulo 12: La Conspiración

Licio Gelli fue el hombre encargado de persuadir a los Estados Unidos y al Vaticano de que el retorno de Perón a la Argentina implicaría una barrera contra la propagación del comunismo en América latina. Gelli instrumentó la idea y unió a las partes para ejecutarla.

A los 54 años, ya contaba con profusos antecedentes. Tenía un origen humilde, un pasado de combatiente voluntario del falangismo en la Guerra Civil Española, y había guiado y protegido a los criminales croatas que después de la Segunda Guerra Mundial necesitaban huir y preservar sus tesoros. En la década de los cincuenta, distanciado de su oficio de panadero, Gelli se convirtió en propietario de la fábrica de colchones Permaflex al mismo tiempo que todos los miércoles comenzaba a reunirse con la logia romana Gian Doménico Romagnosi, en la que se iniciaría como aprendiz masón. A pesar de que poseía un nivel cultural modesto, su capacidad de organización y su talento para descubrir qué buscaban y querían los demás lo destacarían del resto de los hermanos. Atento a sus condiciones, el Gran Maestro Venerabile Giordano Gamberini lo incorporó a la Grande Logia de Oriente y lo elevó al tercer grado de Maestro. En 1966 Gelli se instaló como secretario organizativo en una oficina en Piazza Spagna, en Roma, y, alejándose un poco de la tradición de espiritualidad y esoterismo masónico, comenzó a incorporar a nuevos miembros en un apéndice de la Grande Logia, que denominó Propaganda Due (P2). Pese a su intento de romper con el liderazgo de la antigua masonería inglesa, y crear una "contramasonería", Gelli respetó cada uno de los símbolos del rito escocés. Sondeó las intenciones y los motivos por los cuales los miembros se incorporaban, recibió las contribuciones anuales y dio tres abrazos a cada nuevo miembro de la logia. La fe anticomunista era un requisito imprescindible para ser aceptado.

La P2 empezó a funcionar como un universo aparte de la Grande Logia de Oriente y fue transformándose en una fuerza oculta, un virus que se diseminaba entre los funcionarios de más alto nivel del gobierno, las Fuerzas Armadas, los servicios de inteligencia, la policía, los ministerios de Finanzas y del Tesoro, el Parlamento, los ejecutivos de banca, los industriales y los medios de comunicación. En sus ficheros, Gelli compilaba información sobre los hombres más poderosos de Italia: sus carreras, sus fortunas, sus compromisos, sus debilidades. A esta "sociedad de hombres libres e iguales" que juraban fidelidad a la P2, la logia les respondía con favores, ascensos, negocios, pero por sobre todo les otorgaba la seguridad de que protegería sus privilegios. Eternamente. Y para aquellos que habían quedado afuera de la esfera del poder, la logia también ofrecía una posibilidad de resarcimiento.

La P2 se iba extendiendo en las profundidades del mundo esotérico: la luz guía de esa trama secreta de hermanos que se ayudaban entre sí era Licio Gelli, su alma y matriz. La P2 era su poder personal, su masonería "privada". Cuando en 1970 el Gran Maestro Lino Salvini alcanzó el grado 33 de la Masonería y tocó la cumbre de la Logia Grande de Oriente, pronto advirtió que sus influencias en el poder, comparadas con la P2 de Gelli, contaban poco y nada.

El puente de Gelli con Perón fue Giancarlo Elia Valori. Valori también era miembro de la P2, e incluso había hecho un paso por la Logia Romagnosi, pero sus redes de sustentación estaban más ligadas a la curia romana: muchos cardenales lo consideraban una eminencia gris. Era el rol en el que Valori se sentía más a gusto. Nacido en 1940, a los 30 años se había graduado en economía en los Estados Unidos, era director internacional de la Radio Televisión Italiana (RAI) —mediante la que capitalizó su amistad con el presidente rumano Nicolás Ceausescu— y especialista en la geopolítica de China y el Mediterráneo. Como miembro fundador del Instituto de Relaciones Internacionales de Roma, Valori frecuentaba a empresarios, intelectuales y jefes de Estado. También era lobbysta de la Fiat.

Los vínculos de Valori con la Argentina se cimentaron con las conferencias que dictó en la Universidad del Salvador en los años sesenta, pero fundamentalmente a través de Arturo Frondizi. Valori oficiaba como una suerte de embajador del ex presidente argentino y cada vez que éste viajaba a Europa le organizaba encuentros políticos y religiosos. Paralelamente, visitaba a Perón en Puerta de Hierro. Lo hacía siempre acompañado de su mamá, Emilia, que había salvado la vida de ciento veinte judíos durante la ocupación alemana en Italia, y que además se había hecho muy amiga de Isabel, lo cual le agregaba una cualidad emotiva a cada encuentro. Pero el vínculo de Perón con Valori también se sostenía en el recuerdo del fallecido Leo Valori, hermano de Giancarlo, quien, como representante en la Argentina de la empresa estatal de hidrocarburos italiana, había conocido al General durante su segunda presidencia.

A partir de la relación bilateral con Frondizi y Perón, Valori empezó a batallar por la concreción del "Plan Europa". Era un proyecto estratégico para la Argentina afirmado sobre bases políticas y empresariales: unía la fuerza popular del general Perón y la visión política y el prestigio europeo de los que gozaba Frondizi con el respaldo y tutelaje de las más poderosas empresas italianas —Fiat, Techint, Pirelli— y del Mercado Común Europeo, dispuestas a invertir en el Cono Sur.

Valori intuyó que el Plan Europa había empezado a nacer tras los dos encuentros que el 13 y el 29 de marzo de 1972 mantuvieron Perón y Frondizi en Puerta de Hierro, y de los que él fue uno de los artífices junto a Rogelio Frigerio. Como resultado de las reuniones, Frondizi declaró a la prensa que habían alcanzado acuerdos para la conformación de un frente cívico. El General no hizo comentarios, aunque a su alrededor algo se movió: Jorge Antonio trató de quitarle relevancia a la figura de Frondizi, López Rega grabó las conversaciones entre los dos ex presidentes y Valori reportó la información de lo conversado a la embajada norteamericana en Roma[1].

Como miembro de la P2 —se inscribió en el Centro Cultural Europeo, refugio de la logia—, Valori presentó a Licio Gelli sus relaciones con la Argentina: Perón y su esposa Isabel. Aunque la fecha en que empezaron a producirse los encuentros entre Perón y Gelli difiere según la fuente que los relate, lo cierto es que el jefe de la P2 aprovechó el contacto. Perón le servía para mostrarse otra vez como un paladín del anticomunismo.

El plan de Gelli estaba concebido de manera diferente al de Valori. Su prioridad política, en relación con el retorno de Perón, era evitar que, a partir del desprestigio de los militares, la acción guerrillera y la convulsión social interna, la Argentina se saliera de cauce e imitara la senda revolucionaria de Chile, donde el socialista Salvador Allende había llegado al gobierno por vía electoral. La idea de utilizar a Perón como parte de un esquema institucional que contuviera el peligro del comunismo en la Argentina fue explicada por Gelli al Vaticano y al secretario de Estado Henry Kissinger, quien se la transmitió al presidente norteamericano Richard Nixon. El acuerdo por el regreso de Perón, diseñado por Gelli, unía a la masonería de la P2, al Rabinato de Nueva York —cuyo hombre en el poder era el propio Kissinger—, al Vaticano y al gobierno de los Estados Unidos. De este modo, Perón contaría con el respaldo de poderes públicos y secretos para regresar a la Argentina. Además de la lucha contra el comunismo, Gelli entendía que el nuevo gobierno peronista constituiría una buena plataforma para los negocios de la P2. Por eso, a cambio de gestionar la conformidad del poder internacional para el retorno, Gelli le pedía algo a cambio a Perón: que le permitiera infiltrar la logia masónica en la Argentina[2].

Lo paradójico es que, pese a haber oficiado de intermediario de la relación entre Gelli y el General, con la irrupción de la P2 en el esquema de Perón, el Plan Europa y el propio Valori empezaron a perder sustento en Puerta de Hierro. Uno de los principales escollos que Valori debió enfrentar para alcanzar sus objetivos fue López Rega, a quien aparentemente no le prestaba la debida atención. Valori sólo se preocupó por cautivar a Perón y a su esposa. En cambio, a partir del primer contacto, Gelli advirtió que el instrumento para llevar a cabo sus ambiciones sería López Rega[3].

El 1º de febrero de 1973, el secretario conversó durante varias horas con Gelli en el hotel Excelsior. López estaba deslumbrado por la P2. Había conocido masones en la Casa de Victoria, otros en Uruguayana, líderes político-esotéricos como Urien, pero jamás había visto tan de cerca el rostro oculto del poder masónico que representaba la logia. Gelli lo transportaba a un mundo nuevo. Si por entonces los dirigentes peronistas viajaban a Puerta de Hierro para ver al Padre Eterno, López Rega vio al enviado de Dios en Roma: era Gelli. Después de ese encuentro en el hotel Excelsior, el jefe de la P2 hospedó a López Rega y a Isabel Perón en su villa de Arezzo, y los condujo a la finca del duque Amadeo d'Aosta, en San Giustino Valdarno, a pocos kilómetros de la suya. Gelli también quedó muy satisfecho: a través de López podría conseguir ventajas tales que ya no necesitaría la intermediación de Valori. Para apuntalar su relación con López Rega y con el futuro gobierno de Perón, Gelli utilizó la red de la masonería argentina. A juzgar por la fecha de las cartas que comenzaron a circular entre Italia y la Argentina, el procedimiento fue rápido. El 4 de febrero de 1973, Gelli solicitó a Lino Salvini que lo nominara como representante masónico argentino ante la Grande Logia de Oriente d’Italia. Salvini, que atribuía escasa importancia a ese cargo, no dudó en complacerlo. Para él, la logia argentina significaba poco en el concierto masónico mundial. Dos días después, Salvini le escribió a Alcibíades Lappas, Gran Secretario de la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones, trasladándole el pedido de nominación de Gelli. De este modo, con el concurso de López Rega y la masonería argentina, Gelli comenzaría a infiltrar a la P2 en el futuro gobierno argentino.

(...)

Fragmento del capítulo 10: El Secretario

Perón se cortó cuando intentó abrir el féretro; las manos empezaron a sangrarle. Más que pálida, amarilla, Evita estaba dentro de una caja de zinc que estaba en el interior de una caja de madera. Parecía que la hubieran quemado. La entrega se realizó a primera hora de la noche del 3 de septiembre de 1971 en el garaje de Puerta de Hierro. El cuerpo había sido transportado desde el cementerio de Milán por un servicio funerario al que le tomó dos días llegar a España. El chofer italiano Roberto Germano condujo el féretro engañado por miembros de la inteligencia militar argentina. Pensaba que trasladaba el cuerpo de María De Magistris, bajo cuyo nombre había sido enterrada Eva Perón en 1957. Cuando el coche fúnebre estaba cerca de Madrid, los de inteligencia apartaron a Germano del volante y se dirigieron a la casa de Perón, seguidos por varios autos. El embajador Jorge Rojas Silveyra efectivizó la entrega. Perón convocó al doctor Pedro Ara, quien la había embalsamado, para corroborar que se trataba de ella. López Rega no quería que se firmara el acta de devolución hasta que quedara asentada la autenticidad del cadáver. También llegó el padre Elías Gómez, confesor de Perón, para asistirlo espiritualmente. Después arribaron las hermanas de Evita. Isabelita las ayudó a cambiarle la ropa, a ponerle un vestido nuevo y a colocarla en una mesa cubierta con una sábana blanca ubicada en el primer piso. Las domésticas le traían flores frescas cada mañana. Los primeros días, Perón pasaba varias horas junto a ella. López Rega también. El secretario le insistía a Isabel que la presencia del cadáver en la casa la ayudaría a afirmar su personalidad, para que pudiera valerse por sí sola cuando el General no estuviera. Esa era la misión que él se había impuesto desde que la conoció en 1965: lograr que Isabel tuviera una personalidad avasalladora, como la de Evita.

Para que Isabel adquiriera el espíritu de Evita, su conciencia debía entrar en estado de sopor y perderse para siempre. Debía desconectarse de la persona que era, dejar de ser ella misma, y ese vacío sería ocupado por el espíritu de Eva. Ella iba a apoderarse de su cuerpo, obraría a través suyo y guiaría sus acciones. Evita había sido una vicepresidenta frustrada. Desde entonces, su espíritu no descansaba en paz. Sólo podía redimir su karma en el cuerpo de Isabel, cuando ella acompañara al General en la presidencia de la Argentina.

Al poco tiempo de la llegada del cuerpo de Eva, López Rega comenzó a realizar los ejercicios de transferencia del espíritu. Subían a la habitación, Isabel se acostaba sobre una larga mesada, cabeza a cabeza con Eva, y el secretario iniciaba los pases mágicos. A Isabel, el cadáver la hacía sentir cada vez más pequeña dentro de la casa. No le gustaba que en su presencia se hablara de la difunta[4].

Uno de los primeros que difundió la noticia de la transferencia del espíritu de Evita a Isabel fue Jorge Paladino. Cuando volvió a Buenos Aires, dijo haber visto una sesión de magia negra una noche que subió al primer piso a llamar a la esposa del General por orden de su marido. El espectáculo lo paralizó. Fue una de las últimas veces que Paladino pudo ir a Puerta de Hierro. Al General, su delegado ya no le servía. En pocos años, Paladino había rearmado el aparato político del peronismo, recorriendo casi todo el país —con su aire perfumado, que hacía las delicias de la rama femenina, y a bordo de su Torino Grand Routier de motor cromado— para atraer a los dirigentes que habían caído bajo la seducción de Vandor o el neoperonismo. Había ganado un amplio prestigio personal dentro y fuera del peronismo. Pero ahora el General necesitaba otra política: una actitud más agresiva frente a los militares. Entonces hizo su apuesta por los sectores "duros". En ese contexto, la juventud era la nueva estrella del Movimiento Peronista[5].

A las pocas semanas de la llegada a Puerta de Hierro del cadáver de Evita, López Rega empezó a sentir los efectos en su cuerpo. Había adelgazado cinco o seis kilos. Su rostro estaba demacrado. Lo atribuyó al desgaste de su energía por oficiar como médium. El intento de transferir el espíritu de Eva a Isabel estaba conmoviendo su propio ser. Perón aprovechó la presencia del empresario Carlos Spadone en Madrid para pedirle que se lo llevara unos días a Marbella. Alonso, el jefe de la custodia, tenía un departamento pequeño en esa playa. Podrían aprovechar los últimos días de sol del verano. Al secretario no le pareció un mal programa. A las pocas horas estaban comiendo una paella en un restaurante frente a la Costanera. Luego salieron a caminar. López Rega percibió las vibraciones de la noche cósmica y se sintió único. Le dieron ganas de hablar e invitó a Spadone a sentarse en la arena. Tenía que confesarle quién era, a qué aspiraba, aunque sabía que el joven empresario, como tantos otros, jamás lo comprendería. No le importó. Necesitaba revelarse.

—Soy gran maestre masón grado treinta y tres —le dijo—. Cuando está la silla vacía, es porque yo no estoy. Yo soy Mahoma, Buda, Cristo. Estás teniendo un gran privilegio en este momento, al poder conversar frente a un ser excepcional. Por eso Perón me obedece como me obedece. Por eso Perón va a hacer lo que yo quiera. Por eso son las cosas como son.

Spadone empezó a sospechar que López Rega deliraba. Si era una broma, le pareció demasiado pesada. Se mantuvo en silencio, incrédulo.

—Te voy a hacer una prueba para que entiendas el poder que yo tengo.
—Me gustaría.
—Voy a llamar al mar. Vení conmigo —le confió el secretario.

Se levantaron y fueron hasta la orilla. López Rega hundió los pies en el agua
mientras Spadone se sacudía la arena del pantalón.

—Ahora voy a llamar a una ola gigante para que nos inunde —anticipó el secretario.

Spadone estaba sugestionado. Pensó que iba a quedar empapado. Pasaron una, dos, tres olas pequeñas y a la cuarta, el agua llegó a la orilla con más ímpetu, pegó en la arena y alcanzó a salpicarles la pantorrilla.

López Rega se mojó las manos con el agua que volvía al mar y empezó a bendecirlo.

—Ahora, todas tus energías estáticas se convertirán en poderes dinámicos. Vos también vas a tener poder —predijo.

Esa noche, en el hotel, a Spadone le costó conciliar el sueño. Una rara fantasía le hacía pensar que López Rega podía matarlo.

—Vos estás loco, López. Yo me voy. Quedate solo —le dijo apenas despertó, al día siguiente.

Se fue al aeropuerto y tomó el avión a Madrid. Durante varias horas Spadone meditó sobre si debía informarle al General acerca de lo que había sucedido. A la tarde, decidió que sí. Perón dormía. Lo recibió Isabel. En el living, Spadone calificó al secretario de "demente" y le confió lo sucedido:

—Usted —le dijo a la esposa de Perón— no debería emprender el viaje a la Argentina con él. Si hace alguna demostración semejante en público, le haría mucho daño al General y a todo el Movimiento —concluyó.

Algo lo distrajo mientras hablaba. Sintió pasos que bajaban la escalera. Era López Rega. Spadone le aseguró que anoche le había dicho cosas siniestras y que lo asustaba que el General conviviera con una persona así. El secretario la miró a Isabel:

—¿Usted no cree en las cosas que yo le digo, Isabel?
—Yo creo en todo lo que usted hace y me dice, Daniel.

Spadone no entendía qué estaba pasando. Se sentía víctima de una broma macabra. Cordial, la esposa del General lo invitó a tomar un té con algo sólido, y le pidió que no se enojara con López Rega. Era una buena persona. Ahora estaba un poco afectado por la llegada del cadáver de Evita. Al rato, Perón se levantó de la siesta y bajó las escaleras. Se sorprendió con la presencia de Spadone. Le preguntó por qué había vuelto tan pronto. El empresario le contó las cosas que había hecho López. Habló sin convicción. Temía que su relato lo condujera al mismo final que a Paladino. Perón pareció interpretarlo:

—Carlitos, quédese tranquilo —le dijo—. Todo lo que usted vio, yo lo sé hace mucho tiempo. Usted nunca dejará de ser mi amigo, y ésta es su casa. Puede seguir viniendo las veces que quiera. Si algo malo le ocurrió con López Rega, la culpa fue mía por no avisarle.



[1] Algunos años más tarde, cuando tenía orden de captura en todo el mundo, estaba sin dinero y se sentía abandonado por el también prófugo López Rega, el Gordo Vanni intentó vender las grabaciones del encuentro Perón-Frondizi. Ofreció las cintas al periodista Armando Puente, proponiéndole que las ubicara en algún medio de prensa y le diera un porcentaje a convenir (entrevista con Armando Puente). El dato de que Valori era un informante de la embajada norteamericana surge de los archivos desclasificados del Departamento de Estado. En el cable 2.382 del 20 de abril de 1972, David Lodge, embajador norteamericano en la Argentina, le pide a su par en Roma que le transmita la lectura de Valori sobre el encuentro Perón-Frondizi. Acerca de su relación con la embajada norteamericana, en entrevista con el autor, Valori aseguró que había mantenido vínculos con distintos servicios secretos europeos, a quienes intentaba convencer de que Perón no era fascista. En cambio, confió que quien tenía estrechas relaciones con la CIA era Frondizi.

[2] Acerca de los favores que Gelli habría realizado a Perón en vísperas de su retorno, en el libro Yo, Juan Domingo Perón, elaborado a partir del testimonio que el General brindara a su biógrafo Enrique Pavón Pereyra, se indica, en palabras del mismo Perón, que en 1971 Licio Gelli y Giulio Andreotti lo visitaron en Madrid y le ofrecieron sus gestiones para entregarle el cadáver de Evita. La delegación italiana le preguntó en cuánto tiempo lo quería, y ante la incredulidad de Perón, que llevaba dieciséis años de espera, se lo prometieron en tres días. En tres días el cadáver llegó. Perón dice que, cuando ya estaba en el poder, Gelli le pidió la representación comercial de la Argentina en Europa, en contraprestación por el favor realizado. Perón le respondió que nunca pagaría con los intereses de la Nación un favor personal, y que se cortaría las manos antes de hacerlo. El dato curioso es que, una vez muerto Perón, Gelli obtuvo su cargo de agregado comercial de la Argentina en la embajada de Roma y que en 1987 fue profanada la tumba de Perón y le cortaron las manos. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que en el libro de Pavón Pereyra aparecen algunas contradicciones que no lo hacen del todo fiable. Por ejemplo, en la página 444, Perón comenta el atentado al intendente Alberto Campos por parte de Montoneros, cuando éste fue asesinado en diciembre de 1975, año y medio después de la muerte del propio Perón. En el largo monólogo, no es sencillo distinguir cuándo habla Perón y cuándo Pavón. En referencia a la restitución del cadáver de Evita, Valori, en entrevista con el autor, se mostró reticente a relatar cuál fue el rol del Vaticano, de Gelli, y el suyo propio, y aseguró que escribiría un libro sobre ese tema. Véase Juan Domingo Perón, Yo, Juan Domingo Perón. Relato autobiográfico, ob. cit.

[3] En entrevista con el autor, Valori indicó que no daba más importancia a López Rega que a la de "cualquier mucamo". Sin embargo, aseguró que durante el exilio del General, López Rega fue a Turín, Italia, para pedir a la Fiat una bonificación personal para influir positivamente en Perón para la realización del Plan Europa, y se la negaron. Valori no aclaró si el viaje lo realizaron juntos o si López Rega fue solo. Durante 1972, Valori escribió artículos en Las Bases y fue condecorado por Perón y López Rega con la "medalla peronista". A su vez, Isabel Perón, a través de Valori y la RAI, fue condecorada por "sus servicios distinguidos en apoyo de la comunicación humana".

[4] Isabel Perón sentía celos del cuerpo embalsamado de Eva. Quizá fuera una resistencia de su yo más íntimo a perder su propia identidad: se sentía una figura muy pequeña frente a la dimensión real e imaginaria que representaba el mito de Eva. Entrevista con el padre Elías Gómez y Domínguez.

[5] Para desencadenar el fin de la gestión de Paladino, Perón convocó a Galimberti. Desde el primer encuentro en que llevó la carta de Montoneros, el dirigente juvenil había reclutado a dirigentes "duros" del peronismo y sumado grupos juveniles bajo la conducción del Líder; mientras, Paladino había quedado atrapado en los vaivenes de las negociaciones con Lanusse. Perón organizó un careo entre su delegado y el dirigente juvenil, poniéndolos en un pie de igualdad. Galimberti, irreverente, dueño de un verbo atropellado, le criticó al delegado que no movilizara al peronismo ni realizara afiliaciones en los barrios. Por su conducción moderada —le dijo a Paladino— el peronismo jamás podría arrancarles elecciones limpias a los militares. Esa misma noche López Rega anticipó el reporte del careo a la agencia española EFE. Allí contaba con el periodista argentino Emilio Abras, canal privilegiado para trasmitir los mensajes de Perón a Buenos Aires. Paladino quedó en suspenso por unos días hasta que fue oficialmente despedido. El General detallaría "veinte observaciones" sobre la gestión de Paladino que lo llevaron a tomar tal determinación. Un párrafo indica: "Su espíritu absorbente lo llevó a la impotencia para manejar una organización tan vasta como el peronismo [...] Cuando un solo hombre quiere manejar personalmente todo, termina por ser una 'rueda loca' que gira sin engranar sino con muy pocas personas y, en consecuencia, puede haber de todo menos conducción". Véase Perón-Cooke. Correspondencia, ob. cit., tomo I, págs. 239-247.


martes, 20 de enero de 2015

ILLUMINATUS Y LOS FNORDS (Fragmento de la Trilogía Illuminatus de Robert Shea y Robert Anton Wilson)

ILLUMINATUS Y LOS FNORDS

Fragmento de la Trilogía Illuminatus de Robert Shea y Robert Anton Wilson (Parte II: La Manzana Dorada, Libro Tres: UNORDNUNG, Séptimo Viaje, o Netzach)

Traducción: Mazzu





Vi los fnords el mismo día que escuché por primera vez sobre el martini plástico. Déjenme ser bien claro y preciso sobre esto, ya que en éste viaje mucha gente es deliberada y perversamente oscura: no habría visto, o no podría haber visto los fnords si Hagbard Celine no me hubiera hipnotizado esa noche en el platillo volador.

Había estado en casa leyendo los informes de Pat Walsh y escuchando una nueva grabación del Museo de Historia Natural, y estaba añadiendo unas muestras nuevas a mi colección de fotos de Washington-Weishaupt en la pared, cuando un platillo apareció flotando afuera de mi ventana. Es innecesario decir que no me sorprendió particularmente; había guardado un poco de AUM luego de lo de Chicago y, contrariando las instrucciones del FLE, me lo había autosuministrado. Después de conocer al Dealy Lama, por no mencionar a Malaclypse el Más Viejo, y de ver al loco de Celine hablando realmente con gorilas, supuse que mi mente estaba en un punto de receptividad donde el AUM detonaría algo verdaderamente original. De hecho, el OVNI me decepcionó un poco; ya mucha gente los había visto, y yo estaba esperando ver algo que nunca nadie hubiera visto o imaginado.

Incluso fue aún más decepcionante cuando me abdujeron abordo y me encontré con Hagbard, Stella y otra gente del Lief Erikson, en lugar de encontrarme con marcianos o con una delegación insectoide de la galaxia del Cangrejo.

“Salve Discordia” dijo Hagbard.

“O salve Eris” respondí, siguiendo el patrón dos-tres para completar el cinco. “¿Se trata de algo importante o solamente quieres mostrarme tu último invento?”.

Para ser sincero, el interior del platillo era espeluznante. Todo era no-euclidiano y semitransparente; sentía que iba a caer a través del piso y a hacerme añicos contra el suelo allá abajo. Y cuando comenzó a moverse fue peor.

“No dejes que el diseño te perturbe” dijo Hagbard. Es mi propia adaptación de la geometría sinérgica de Bucky Fuller. Es más pequeño y sólido de lo que parece. No te caerás, créeme”.

“¿Este artilugio está detrás de todos los avistamientos de OVNIs que se han reportado desde 1947?” pregunté con curiosidad.

“No exactamente” Hagbard rió. “Eso es un fraude, básicamente. Ese plan fue creado por el Gobierno de los EEUU durante el primer mandato de Roosevelt, una de las pocas ideas que tuvieron sin la inspiración directa de los Illuminati. Una medida de reserva en caso de que pase algo con Rusia y China”.

“Hola nena” saludé a Stella suavemente, recordando lo de San Francisco. “¿Serías tan amable de explicarme, con menos retórica y paradojas, de carajo está hablando Hagbard?”.

“El Estado está basado en el miedo” dijo ella simplemente. “Si la gente no temiera a nada, se daría cuenta de que no necesita esa enorme mano gubernamental metida todo el tiempo en sus bolsillos. Así que plantaron el mito de los platillos en caso de que Rusia y China colapsen por una disensión interna, o que entren en guerra entre ellos y vuelen en pedacitos, o que sufran alguna catástrofe natural inesperada como una serie de terremotos. Si ya no hay enemigos para asustar a los estadounidenses, el mito de los platillos cambiará inmediatamente. Habrá ‘evidencia’ de que vienen de Marte y planean invadirnos y esclavizarnos ¿Entiendes?”.

“Así que construí este aparato que me permite ir a donde quiera sin interferencias” añadió Hagbard. “Cualquier avistamiento de esta nave, ya sea por parte de un operador de radar con veinte años de experiencia o de una viejecita de Perth Amboy, será desechado por el gobierno como un caso de autosugestión - porque es algo que ellos mismos inventaron -. Puedo volar sobre ciudades como New York o sobre instalaciones militares súper secretas, o sobre cualquier maldito lugar que se me ocurra ¿No es lindo?”.

“Muy lindo, si” respondí, “pero ¿Para qué me trajiste aquí arriba?”

“Porque es momento de que veas los fnords”. Y entonces desperté en mi cama a la mañana siguiente. Me hice el desayuno de muy mal humor preguntándome si había logrado ver los fnords (sean lo que mierda sean) durante esas horas borradas, o si los vería tan pronto saliera a la calle. Debo admitir que tenía ideas bastante espeluznantes sobre ellos. Criaturas sobrevivientes de la Atlántida con tres ojos y tentáculos que caminaban entre nosotros, invisibles gracias a algún tipo de escudo mental, y que hacían trabajos secretos para los Illuminati. Era un concepto desconcertante, aunque finalmente cedí al miedo y miré por la ventana pensando que sería mejor verlos primero desde lejos.

Nada. Solamente gente ordinaria y somnolienta que se dirigía a tomar el autobús o el subterráneo.

Eso me calmó un poco, así que preparé las tostadas y el café, y fui a buscar el New York Times al pasillo. Encendí la radio y sintonicé algo de Vivaldi en la WBAI, me senté, tomé una tostada y comencé a leer la portada del diario.

Entonces vi los fnords.

El artículo hablaba sobre las interminables disputas entre Rusia y los EEUU durante la asamblea general de la ONU, y luego de cada cita directa del discurso del delegado ruso, pude leer un “¡Fnord!” bastante destacado. La segunda nota era sobre el debate en el congreso para retirar las tropas de Costa Rica; cada argumento presentado por el Senador Bacon era seguido por otro “¡Fnord!”. Al pié de la página había una editorial típica del Times sobre el problema creciente de la contaminación ambiental y el incremento del uso de máscaras de gas entre los neoyorquinos; los elementos químicos más alarmantes estaban interpolados con un montón de “Fnords”.

De repente vi los ojos de Hagbard quemándome y escuché su voz: “Tu corazón permanecerá en calma. Tus glándulas suprarrenales (tu adrenalina) permanecerán en calma. Calma, todo en calma. No entrarás en pánico. Mirarás al fnord y lo verás. No lo evadirás ni lo borrarás de tu mente. Vas a permanecer en calma y vas a enfrentarlo”. Y más atrás, mucho antes: mi maestro de primer grado escribiendo FNORD en el pizarrón mientras una rueda con un dibujo en espiral giraba y giraba en su escritorio, giraba y giraba y su voz que decía monótonamente

EL FNORD NO TE COMERÁ SI NO LO VES,
NO VEAS EL FNORD, NO VEAS EL FNORD…

Volví a mirar el diario y todavía podía ver los fnords.

Todo aquello estaba un paso más allá del condicionamiento de Pavlov, pensé. El primer reflejo condicionado era experimentar una reacción de pánico (o síndrome de activación) cada vez que encontrabas la palabra “fnord”. El segundo reflejo condicionado era bloquear lo sucedido, incluso la palabra misma, seguido por un sentimiento de angustia remanente que no podemos explicar. Y, por supuesto, el tercer paso era atribuir esa ansiedad a las noticias del diario que ya de por sí eran bastante malas.

La esencia del control es el miedo. Los fnords provocaban que toda una población estuviera angustiada, atormentada por úlceras, mareos, pesadillas, taquicardia y otros síntomas del exceso de adrenalina. Toda mi arrogancia izquierdista y la apatía por mis paisanos se derritieron, y sentí una lástima genuina. Me di cuenta por qué los pobres bastardos creían en todo lo que se les decía, por qué aguantaban la polución y el transito abarrotado sin quejarse, por qué nunca protestaban ni devolvían las agresiones, por qué nunca demostraban mucha alegría, excitación, curiosidad o cualquier otra emoción humana normal, por qué vivían perpetuamente con una visión restringida, por qué pasaban por los barrios bajos sin notar la miseria ajena o el propio peligro… Entonces tuve una corazonada y busqué los avisos comerciales del diario. Fue como imaginaba: no contenían fnords. Esa era otra parte del truco: solamente a través del consumismo, un consumismo permanente, la gente podía escapar de la amenaza amorfa de los fnords invisibles.

Seguí pensando en eso camino a la oficina. Si yo le señalara un fnord a una persona que no había sido desprogramada como Hagbard hizo conmigo ¿Qué diría? Probablemente leería la palabra previa o posterior al fnord. “No, ésta palabra”, diría yo. Y aún así seguiría leyendo una palabra adyacente ¿Se elevaría su nivel de pánico a medida que la amenaza se acercara la mente conciente? Preferí no intentar ese experimento; podría provocarle una fuga sicótica al sujeto. Después de todo, el condicionamiento debía datar desde antes de la escuela. No me extraña que todos odiemos tanto a nuestros profesores: tenemos una idea leve y difusa de lo que nos han hecho al convertirnos en fieles sirvientes de los Illuminati.