Licio Gelli, Perón, López Rega y el cuerpo de Evita (por Marcelo Larraquy)
Extractos del libro “López Rega, el Peronismo, y la
Triple A” de Marcelo Larraquy
Fragmento del capítulo 12: La Conspiración
Licio Gelli fue
el hombre encargado de persuadir a los Estados Unidos y al Vaticano de que el
retorno de Perón a la Argentina implicaría una barrera contra la propagación
del comunismo en América latina. Gelli instrumentó la idea y unió a las partes
para ejecutarla.
A los 54 años,
ya contaba con profusos antecedentes. Tenía un origen humilde, un pasado de
combatiente voluntario del falangismo en la Guerra Civil Española, y había
guiado y protegido a los criminales croatas que después de la Segunda Guerra
Mundial necesitaban huir y preservar sus tesoros. En la década de los
cincuenta, distanciado de su oficio de panadero, Gelli se convirtió en
propietario de la fábrica de colchones Permaflex al mismo tiempo que todos los
miércoles comenzaba a reunirse con la logia romana Gian Doménico Romagnosi, en
la que se iniciaría como aprendiz masón. A pesar de que poseía un nivel
cultural modesto, su capacidad de organización y su talento para descubrir qué
buscaban y querían los demás lo destacarían del resto de los hermanos. Atento a
sus condiciones, el Gran Maestro Venerabile Giordano Gamberini lo incorporó a
la Grande Logia de Oriente y lo elevó al tercer grado de Maestro. En 1966 Gelli
se instaló como secretario organizativo en una oficina en Piazza Spagna, en
Roma, y, alejándose un poco de la tradición de espiritualidad y esoterismo
masónico, comenzó a incorporar a nuevos miembros en un apéndice de la Grande
Logia, que denominó Propaganda Due (P2). Pese a su intento de romper con el
liderazgo de la antigua masonería inglesa, y crear una
"contramasonería", Gelli respetó cada uno de los símbolos del rito escocés.
Sondeó las intenciones y los motivos por los cuales los miembros se incorporaban,
recibió las contribuciones anuales y dio tres abrazos a cada nuevo miembro de
la logia. La fe anticomunista era un requisito imprescindible para ser aceptado.
La P2 empezó a
funcionar como un universo aparte de la Grande Logia de Oriente y fue
transformándose en una fuerza oculta, un virus que se diseminaba entre los
funcionarios de más alto nivel del gobierno, las Fuerzas Armadas, los servicios
de inteligencia, la policía, los ministerios de Finanzas y del Tesoro, el Parlamento,
los ejecutivos de banca, los industriales y los medios de comunicación. En sus
ficheros, Gelli compilaba información sobre los hombres más poderosos de Italia:
sus carreras, sus fortunas, sus compromisos, sus debilidades. A esta "sociedad
de hombres libres e iguales" que juraban fidelidad a la P2, la logia les respondía
con favores, ascensos, negocios, pero por sobre todo les otorgaba la seguridad
de que protegería sus privilegios. Eternamente. Y para aquellos que habían
quedado afuera de la esfera del poder, la logia también ofrecía una posibilidad
de resarcimiento.
La P2 se iba
extendiendo en las profundidades del mundo esotérico: la luz guía de esa trama
secreta de hermanos que se ayudaban entre sí era Licio Gelli, su alma y matriz.
La P2 era su poder personal, su masonería "privada". Cuando en 1970
el Gran Maestro Lino Salvini alcanzó el grado 33 de la Masonería y tocó la cumbre
de la Logia Grande de Oriente, pronto advirtió que sus influencias en el poder,
comparadas con la P2 de Gelli, contaban poco y nada.
El puente de
Gelli con Perón fue Giancarlo Elia Valori. Valori también era miembro de la P2,
e incluso había hecho un paso por la Logia Romagnosi, pero sus redes de
sustentación estaban más ligadas a la curia romana: muchos cardenales lo
consideraban una eminencia gris. Era el rol en el que Valori se sentía más a
gusto. Nacido en 1940, a los 30 años se había graduado en economía en los
Estados Unidos, era director internacional de la Radio Televisión Italiana
(RAI) —mediante la que capitalizó su amistad con el presidente rumano Nicolás
Ceausescu— y especialista en la geopolítica de China y el Mediterráneo. Como
miembro fundador del Instituto de Relaciones Internacionales de Roma, Valori
frecuentaba a empresarios, intelectuales y jefes de Estado. También era lobbysta
de la Fiat.
Los vínculos de
Valori con la Argentina se cimentaron con las conferencias que dictó en la
Universidad del Salvador en los años sesenta, pero fundamentalmente a través de
Arturo Frondizi. Valori oficiaba como una suerte de embajador del ex presidente
argentino y cada vez que éste viajaba a Europa le organizaba encuentros
políticos y religiosos. Paralelamente, visitaba a Perón en Puerta de Hierro. Lo
hacía siempre acompañado de su mamá, Emilia, que había salvado la vida de
ciento veinte judíos durante la ocupación alemana en Italia, y que además se
había hecho muy amiga de Isabel, lo cual le agregaba una cualidad emotiva a
cada encuentro. Pero el vínculo de Perón con Valori también se sostenía en el
recuerdo del fallecido Leo Valori, hermano de Giancarlo, quien, como representante
en la Argentina de la empresa estatal de hidrocarburos italiana, había conocido
al General durante su segunda presidencia.
A partir de la
relación bilateral con Frondizi y Perón, Valori empezó a batallar por la
concreción del "Plan Europa". Era un proyecto estratégico para la
Argentina afirmado sobre bases políticas y empresariales: unía la fuerza popular
del general Perón y la visión política y el prestigio europeo de los que gozaba
Frondizi con el respaldo y tutelaje de las más poderosas empresas italianas
—Fiat, Techint, Pirelli— y del Mercado Común Europeo, dispuestas a invertir en
el Cono Sur.
Valori intuyó
que el Plan Europa había empezado a nacer tras los dos encuentros que el 13 y
el 29 de marzo de 1972 mantuvieron Perón y Frondizi en Puerta de Hierro, y de
los que él fue uno de los artífices junto a Rogelio Frigerio. Como resultado de
las reuniones, Frondizi declaró a la prensa que habían alcanzado acuerdos para
la conformación de un frente cívico. El General no hizo comentarios, aunque a
su alrededor algo se movió: Jorge Antonio trató de quitarle relevancia a la figura
de Frondizi, López Rega grabó las conversaciones entre los dos ex presidentes y
Valori reportó la información de lo conversado a la embajada norteamericana en
Roma[1].
Como miembro de
la P2 —se inscribió en el Centro Cultural Europeo, refugio de la logia—, Valori
presentó a Licio Gelli sus relaciones con la Argentina: Perón y su esposa
Isabel. Aunque la fecha en que empezaron a producirse los encuentros entre
Perón y Gelli difiere según la fuente que los relate, lo cierto es que el jefe
de la P2 aprovechó el contacto. Perón le servía para mostrarse otra vez como un
paladín del anticomunismo.
El plan de Gelli
estaba concebido de manera diferente al de Valori. Su prioridad política, en
relación con el retorno de Perón, era evitar que, a partir del desprestigio de
los militares, la acción guerrillera y la convulsión social interna, la Argentina
se saliera de cauce e imitara la senda revolucionaria de Chile, donde el socialista
Salvador Allende había llegado al gobierno por vía electoral. La idea de utilizar
a Perón como parte de un esquema institucional que contuviera el peligro del
comunismo en la Argentina fue explicada por Gelli al Vaticano y al secretario
de Estado Henry Kissinger, quien se la transmitió al presidente norteamericano
Richard Nixon. El acuerdo por el regreso de Perón, diseñado por Gelli, unía a
la masonería de la P2, al Rabinato de Nueva York —cuyo hombre en el poder era
el propio Kissinger—, al Vaticano y al gobierno de los Estados Unidos. De este
modo, Perón contaría con el respaldo de poderes públicos y secretos para
regresar a la Argentina. Además de la lucha contra el comunismo, Gelli entendía
que el nuevo gobierno peronista constituiría una buena plataforma para los
negocios de la P2. Por eso, a cambio de gestionar la conformidad del poder
internacional para el retorno, Gelli le pedía algo a cambio a Perón: que le
permitiera infiltrar la logia masónica en la Argentina[2].
Lo paradójico es
que, pese a haber oficiado de intermediario de la relación entre Gelli y el
General, con la irrupción de la P2 en el esquema de Perón, el Plan Europa y el
propio Valori empezaron a perder sustento en Puerta de Hierro. Uno de los
principales escollos que Valori debió enfrentar para alcanzar sus objetivos fue
López Rega, a quien aparentemente no le prestaba la debida atención. Valori sólo
se preocupó por cautivar a Perón y a su esposa. En cambio, a partir del primer contacto,
Gelli advirtió que el instrumento para llevar a cabo sus ambiciones sería López
Rega[3].
El 1º de febrero
de 1973, el secretario conversó durante varias horas con Gelli en el hotel
Excelsior. López estaba deslumbrado por la P2. Había conocido masones en la
Casa de Victoria, otros en Uruguayana, líderes político-esotéricos como Urien,
pero jamás había visto tan de cerca el rostro oculto del poder masónico que
representaba la logia. Gelli lo transportaba a un mundo nuevo. Si por entonces
los dirigentes peronistas viajaban a Puerta de Hierro para ver al Padre Eterno,
López Rega vio al enviado de Dios en Roma: era Gelli. Después de ese encuentro
en el hotel Excelsior, el jefe de la P2 hospedó a López Rega y a Isabel Perón
en su villa de Arezzo, y los condujo a la finca del duque Amadeo d'Aosta, en San
Giustino Valdarno, a pocos kilómetros de la suya. Gelli también quedó muy
satisfecho: a través de López podría conseguir ventajas tales que ya no
necesitaría la intermediación de Valori. Para apuntalar su relación con López
Rega y con el futuro gobierno de Perón, Gelli utilizó la red de la masonería
argentina. A juzgar por la fecha de las cartas que comenzaron a circular entre
Italia y la Argentina, el procedimiento fue rápido. El 4 de febrero de 1973, Gelli
solicitó a Lino Salvini que lo nominara como representante masónico argentino ante
la Grande Logia de Oriente d’Italia. Salvini, que atribuía escasa importancia a
ese cargo, no dudó en complacerlo. Para él, la logia argentina significaba poco
en el concierto masónico mundial. Dos días después, Salvini le escribió a
Alcibíades Lappas, Gran Secretario de la Gran Logia de la Argentina de Libres y
Aceptados Masones, trasladándole el pedido de nominación de Gelli. De este
modo, con el concurso de López Rega y la masonería argentina, Gelli comenzaría
a infiltrar a la P2 en el futuro gobierno argentino.
(...)
Fragmento del capítulo 10: El Secretario
Perón se cortó
cuando intentó abrir el féretro; las manos empezaron a sangrarle. Más que
pálida, amarilla, Evita estaba dentro de una caja de zinc que estaba en el
interior de una caja de madera. Parecía que la hubieran quemado. La entrega se
realizó a primera hora de la noche del 3 de septiembre de 1971 en el garaje de
Puerta de Hierro. El cuerpo había sido transportado desde el cementerio de
Milán por un servicio funerario al que le tomó dos días llegar a España. El
chofer italiano Roberto Germano condujo el féretro engañado por miembros de la inteligencia
militar argentina. Pensaba que trasladaba el cuerpo de María De Magistris, bajo
cuyo nombre había sido enterrada Eva Perón en 1957. Cuando el coche fúnebre
estaba cerca de Madrid, los de inteligencia apartaron a Germano del volante y
se dirigieron a la casa de Perón, seguidos por varios autos. El embajador Jorge
Rojas Silveyra efectivizó la entrega. Perón convocó al doctor Pedro Ara, quien la
había embalsamado, para corroborar que se trataba de ella. López Rega no quería
que se firmara el acta de devolución hasta que quedara asentada la autenticidad
del cadáver. También llegó el padre Elías Gómez, confesor de Perón, para
asistirlo espiritualmente. Después arribaron las hermanas de Evita. Isabelita las
ayudó a cambiarle la ropa, a ponerle un vestido nuevo y a colocarla en una mesa
cubierta con una sábana blanca ubicada en el primer piso. Las domésticas le traían
flores frescas cada mañana. Los primeros días, Perón pasaba varias horas junto
a ella. López Rega también. El secretario le insistía a Isabel que la presencia
del cadáver en la casa la ayudaría a afirmar su personalidad, para que pudiera
valerse por sí sola cuando el General no estuviera. Esa era la misión que él se
había impuesto desde que la conoció en 1965: lograr que Isabel tuviera una
personalidad avasalladora, como la de Evita.
Para que Isabel
adquiriera el espíritu de Evita, su conciencia debía entrar en estado de sopor
y perderse para siempre. Debía desconectarse de la persona que era, dejar de
ser ella misma, y ese vacío sería ocupado por el espíritu de Eva. Ella iba a
apoderarse de su cuerpo, obraría a través suyo y guiaría sus acciones. Evita había
sido una vicepresidenta frustrada. Desde entonces, su espíritu no descansaba en
paz. Sólo podía redimir su karma en el cuerpo de Isabel, cuando ella acompañara
al General en la presidencia de la Argentina.
Al poco tiempo
de la llegada del cuerpo de Eva, López Rega comenzó a realizar los ejercicios
de transferencia del espíritu. Subían a la habitación, Isabel se acostaba sobre
una larga mesada, cabeza a cabeza con Eva, y el secretario iniciaba los pases
mágicos. A Isabel, el cadáver la hacía sentir cada vez más pequeña dentro de la
casa. No le gustaba que en su presencia se hablara de la difunta[4].
Uno de los
primeros que difundió la noticia de la transferencia del espíritu de Evita a
Isabel fue Jorge Paladino. Cuando volvió a Buenos Aires, dijo haber visto una
sesión de magia negra una noche que subió al primer piso a llamar a la esposa del
General por orden de su marido. El espectáculo lo paralizó. Fue una de las últimas
veces que Paladino pudo ir a Puerta de Hierro. Al General, su delegado ya no le
servía. En pocos años, Paladino había rearmado el aparato político del peronismo,
recorriendo casi todo el país —con su aire perfumado, que hacía las delicias de
la rama femenina, y a bordo de su Torino Grand Routier de motor cromado— para
atraer a los dirigentes que habían caído bajo la seducción de Vandor o el
neoperonismo. Había ganado un amplio prestigio personal dentro y fuera del
peronismo. Pero ahora el General necesitaba otra política: una actitud más
agresiva frente a los militares. Entonces hizo su apuesta por los sectores "duros".
En ese contexto, la juventud era la nueva estrella del Movimiento Peronista[5].
A las pocas semanas
de la llegada a Puerta de Hierro del cadáver de Evita, López Rega empezó a
sentir los efectos en su cuerpo. Había adelgazado cinco o seis kilos. Su rostro
estaba demacrado. Lo atribuyó al desgaste de su energía por oficiar como médium.
El intento de transferir el espíritu de Eva a Isabel estaba conmoviendo su
propio ser. Perón aprovechó la presencia del empresario Carlos Spadone en
Madrid para pedirle que se lo llevara unos días a Marbella. Alonso, el jefe de
la custodia, tenía un departamento pequeño en esa playa. Podrían aprovechar los
últimos días de sol del verano. Al secretario no le pareció un mal programa. A
las pocas horas estaban comiendo una paella en un restaurante frente a la
Costanera. Luego salieron a caminar. López Rega percibió las vibraciones de la noche
cósmica y se sintió único. Le dieron ganas de hablar e invitó a Spadone a sentarse
en la arena. Tenía que confesarle quién era, a qué aspiraba, aunque sabía que
el joven empresario, como tantos otros, jamás lo comprendería. No le importó. Necesitaba
revelarse.
—Soy gran
maestre masón grado treinta y tres —le dijo—. Cuando está la silla vacía, es
porque yo no estoy. Yo soy Mahoma, Buda, Cristo. Estás teniendo un gran
privilegio en este momento, al poder conversar frente a un ser excepcional. Por
eso Perón me obedece como me obedece. Por eso Perón va a hacer lo que yo quiera.
Por eso son las cosas como son.
Spadone empezó a
sospechar que López Rega deliraba. Si era una broma, le pareció demasiado
pesada. Se mantuvo en silencio, incrédulo.
—Te voy a hacer
una prueba para que entiendas el poder que yo tengo.
—Me gustaría.
—Voy a llamar al
mar. Vení conmigo —le confió el secretario.
Se levantaron y
fueron hasta la orilla. López Rega hundió los pies en el agua
mientras Spadone
se sacudía la arena del pantalón.
—Ahora voy a
llamar a una ola gigante para que nos inunde —anticipó el secretario.
Spadone estaba
sugestionado. Pensó que iba a quedar empapado. Pasaron una, dos, tres olas
pequeñas y a la cuarta, el agua llegó a la orilla con más ímpetu, pegó en la
arena y alcanzó a salpicarles la pantorrilla.
López Rega se
mojó las manos con el agua que volvía al mar y empezó a bendecirlo.
—Ahora, todas
tus energías estáticas se convertirán en poderes dinámicos. Vos también vas a
tener poder —predijo.
Esa noche, en el
hotel, a Spadone le costó conciliar el sueño. Una rara fantasía le hacía pensar
que López Rega podía matarlo.
—Vos estás loco,
López. Yo me voy. Quedate solo —le dijo apenas despertó, al día siguiente.
Se fue al
aeropuerto y tomó el avión a Madrid. Durante varias horas Spadone meditó sobre
si debía informarle al General acerca de lo que había sucedido. A la tarde,
decidió que sí. Perón dormía. Lo recibió Isabel. En el living, Spadone calificó
al secretario de "demente" y le confió lo sucedido:
—Usted —le dijo
a la esposa de Perón— no debería emprender el viaje a la Argentina con él. Si
hace alguna demostración semejante en público, le haría mucho daño al General y
a todo el Movimiento —concluyó.
Algo lo distrajo
mientras hablaba. Sintió pasos que bajaban la escalera. Era López Rega. Spadone
le aseguró que anoche le había dicho cosas siniestras y que lo asustaba que el
General conviviera con una persona así. El secretario la miró a Isabel:
—¿Usted no cree
en las cosas que yo le digo, Isabel?
—Yo creo en todo
lo que usted hace y me dice, Daniel.
Spadone no
entendía qué estaba pasando. Se sentía víctima de una broma macabra. Cordial,
la esposa del General lo invitó a tomar un té con algo sólido, y le pidió que
no se enojara con López Rega. Era una buena persona. Ahora estaba un poco
afectado por la llegada del cadáver de Evita. Al rato, Perón se levantó de la siesta
y bajó las escaleras. Se sorprendió con la presencia de Spadone. Le preguntó por
qué había vuelto tan pronto. El empresario le contó las cosas que había hecho López.
Habló sin convicción. Temía que su relato lo condujera al mismo final que a Paladino.
Perón pareció interpretarlo:
—Carlitos,
quédese tranquilo —le dijo—. Todo lo que usted vio, yo lo sé hace mucho tiempo.
Usted nunca dejará de ser mi amigo, y ésta es su casa. Puede seguir viniendo
las veces que quiera. Si algo malo le ocurrió con López Rega, la culpa fue mía
por no avisarle.
[1] Algunos años más
tarde, cuando tenía orden de captura en todo el mundo, estaba sin dinero y se sentía
abandonado por el también prófugo López Rega, el Gordo Vanni intentó vender las
grabaciones del encuentro Perón-Frondizi. Ofreció las cintas al periodista
Armando Puente, proponiéndole que las ubicara en algún medio de prensa y le
diera un porcentaje a convenir (entrevista con Armando Puente). El dato de que
Valori era un informante de la embajada norteamericana surge de los archivos desclasificados
del Departamento de Estado. En el cable 2.382 del 20 de abril de 1972, David
Lodge, embajador norteamericano en la Argentina, le pide a su par en Roma que
le transmita la lectura de Valori sobre el encuentro Perón-Frondizi. Acerca de
su relación con la embajada norteamericana, en entrevista con el autor, Valori
aseguró que había mantenido vínculos con distintos servicios secretos europeos,
a quienes intentaba convencer de que Perón no era fascista. En cambio, confió
que quien tenía estrechas relaciones con la CIA era Frondizi.
[2] Acerca de los favores que Gelli
habría realizado a Perón en vísperas de su retorno, en el libro Yo, Juan
Domingo Perón, elaborado a partir del testimonio que el General brindara a
su biógrafo Enrique Pavón Pereyra, se indica, en palabras del mismo
Perón, que en 1971 Licio Gelli y Giulio Andreotti lo visitaron en Madrid
y le ofrecieron sus gestiones para entregarle el cadáver de Evita. La
delegación italiana le preguntó en cuánto tiempo lo quería, y ante la
incredulidad de Perón, que llevaba dieciséis años de espera, se lo
prometieron en tres días. En tres días el cadáver llegó. Perón dice que, cuando
ya estaba en el poder, Gelli le pidió la representación comercial de la
Argentina en Europa, en contraprestación por el favor realizado. Perón
le respondió que nunca pagaría con los intereses de la Nación un favor personal,
y que se cortaría las manos antes de hacerlo. El dato curioso es que, una vez
muerto Perón, Gelli obtuvo su cargo de agregado comercial de la
Argentina en la embajada de Roma y que en 1987 fue profanada la tumba de
Perón y le cortaron las manos. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que en el
libro de Pavón Pereyra aparecen algunas contradicciones que no lo hacen del
todo fiable. Por ejemplo, en la página 444, Perón comenta el atentado al
intendente Alberto Campos por parte de Montoneros, cuando éste fue
asesinado en diciembre de 1975, año y medio después de la muerte del propio
Perón. En el largo monólogo, no es sencillo distinguir cuándo habla
Perón y cuándo Pavón. En referencia a la restitución del cadáver de
Evita, Valori, en entrevista con el autor, se mostró reticente a relatar cuál
fue el rol del Vaticano, de Gelli, y el suyo propio, y aseguró que
escribiría un libro sobre ese tema. Véase Juan Domingo Perón, Yo,
Juan Domingo Perón. Relato autobiográfico, ob. cit.
[3] En entrevista
con el autor, Valori indicó que no daba más importancia a López Rega que a la
de "cualquier mucamo". Sin embargo, aseguró que durante el exilio del
General, López Rega fue a Turín, Italia, para pedir a la Fiat una bonificación
personal para influir positivamente en Perón para la realización del Plan
Europa, y se la negaron. Valori no aclaró si el viaje lo realizaron juntos o si
López Rega fue solo. Durante 1972, Valori escribió artículos en Las Bases y
fue condecorado por Perón y López Rega con la "medalla peronista". A
su vez, Isabel Perón, a través de Valori y la RAI, fue condecorada por "sus
servicios distinguidos en apoyo de la comunicación humana".
[4] Isabel Perón
sentía celos del cuerpo embalsamado de Eva. Quizá fuera una resistencia de su
yo más íntimo a perder su propia identidad: se sentía una figura muy pequeña
frente a la dimensión real e imaginaria que representaba el mito de Eva.
Entrevista con el padre Elías Gómez y Domínguez.
[5] Para
desencadenar el fin de la gestión de Paladino, Perón convocó a Galimberti.
Desde el primer encuentro en que llevó la carta de Montoneros, el dirigente
juvenil había reclutado a dirigentes "duros" del peronismo y sumado
grupos juveniles bajo la conducción del Líder; mientras, Paladino había quedado
atrapado en los vaivenes de las negociaciones con Lanusse. Perón organizó un
careo entre su delegado y el dirigente juvenil, poniéndolos en un pie de
igualdad. Galimberti, irreverente, dueño de un verbo atropellado, le criticó al
delegado que no movilizara al peronismo ni realizara afiliaciones en los barrios.
Por su conducción moderada —le dijo a Paladino— el peronismo jamás podría
arrancarles elecciones limpias a los militares. Esa misma noche López Rega
anticipó el reporte del careo a la agencia española EFE. Allí contaba con el
periodista argentino Emilio Abras, canal privilegiado para trasmitir los mensajes
de Perón a Buenos Aires. Paladino quedó en suspenso por unos días hasta que fue
oficialmente despedido. El General detallaría "veinte observaciones"
sobre la gestión de Paladino que lo llevaron a tomar tal determinación. Un
párrafo indica: "Su espíritu absorbente lo llevó a la impotencia para
manejar una organización tan vasta como el peronismo [...] Cuando un solo
hombre quiere manejar personalmente todo, termina por ser una 'rueda loca' que
gira sin engranar sino con muy pocas personas y, en consecuencia, puede haber
de todo menos conducción". Véase Perón-Cooke. Correspondencia, ob.
cit., tomo I, págs. 239-247.
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