martes, 10 de marzo de 2015

FRAGMENTO DE "LOS MITOS GRIEGOS" DE ROBERT GRAVES

 FRAGMENTO DE "LOS MITOS GRIEGOS" DE ROBERT GRAVES




Los emisarios medievales de la Iglesia Católica llevaron a Gran Bretaña, además de todo el cuerpo de la historia sagrada, un sistema universitario continental basado en los clásicos griegos y latinos. Las leyendas autóctonas como las del rey Arturo, Guy de Warwick, Robín Hood, la Bruja Azul de Leicester y el rey Lear eran consideradas lo bastante adecuadas para el vulgo; sin embargo, a comienzos de la época de los Tudor, el clero y las clases cultas se referían con mucha más frecuencia a los mitos que se encuentran en Ovidio, Virgilio y en los resúmenes de las escuelas de enseñanza elemental sobre la Guerra de Troya. Aunque, en consecuencia, no se puede comprender debidamente la literatura oficial inglesa de los siglos XVI al XIX sino a la luz de la mitología griega, los clásicos han perdido últimamente tanto terreno en las escuelas y universidades que ya no se espera que una persona culta sepa (por ejemplo) quiénes pueden haber sido Deucalión, Pélope, Dédalo, Enone, Laocoonte o Antígona. El conocimiento actual .de estos mitos se deriva principalmente de versiones de cuentos de hadas como las de Heroes de Kingsley y Tanglewood Tales de Hawthorne; y a primera vista esto no parece tener mucha importancia, porque durante los dos últimos milenios ha estado de moda descartar los mitos por considerarlos fantasías extrañas y quiméricas, un legado encantador de la infancia de la inteligencia griega, que la Iglesia naturalmente menosprecia para destacar la mayor importancia espiritual de la Biblia. Sin embargo, es difícil sobreestimar su valor en el estudio de la historia, la religión y la sociología europeas primitivas.


«Quimérico» es una forma adjetival del sustantivo quimera, que significa «cabra». Hace cuatro mil años la Quimera no puede haber resultado más fantástica que cualquier emblema religioso, heráldico o comercial en la actualidad. Era un animal solemne de forma compuesta que tenía (como indica Homero) cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de serpiente. Se ha encontrado una Quimera grabada en las paredes de un templo hitita de Carquemis y, lo mismo que otros animales compuestos, como la Esfinge y el Unicornio, debió de ser originalmente un símbolo calendario: cada componente representaba una estación del año sagrado de la reina del Cielo, como lo hacían también, según Diodoro de Sicilia, las tres cuerdas de su lira de concha de tortuga. Nilsson trata de este antiguo año de tres estaciones en su Primitive Time Reckoning (1920).

Sin embargo, sólo una pequeña parte del cuerpo enorme y desorganizado de la mitología griega, que contiene importaciones de Creta, Egipto, Palestina, Frigia, Babilonia y otras regiones, puede ser clasificada correctamente, con la Quimera, como verdadero mito. El verdadero mito se puede definir como la reducción a taquigrafía narrativa de la pantomima ritual realizada en los festivales públicos y registrada gráficamente en muchos y  casos en las paredes de los templos, en jarrones, sellos, tazones, espejos, cofres, escudos, tapices, etc. La Quimera y los otros animales del calendario deben de haber figurado prominentemente en esas representaciones dramáticas que, a través de sus registros iconográficos y orales, se convirtieron en la primera autoridad o carta constitucional de las instituciones religiosas de cada tribu, clan o ciudad. Sus temas eran actos de magia arcaicos que promovían la fertilidad o la estabilidad del reino sagrado de una reina o un rey —los de las reinas habían precedido, según parece, a los de los reyes en toda la zona de habla griega— y enmiendas de aquéllos introducidas de acuerdo con lo que requerían las circunstancias. El ensayo de Luciano Sobre la danza registra un número imponente de pantomimas rituales que todavía se ejecutaban en el siglo II d. de C.; y la descripción de Pausanias de las pinturas del templo de Delfos y de las tallas del Cofre de Cipselo indica que una cantidad inmensa de inscripciones mitológicas misceláneas, de las que no queda actualmente rastro alguno, sobrevivía en el mismo período.

El verdadero mito debe distinguirse de:

1. La alegoría filosófica, como la cosmogonía de Hesíodo.
2. La explicación «etiológica» de mitos que ya no se comprenden, como el uncimiento por parte de Admeto de un león y un jabalí a su carro.
3. La sátira o parodia, como el relato de Sueno sobre la Atlántida.
4. La fábula sentimental, como el relato de Narciso y Eco.
5. La historia recamada, como la aventura de Arión con el delfín.
6. El romance juglaresco, como la fábula de Céfalo y Procris.
7. La propaganda política, como la Federalización del Ática por Teseo.
8. La leyenda moral, como la historia del collar de Erifile.
9. La anécdota humorística, como la farsa de Heracles, Ónfale y Pan en el dormitorio.
10. El melodrama teatral, como el relato de Téstor y sus hijas.
11. La saga heroica, como el argumento principal de la Ilíada.
12. La ficción realista, como la visita de Odiseo a los Feacios.

Sin embargo, pueden hallarse auténticos elementos míticos incrustados en las fábulas menos prometedoras, y la versión más completa o más esclarecedora de un mito determinado rara vez la proporciona un solo autor; cuando se busca su forma original tampoco se puede dar por supuesto que cuanto más antigua sea la fuente escrita, tanto más autorizada ha de ser. Con frecuencia, por ejemplo, el travieso alejandrino Calímaco o el frívolo Ovidio augustal, o el sumamente aburrido Tzetzes, del último período bizantino, dan una versión de un mito evidentemente anterior a la que dan Hesíodo o los trágicos griegos; y la Excidium Troiae del siglo XIII es, en partes, míticamente más fidedigna que la Ilíada. Cuando se quiere explicar una narración mitológica o seudo-mito-lógica se debe prestar siempre una atención cuidadosa a los nombres, el origen tribal y los destinos de los personajes que en ella figuran y luego darle de nuevo la forma de ritual dramático, con lo cual sus elementos incidentales sugerirán a veces una analogía con otro mito al que se ha dado una torsión anecdótica completamente diferente y arrojarán luz sobre los dos.

Un estudio de la mitología griega debería comenzar con un análisis de los sistemas políticos y religiosos que prevalecían en Europa antes de la llegada de los invasores arios procedentes del norte y del este. Toda la Europa neolítica, a juzgar por los artefactos y mitos sobrevivientes, poseía un sistema dé ideas religiosas notablemente homogéneo, basado en la adoración de la diosa Madre de muchos títulos, que era también conocida en Siria y Libia.

La Europa antigua no tenía dioses. A la Gran Diosa se la consideraba inmortal, inmutable y omnipotente; y en el pensamiento religioso no se había introducido aun el concepto de la paternidad. Tenía amantes, pero por placer, y no para proporcionar un padre a sus hijos. Los hombres temían, adoraban y obedecían a la matriarca, siendo el hogar que ella cuidaba en una cueva o una choza su más primitivo centro social y la maternidad su principal misterio. Por lo tanto, la primera víctima de un sacrificio público griego era ofrecida siempre a Hestia, diosa del Hogar. La imagen blanca y anicónica de la diosa, quizás su emblema más difundido, que aparece en Delfos como el omphalos u ombligo, puede haber representado originalmente el elevado montón blanco de ceniza apretadamente acumulada que encerraba el carbón encendido, y que constituye el medio más fácil de conservar el fuego sin humo. Más tarde se identificó gráficamente con el montón blanqueado con cal bajo el cual se ocultaba el muñeco de cereal de la cosecha, que se sacaba germinando en la primavera; o con el montón de conchas marinas, o cuarzo, o mármol blanco, bajo el cual se enterraba a los reyes difuntos. No sólo la luna, sino también (a juzgar por Hemera de Grecia y Grainne de Irlanda) el sol eran los símbolos celestiales de la diosa. Sin embargo, en la mitología griega más antigua, el sol cede la precedencia a la luna, que inspira el mayor temor supersticioso, no se oscurece al declinar el año y tiene como atributo el poder de conceder o negar el agua a los campos.

Las tres fases de la luna nueva, llena y vieja recordaban las tres fases de doncella, ninfa (mujer núbil) y vieja de la matriarca. Luego, puesto que el curso anual del sol recordaba igualmente el desarrollo y la declinación de sus facultades físicas —en la primavera doncella, en el verano ninfa y en el invierno vieja— la diosa llegó a identificarse con los cambios de estación en la vida animal y vegetal; y en consecuencia con la Madre Tierra, quien al principio del año vegetativo sólo produce hojas y capullos, luego flores y frutos y al final deja de producir. Más tarde se la pudo concebir como otra tríada: la doncella del aire superior, la ninfa de la tierra o el mar, y la vieja del mundo subterráneo, representadas, respectivamente, por Selene, Afrodita y Hécate. Estas analogías místicas fomentaron el carácter sagrado del número tres, y la diosa Luna aumentó hasta nueve sus facetas cuando cada una de las tres personas —doncella, ninfa y anciana— apareció en tríada para demostrar su divinidad. Sus devotos nunca olvidaron por completo que no existían tres diosas, sino una sola, aunque en la época clásica el templo de Estínfalo en Arcadia era uno de los pocos subsistentes donde todas ellas llevaban el mismo nombre: Hera.

Una vez admitida oficialmente la relación entre el coito y el parto —un relato de este momento decisivo en la religión aparece en el mito hitita del cándido Appu (H. G. Güterbock: Kumarbi, 1946)— la posición religiosa del hombre mejoró poco a poco y se dejó de atribuir a los vientos o los ríos la preñez de las mujeres. Parece ser que la ninfa o reina tribal elegía un amante anual entre los hombres jóvenes que la rodeaban, un rey que debía ser sacrificado cuando terminaba el año, haciendo de él un símbolo de la fertilidad más bien que el objeto de su placer erótico. Su sangre se rociaba para que fructificasen los árboles, las cosechas y los rebaños, y su carne era, según parece, comida cruda por las ninfas compañeras de la reina —sacerdotisas que llevaban máscaras de perras, yeguas o cerdas. Luego, como una modificación de esta práctica, el rey moría tan pronto como el poder del sol, con el que se identificaba, comenzaba a declinar en el verano, y otro joven, mellizo suyo, o supuesto mellizo —un antiguo término irlandés muy apropiado es “tanist”[1] — se convertía en el amante de la reina, para ser debidamente sacrificado en pleno invierno y, como recompensa, reencarnarse en una serpiente oracular. Estos consortes adquirían el poder ejecutivo sólo cuando se les permitía representar a la reina llevando sus vestiduras mágicas. Así comenzó la monarquía sagrada y, aunque el sol se convirtió en un símbolo de la fertilidad masculina una vez identificada la vida del rey con el curso de sus estaciones, siguió estando bajo la tutela de la Luna, así como el rey siguió bajo la tutela de la reina, al menos en teoría, hasta mucho tiempo después de haber sido superada la fase matriarcal. Así pues, las brujas de Tesalia (una región conservadora) solían amenazar al Sol, en nombre de la Luna, con envolverlo en una noche perpetua.(Apuleyo, Metamorfosis, iii.16)

Sin embargo, no hay prueba alguna de que, ni siquiera cuando las mujeres ejercían la soberanía en las cuestiones religiosas, se negaran a los hombres algunos campos en los que pudieran actuar sin la supervisión femenina; aunque es muy posible que adoptaran muchas de las características del «sexo más débil» hasta entonces consideradas funcionalmente propias del hombre. Se les podía confiar la caza, la pesca, la recolección de ciertos alimentos, el cuidado de manadas y rebaños y la ayuda para defender el territorio tribal contra los intrusas, con tal que no trasgredieran la ley matriarcal. Se elegían jefes de los clanes totémicos y se les concedían ciertos poderes, especialmente en tiempo de migración o guerra. Las reglas para determinar quién debía actuar como supremo jefe varón variaban, según parece, en los diferentes matriarcados: habitualmente se elegía al tío materno de la reina, o a su hermano, o al hijo de su tía materna. El jefe supremo de la tribu más primitiva tenía también autoridad para actuar como juez en las disputas personales entre hombres, con tal de que no se menoscabase con ello la autoridad religiosa de la reina. La sociedad matrilineal más primitiva que sobrevive en la actualidad es la de los hogares de la India meridional, donde las princesas, aunque se casan con maridos niños de los que se divorcian inmediatamente, tienen hijos con amantes de cualquier posición social; y las princesas de varias tribus matrilineales del África Occidental se casan con extranjeros o plebeyos. Las mujeres de la realeza griega pre-helénica también consideraban como cosa corriente tomar amantes entre sus siervos, si las Cien Casas de Lócride y los locros epicefirios no fueron excepcionales.

Al principio se calculaba el tiempo por las fases de la luna, y toda ceremonia importante se realizaba en una de esas fases; los solsticios y equinoccios no eran determinados con exactitud sino por aproximación a la siguiente luna nueva o llena. El número siete adquirió una santidad peculiar porque el rey moría en la séptima luna llena después del día más corto. Inclusive cuando, tras una cuidadosa observación astronómica, se demostró que el año solar tenía 364 días, con algunas horas más, hubo que dividirlo en meses —es decir ciclos lunares— antes que en fracciones del ciclo solar. Esos meses se convirtieron más tarde en lo que el mundo de habla inglesa sigue llamando “common-law months” (meses de derecho consuetudinario), cada uno de veintiocho días; el veintiocho era un número sagrado, en el sentido de que la luna podía ser adorada como una mujer, cuyo ciclo menstrual es normalmente de veintiocho días, y que éste es también él verdadero período de las revoluciones de la luna en función del sol. La semana de siete días era una, unidad del mes de derecho consuetudinario, y el carácter de cada día se deducía, al parecer, de la cualidad atribuida al correspondiente mes de la vida del rey sagrado. Este sistema llevó a una identificación todavía más íntima de la mujer con la luna y, puesto que el año de 364 días es exactamente divisible por veintiocho, la serie anual de los festivales populares se podía engranar con esos meses prescritos por la costumbre. Como tradición religiosa, los años de trece meses sobrevivieron entre los campesinos europeos durante más de un milenio después de la adopción del Calendario Juliano; así Robín Hood, quien vivió en la época de Eduardo II, pudo exclamar en una balada que celebraba el festival del Primero de Mayo:

¿Cuántos meses felices hay en el año?
Hay trece, digo

lo que un editor Tudor ha alterado cambiándolo por «Sólo hay doce, digo...». Trece, el número del mes de la muerte del sol, nunca ha perdido su mala reputación entre los supersticiosos. Los días de la semana estaban a cargo de los Titanes: los genios del sol, de la luna y de los cinco planetas descubiertos hasta entonces, que eran responsables de ellos ante la diosa como Creadora. Este sistema se desarrolló probablemente en la matriarcal Sumeria.

Así el sol pasaba por trece etapas mensuales que comenzaban en el solsticio de invierno, cuando los días vuelven a alargarse después de su larga decadencia otoñal. El día extra del año sideral, obtenido del año solar mediante la revolución de la tierra alrededor de la órbita del sol, fue intercalado entre el mes decimotercero y el primero, y se convirtió en el día más importante de los 365, la ocasión en que la ninfa tribal elegía el rey sagrado, generalmente el vencedor en una carrera, una lucha o un torneo de arqueros. Pero este calendario primitivo sufrió modificaciones: en algunas regiones el día extra parece haber sido intercalado, no en el solsticio de invierno, sino en algún otro Año Nuevo, en el día de la Candelaria, cuando se hacen evidentes las primeras señales de la primavera; en el equinoccio de primavera, cuando se considera que el sol llega a la madurez; o en el solsticio estival; o en el orto de Sirio, cuando se produce la creciente del Nilo; o en el equinoccio otoñal, cuando caen las primeras lluvias.

La mitología griega primitiva se relaciona, sobre todo, con las cambiantes relaciones entre la reina y sus amantes, que comienzan con sus sacrificios anuales o bi-anuales y terminan, en la época en que se compuso la Ilíada y los reyes se jactaban de que «¡Somos mucho mejores que nuestros padres!», con el eclipse de aquélla por una monarquía masculina ilimitada. Numerosas analogías africanas ilustran las etapas progresivas de este cambio.

Una gran parte del mito griego es historia político-religiosa. Belerofonte, por ejemplo, doma a Pegaso, el caballo alado, y mata a la Quimera. Perseo, en una variante de la misma leyenda, vuela a través del aire y decapita a la madre de Pegaso, la gorgona Medusa; Marduk, un héroe babilonio, mata a la monstruosa Tiamat, diosa del Mar. El nombre de Perseo debería escribirse propiamente Pterseus, «el destructor»; y éste no era, como ha sugerido el profesor Kerenyi, una representación arquetípica de la Muerte, sino que, probablemente, representaba a los helenos patriarcales que invadieron Grecia y el Asia Menor a comienzos del segundo milenio a. de C., y desafiaron el poder de la Triple Diosa. Pegaso le fue consagrado porque el caballo, con sus cascos en forma de luna, figuraba en las ceremonias para producir lluvia y en la instalación de los reyes sagrados; sus alas simbolizaban una naturaleza celestial más bien que la velocidad. Jane Harrison ha señalado (Prolegomena to the Study of Greek Religión, Capítulo V) que Medusa era en un tiempo la diosa misma que se ocultaba tras una máscara profiláctica de gorgona: un rostro espantoso cuyo fin era el de prevenir al profano contra la violación de sus Misterios. Perseo decapita a Medusa, es decir, los helenos saquearon los principales templos de la diosa, despojaron a sus sacerdotisas de sus máscaras de gorgonas y se apoderaron de sus caballos sagrados —una representación primitiva de la diosa con cabeza de gorgona y cuerpo de yegua se ha encontrado en Beocia. Belerofonte, el doble de Perseo, mata a la Quimera licia: es decir que los helenos anularon el antiguo calendario medusino y lo reemplazaron con otro.

Asimismo, la destrucción por Apolo de Pitón en Delfos parece registrar la captura por parte de los aqueos del templo de la diosa Tierra cretense; y lo mismo se puede decir de la intentada violación de Dafne, a quien Hera metamorfoseó inmediatamente en un laurel. Este mito ha sido citado por psicólogos freudianos como un símbolo del horror instintivo que siente una muchacha por el acto sexual; pero Dafne era todo menos una virgen asustada. Su nombre es una contracción de Daphoene, «la sanguinaria», la diosa en estado de ánimo orgiástico, cuyas sacerdotisas, las Ménades, masticaban hojas de laurel para embriagarse y periódicamente salían corriendo en noches de luna llena asaltando a viajeros incautos y despedazando a niños o animales jóvenes; el laurel contiene cianuro de potasio. Estos colegios de Ménades fueron suprimidos por los helenos y sólo el bosquecillo de laurel testimoniaba que Daphoene había ocupado anteriormente los templos: la masticación de laurel por alguien que no fuera la sacerdotisa profética de Belfos, a la que Apolo conservaba a su servicio en ese templo, estuvo prohibida en Grecia hasta la época romana.

Las invasiones helénicas de comienzos del segundo milenio a. de C., llamadas habitualmente eólica y jónica, parecen haber sido menos destructoras que la aquea y la doria, a las que precedieron. Pequeña bandas armadas de pastores que adoraban a la trinidad de dioses aria —Indra, Mitra y Varuna— cruzaron la barrera natural del monte Otris y se adhirieron, bastante pacíficamente, a las colonias pre-helénicas de Tesalia y Grecia Central. Fueron aceptados como hijos de la diosa local y proporcionaron a ésta reyes sagrados. De este modo una aristocracia militar masculina se reconcilió con la teocracia femenina no sólo en Grecia, sino también en Creta, donde los helenos consiguieron establecerse y exportar la civilización cretense a Atenas y el Peloponeso. Con el tiempo llegó a hablarse el griego en todo el Egeo y, en la época de Herodoto, solamente un oráculo hablaba en un lenguaje pre-helénico (Herodoto: viii, 134-5). El rey actuaba como el representante de Zeus, o Posidón, o Apolo, y se hacía llamar por uno u otro de esos nombres, aunque Zeus fue durante siglos un mero semidiós y no una divinidad olímpica inmortal. Todos los mitos primitivos sobre la seducción de ninfas por los dioses se refieren, al parecer, a casamientos entre caudillos helenos y sacerdotisas de la Luna locales; a los que se oponía enconadamente Hera, o sea el sentimiento religioso conservador.

Cuando la brevedad del reinado del rey empezó a resultar fastidiosa se convino en prolongar el año de trece meses hasta el Gran Año de cien lunaciones, al final del cual se produce una casi coincidencia del tiempo solar y el lunar. Pero como todavía había que fructificar los campos y las cosechas, el rey accedía a sufrir una falsa muerte anual y a ceder su soberanía durante un día —el intercalado, que quedaba fuera del año sideral sagrado— al rey niño substituto, o interrex, que moría a su término y cuya sangre era utilizada para la ceremonia de la aspersión. Luego el rey sagrado, o bien gobernaba durante todo el período de un Gran Año, con un «tanista» como lugarteniente, o los dos reinaban durante años alternos, o bien la reina les permitía dividir el reino en dos mitades y reinar concurrentemente. El rey representaba a la reina en muchas funciones sagradas, se ataviaba con las vestiduras de ella, llevaba pechos falsos, tomaba prestada su hacha lunar como un símbolo de poder e incluso se encargaba de su arte mágico de producir la lluvia. Su muerte ritual variaba mucho en los detalles; podía ser despedazado por mujeres feroces, traspasado con una lanza de pastinaca, derribado con un hacha, pinchado en el talón con una flecha envenenada, arrojado por un acantilado, quemado en una pira, ahogado en un estanque o muerto en un accidente de carro preparado de antemano. Pero debía morir. Se llegó a una nueva etapa cuando los niños fueron sustituidos por animales en el altar del sacrificio y el rey se negaba a morir una vez finalizado su prolongado reinado. Después de dividir el reino en tres partes y de conceder una parte a cada uno de sus sucesores, reinaba durante otro período de tiempo con la excusa de que se había descubierto una aproximación más estrecha del tiempo solar y el lunar, a saber diecinueve años o 325 lunaciones. El Gran Año se había convertido en un Año Mayor.

Durante estas etapas sucesivas, reflejadas en numerosos mitos, el rey sagrado seguía manteniendo su posición sólo por derecho de matrimonio con la ninfa tribal, que era elegida bien como resultado de una carrera pedestre entre sus compañeras de la casa real, o bien por ultimogenitura, es decir, por ser la hija núbil más joven de la rama más reciente. El trono seguía siendo matrilineal, como lo era teóricamente incluso en Egipto, y, en consecuencia, el rey sagrado y su «tanista», eran elegidos siempre fuera de la casa real femenina; hasta que algún rey osado decidió por fin cometer incesto con la heredera, considerada como su hija, y conseguir así un nuevo derecho al trono cuando hubiese que renovar su reinado.

Las invasiones aqueas del siglo XIII a. de C. debilitaron gravemente la tradición matrilineal. Al parecer, el rey se las ingeniaba para reinar durante toda su vida natural; cuando llegaron los dorios, hacia el final del segundo milenio, la sucesión patriarcal se convirtió en regla. Un príncipe ya no abandonaba la casa de su padre y se casaba con una princesa extranjera; ella iba a vivir con él, como hizo Penélope convencida por Odiseo. La genealogía se hizo patrilineal, aunque un episodio samio mencionado en la Vida de Homero del seudo Herodoto demuestra que durante algún tiempo después de que las Apaturias, o sea el Festival del Parentesco Masculino, habían reemplazado al del Parentesco Femenino, los ritos consistían todavía en sacrificios a la Diosa Madre a los que no podían asistir los hombres.

Entonces se convino en el sistema familiar olímpico como una transacción entre los puntos de vista helénico y pre-helénico: una familia divina de seis dioses y seis diosas, encabezada por los cosoberanos Zeus y Hera, que formaba un Consejo de Dioses al estilo de Babilonia. Pero tras una rebelión de la población pre-helénica, descrita en la Ilíada como una conspiración contra Zeus, Hera quedó subordinada a aquél, Atenea se declaró «totalmente en favor del Padre» y al final Dioniso aseguró la preponderancia masculina en el Consejo desalojando a Hestia. Sin embargo, las diosas, aunque quedaron en minoría, no llegaron nunca a ser excluidas por completo —como lo fueron en Jerusalén— porque los venerados poetas Homero y Hesíodo «habían dado a las deidades sus títulos y distinguido sus diversas incumbencias y facultades especiales». (Herodoto: ii.53), que no podían ser expropiados fácilmente. Es más, el sistema de reunir a todas las mujeres de sangre regia bajo la dirección del rey para desalentar así los posibles atentados de extraños contra un trono matrilineal, adoptado en Roma cuando se fundó el Colegio de las Vestales, y en Palestina cuando el rey David formó su harén regio, nunca llegó a Grecia. La descendencia, la sucesión y la herencia por línea paterna impiden la creación de nuevos mitos; entonces comienza la leyenda histórica y se desvanece a la luz de la historia común.

Las vidas de personajes como Heracles, Dédalo, Tiresias y Finco abarcan varias generaciones, porque son títulos más bien que nombres de determinados héroes. Sin embargo, los mitos, aunque es difícil conciliarlos con la cronología, son siempre prácticos: insisten en algún punto de la tradición, por mucho que se haya podido deformar el significado en la narración. Tómese, por ejemplo, la confusa fábula del sueño de Éaco, en el que las hormigas que caen de una encina oracular se convierten en hombres y colonizan la isla de Egina después de haberla despoblado Hera. Aquí los puntos más interesantes son: que la encina había nacido de una bellota de Dodona, que las hormigas eran hormigas tesalias y que Éaco era nieto del río Asopo. Estos elementos se combinaban para proporcionar una historia concisa de las inmigraciones a Egina hacia el final del segundo milenio a. de C.

A pesar de la semejanza de desarrollo en los mitos griegos, todas las interpretaciones minuciosas de leyendas detalladas estarán abiertas a discusión hasta que los arqueólogos puedan proporcionar una tabulación más exacta de los movimientos tribales en Grecia y de sus fechas. Sin embargo, el examen histórico y antropológico es el único razonable; la teoría de que la Quimera, la Esfinge, la Gorgona, los Centauros, los Sátiros y otros seres parecidos son precipitaciones ciegas del inconsciente colectivo jungiano a las que nunca se ha atribuido, ni se podía atribuir, un significado preciso, es desmostrablemente falsa. Las edades del bronce y la primitiva del hierro en Grecia no fueron la infancia de la humanidad, como indica el Dr. Jung. El que Zeus se tragara a Metis, por ejemplo, y luego diera a luz a Atenea a través de un orificio abierto en su cabeza, no es una fantasía irreprimible, sino un ingenioso dogma teológico que incluye por lo menos tres opiniones contradictorias:

1)           Atenea era la hija partenogénica de Metis; es decir la persona más joven de la Tríada encabezadas por Metis, diosa de la Sabiduría.
2)           Zeus tragó a Metis; es decir que los aqueos suprimieron su culto y atribuyeron toda la sabiduría a Zeus como su dios patriarcal.
3)           Atenea era hija de Zeus; es decir que los aqueos adoradores de Zeus no destruyeron los templos de Atenea a condición de que sus adoradores aceptaran la soberanía suprema de Zeus.

La deglución de Metis por Zeus, con su consecuencia, tenía que ser representada gráficamente en las paredes de un templo; y así como el erótico Dioniso —en otro tiempo hijo partenogénico de Semele— renació de su muslo, también la intelectual Atenea renació de su cabeza.

Si algunos mitos desconciertan a primera vista ello se debe con frecuencia a que el mitógrafo ha interpretado mal, accidental o deliberadamente, una imagen sagrada o un rito dramático. Yo he llamado a ese procedimiento «iconotropía» y se pueden encontrar ejemplos de ella en todos los cuerpos de literatura sagrada que ponen el sello sobre una reforma radical de creencias antiguas. El mito griego abunda en ejemplos iconotrópicos. Las mesas de taller con tres patas, de Hefesto, por ejemplo, que se trasladaban por sí solas a las asambleas de los dioses y volvían del mismo modo (Ilíada, XVIII. 368 y ss.), no son, como sugiere sutilmente el Dr. Charles Seltman en su Twelve Olympian Gods, anticipaciones de los automóviles, sino discos del Sol dorados con tres patas cada uno (como el emblema de la isla de Man), y representan, al parecer, el número de los años de tres estaciones durante los cuales se permitía reinar a un «hijo de Hefesto» en la isla de Lemnos. Asimismo el llamado «Juicio de Paris», en el que se apela a un héroe para que decida entre los encantos rivales de tres diosas y otorgue su manzana a la mas bella, es el testimonio de una antigua situación ritual superada en la época de Homero y Hesíodo. Esas tres diosas en tríada: Atenea, la doncella; Afrodita, la ninfa: y Hera, la anciana son una sola diosa, y es Afrodita quien ofrece la manzana a Paris, no ella quien la recibe de él. Esta manzana, que simboliza su amor comprado por Paris al precio de su vida, será el pasaporte de este para los Campos Elíseos, los huertos de manzanas del occidente en los que sólo son admitidas las almas de los héroes. Un don análogo se ofrece con frecuencia en el mito irlandés y gales, del mismo modo en que las Tres Hespérides lo ofrecen a Heracles y Eva «la Madre de Todo lo Viviente» a Adán. Así Némesis, diosa del bosquecillo sagrado que en el mito posterior se convirtió en un símbolo de la venganza divina sobre los reyes orgullosos, lleva una rama de la que cuelga una manzana, su don a los héroes. Todos los paraísos de las edades neolítica y de bronce son islas llenas de huertos; la propia palabra paraíso debería significar «huerto».

La verdadera ciencia del mito debería comenzar con un estudio de la arqueología, la historia y la religión comparada, no en el consultorio del psicoterapeuta. Aunque jungianos sostienen que «los mitos son revelaciones originales de la psique pre-consciente, informes involuntarios acerca de acontecimientos psíquicos inconscientes», el contenido de la mitología griega no era más misterioso que las modernas caricaturas electorales, y en su mayor parte fue formulada en territorios que mantenían estrechas relaciones políticas con la Creta minoica, país lo bastante sofisticado como para contar con archivos escritos, edificios de cuatro pisos con un sistema de cañerías higiénicas, puertas con cerraduras de aspecto moderno, marcas de fábrica registradas, ajedrez, un sistema central de pesos y medidas y un calendario basado en pacientes observaciones astronómicas.

Mi método ha consistido en reunir en una narración armoniosa todos los elementos diseminados de cada mito, apoyados por variantes poco conocidas que pueden ayudar a determinar el significado, y en responder a todas las preguntas que van surgiendo, lo mejor que puedo, en términos antropológicos o históricos. Me doy buena cuenta de que ésta es una tarea demasiado ambiciosa para que la emprenda un solo mitólogo, por largo y arduo que sea su trabajo. Pueden deslizarse en ella errores. Permítaseme que haga hincapié en que cualquier afirmación que se hace aquí acerca de la religión o del, ritual mediterráneos antes de la aparición de documentos; escritos es conjetural. Sin embargo, desde que este libro se publicó per primera vez en 1955, me han alentado a las íntimas analogías que E. Meyrowitz hace en su libro Akan Cosmológical Drama (Faber and Faber) acerca de los cambios religiosos y sociales que aquí se presumen. La población de Akan es el resultado de una antigua emigración hacia el sur de bereberes de Libia —primos de los pobladores pre-helénicos de Grecia— desde los oasis del desierto del Sahara (véase 3.3) y sus casamientos en Tombuctú con negros del río Níger. En el siglo XI d. de Cristo, avanzaron todavía más hacia el sur, hasta lo que es ahora Ghana. Cuatro tipos de culto diferentes subsisten entre ellos. En el más primitivo adoran a la Luna como la suprema, triple diosa Ngame, claramente idéntica a la Neith libia, la Tanit cartaginesa, la Anatha cananea y la Atenea griega primitiva (véase 8.1). Se dice que Ngame dio a luz los cuerpos celestiales por sus propios esfuerzos (véase 1.1) y que luego dio vida a los hombres y animales arrojando flechas mágicas con su arco en forma de luna nueva a sus cuerpos inertes. También se dice de ella, en su aspecto homicida, que quita la vida, como hacía su equivalente la diosa Luna Ártemis (véase 22.1). A una princesa de linaje real se la juzga capaz, en épocas inestables, de ser vencida por la magia lunar de Ngame y parir una divinidad tribal que fija su residencia en un templo y conduce a un grupo de emigrantes a alguna región nueva. Esta mujer se convierte en reina madre, jefe en la guerra, juez y sacerdotisa de la colonia que funda. Entretanto la divinidad se ha revelado como un animal totémico protegido por un tabú riguroso, aparte de la cacería anual y el sacrificio de un ejemplar único; esto arroja luz sobre la cacería de la lechuza que realizaban anualmente los pelasgos en Atenas (véase 97.4). Entonces se forman estados que consisten en federaciones tribales, y la divinidad tribal más poderosa se convierte en el dios del Estado.

El segundo tipo de culto señala la coalescencia de Akan con los adoradores sudaneses de un dios Padre, Odomankoma, quien pretendía haber creado el universo por sí solo (véase 4.c); los dirigían, al parecer, caudillos varones elegidos y habían adoptado la semana de siete días sumeria. Como un mito de transacción, se dice ahora que Ngame dio vida a la creación muerta de Odo-mankoma; y cada divinidad tribal se convierte en una de las siete potencias planetarias. Estas potencias planetarias —como he supuesto que sucedió también en Grecia cuando llegó del Oriente el culto de los Titanes (véase 11.3)— forman parejas de varón y hembra. La reina madre del Estado, como representante de Ngame, realiza un casamiento sagrado anual con el representante de Odomankoma, es decir su amante elegido, a quien, al terminar el año, los sacerdotes matan y desuellan. La misma práctica parece haber prevalecido entre los griegos (véase 9.a y 21.5).

En el tercer tipo de culto el amante de la reina madre se convierte en rey y es venerado como el aspecto masculino de la Luna, análogamente al dios fenicio Baal Haman; y un muchacho que desempeña el papel de rey muere en substitución de él cada año (véase 30.1). La reina madre delega entonces los poderes de principal funcionario ejecutivo en un visir y se concentra en sus propias funciones fertilizantes rituales.

En el cuarto tipo de culto el rey, habiendo conseguido el homenaje de varios reyezuelos, abroga su aspecto de dios Luna y se proclama rey Sol al estilo egipcio (véase 67.1 y 2). Aunque sigue celebrando el casamiento sagrado anual, se libera de la dependencia de la Luna. En esta etapa el casamiento patrilocal reemplaza al matrilocal, y a las tribus se les proporciona antepasados varones heroicos a los que puedan adorar, como sucedió en Grecia, aunque la adoración del sol nunca desalojó allí a la adoración del trueno.

Entre los akan, cada cambio en el ritual de la corte queda señalado por una agresión al mito aceptado de los acontecimientos celestiales. Así, si el rey ha nombrado a un portero real para dar más lustre a su oficio lo ha casado con una princesa, se anuncia que un portero divino del Cielo ha hecho lo mismo. Es probable que el casamiento de Heracles con la diosa Hebe y su designación como portero de Zeus (véase 145.i y j) reflejara un acontecimiento análogo en la corte de Micenas; y que los banquetes divinos en el Olimpo reflejaran celebraciones análogas en Olimpia bajo la presidencia conjunta del rey supremo de Micenas, semejante a Zeus, y la suma sacerdotisa de Hera en Argos.






[1] Heredero famoso de los jefes gaélicos elegido en vida de éstos. (N. del T.)

sábado, 31 de enero de 2015

¿Quién era Wylfrid Wojnicz? (por Marcelo Dos Santos)

¿Quién era Wylfrid Wojnicz?


 Fragmento de El manuscrito Voynich, de Marcelo Dos Santos, 2005



Wojnicz, preso

El hombre cuyo apellido terminaría asociado para siempre al misterio del manuscrito es, en sí mismo, también una figura misteriosa y difícil de estudiar, muy adecuada a las complejidades y tinieblas que envuelven a la obra que le dio fama. Fue bautizado Wylfrid Michal Habdank-Wojnicz, y tenía ascendencia polaca, como demuestra su apellido. En efecto, Habdank es el nombre de un clan heráldico polaco.

Wylfrid Wojnicz nació el 31 de octubre de 1865, la víspera de la fiesta de Todos los Santos, en la ciudad de Kaunas (Kowno), cerca de Grodno, Lituania. Era hijo de un oficial subalterno del ejército polaco, y el magro salario de su padre le permitió estudiar y llegar a las universidades de Varsovia y San Petersburgo. Su talento innato para las ciencias le ayudó, muy joven, a graduarse como químico en la Universidad de Moscú, y obtener más tarde una licencia para ejercer la farmacia.

El compromiso político con los nacientes ideales del comunismo y el anarquismo irrumpieron pronto en su vida: la influencia de Marx y Engels, así como la simpatía por los escritos anarquistas de Bakunin, lo arrastraron hacia el bando revolucionario y a la organización clandestina Narodnaya Volia (literalmente, “la voluntad del pueblo”), en donde, según algunos autores, también militaba Stepniak, nombre de guerra del miltante anarquista Serguéi Kravchinski. La Volia tenía la particularidad de ser la única organización revolucionaria rusa que preconizaba el terrorismo como método para realizar la revolución socialista.

En 1885, Wojnicz regresó a Varsovia para unirse a la organización revolucionaria polaca Proletarjat, que había formalizado un pacto con su análoga rusa un año antes. En Proletarjat, Wylfrid conoció a revolucionarios de renombre, como Rosa Luxemburgo. Allí militaba, además, un colega de su padre que había acabado siendo disidente y prorrevolucionario, el teniente coronel Bielanowsky. Éste, tras advertir que Wojnicz procedía del extranjero, y admirando la perfección con que hablaba el ruso – sin rastro de acento polaco -, lo reclutó para una peligrosa y difícil misión que debía llevarse a cabo de inmediato.

Bielanowsky prestaba servicios en la Ciudadela, en cuya cárcel el estado polaco tenía prisioneros a dos revolucionarios sentenciados a muerte: Piotr Bardowski, de cuarenta años, y Stanislaw Kunicki, de tan sólo veinticinco. La idea era ayudarles a fugarse. Bielanowsky entregó a Wojnicz las contraseñas para entrar en la Ciudadela, y juntos elaboraron un minucioso plan de fuga para sus camaradas condenados.

Sin embargo, un traidor los delató. Cuando intentaron huir descubrieron que las tropas los estaban esperando. El plan fracasó, y Bardowski y Kunicki fueron ejecutados en la horca el 28 de enero de 1886. Wojnicz y otros revolucionarios fueron arrestados y enviados a prisión.

Horrorizado por las muertes de los dos compañeros que él debía haber salvado, Wylfrid Wojnicz medía con largos pasos la estrecha celda en la que lo habían confinado, observando a través de los fuertes barrotes de la ventana la plaza de armas donde se levantaba el patíbulo que acaso también lo esperaba a él.

El domingo de pascua de 1887, Wojnicz vio pasar a una muchacha, delgada y elegante en su vestido negro. Era muy joven y, a pesar de la distancia, el miserable prisionero quedó embelesado por su melena rubia y su altiva belleza.

La imagen de la muchacha quedó grabada en su mente: esta visió acompañó su triste vida de preso sin esperanzas. Desesperado, Wojnicz pensaba en el cabello de la joven desconocida mientras aguardaba el proceso que, quizá, terminaría con su vida.

El destierro de Wojnicz

La sentencia del tribunal llegó en mayo de 1887, y el lituano salvó su vida pero no su libertad: la sentencia fue el destierro a la gélida y remota Siberia Oriental. Viéndose a sí mismo como un triste personaje de una novela de Gorki, recaló en Irkutsk, a orillas del río Angara y del lago Baikal, ubicada a pocos kilómetros de la frontera con Mongolia. Allí se encontró con una familia apellidada Karauloff, también simpatizantes del bolchevismo y amigos de Stepniak, que habían sido desterrados como él.

Todos en Siberia deseaban escapar algún día, y tramaban complicados planes para lograr tal objetivo. Los Karauloff informaron a Wojnicz que el anarquista ruso Stepniak había conseguido escapar contra todo pronóstico a los pogromos que siguieron al fallido intento de fuga de Bardowski y Kunicki y que ahora vivía sano y salvo en Londres. Dieron al joven la dirección de Stepniak, y lo animaron a fugarse a Inglaterra para trabajar con él. Los Karauloff también le pidieron algo que el muchacho no comprendió en el momento, pero que tendría un alcance trascendental en su vida futura: “cuando llegues a lo de Stepniak en Londres, saluda a Lily Boole de nuestra parte”.

Huida a Londres

Varios años sufrió Wojnicz el destierro: sólo en 1890 pudo escapar subrepticiamente de Rusia, y a pie, en carro, o en bicicleta consiguió alcanzar Hamburgo. No tenía un centavo y no hablaba el idioma, pero sabía que tenía que sobrevivir para llegar a Londres. El hambre era su problema más urgente, de modo que vendió su único abrigo y sus gafas para comprar arenque ahumado y un pan. Con el dinero sobrante adquirió un pasaje de tercera clase en un viejo y destartalado barco que transportaba fruta a Londres, y se puso en marcha.

Hasta la misma naturaleza pareció confabularse contra el pobre fugitivo: en medio del mar, varias tormentas golpearon la cáscara de nuez en que viajaba, amenazando con echarla a pique. Sin embargo, el químico consiguió por fin alcanzar la costa inglesa.

Nada más desembarcar, Wojnicz comprobó con desazón que los tres idiomas que él hablaba – ruso, polaco, y lituano – de nada servían en Londres. Wylfrid escribe: “sucio, hambriento, y miserable abandoné los muelles y llegué hasta Commercial Street”. Allí, sin saber una palabra de inglés, detenía a los transeúntes mostrándoles con desesperación el papel con las señas de Stepniak que los Karauloff le habían anotado.

De pronto un joven se detuvo junto a él, lo escuchó por un instante y le respondió en perfecto ruso. La alegría de Wojnicz no tuvo límites. Su salvador era un estudiante judío que le preguntó qué deseaba. Alborozado, Wojnicz explicó al muchacho su problema, y el estudiante se ofreció a acompañarlo hasta la dirección escrita en el papel.

Stepniak abrazó al amigo y colaborador y, con lágrimas en los ojos, lo hizo pasar. Una vez dentro, Stepniak le presentó a Wojnicz una hermosísima muchacha, de grandes ojos azules y preciosa cabellera rubia. Su nombre era Lily Boole.

Lily Boole

Ethel Lilian Boole había nacido en la ciudad de Corck, Irlanda, el 11 de mayo de 1864, de modo que tenía sólo veintiséis años cuando conoció a Wojnicz en casa de Stepniak. Era la quinta hija del matemático y filósofo George Simon Boole y de Mary Everest Booole, pedagoga, matemática, y bibliotecaria sumamente interesada en las doctrinas espiritistas.

El trabajo del padre de Ethel Lilian (fue conocida durante toda su vida por su nombre de guerra, Lily) es esencial para el mundo en que vivimos. Su obra Análisis Matemático de la Lógica, publicada en 1847, constituye la base de toda la tecnología digital del siglo XXI.

Desgraciadamente, George Simon Boole murió muy joven, cuando la más pequeña de sus cinco hijas, Lily, tenía apenas siete meses de edad, dejando a su esposa Mary en la más absoluta miseria. El estudioso polaco Rafal T. Prinke, uno de los más documentados biógrafos del matrimonio Voynich, afirma que Mary Everest consiguió un trabajo como bibliotecaria en el Queen’s College, donde su tío materno, John Ryall, ocupaba la cátedra de griego clásico y también la vicedirección. Decidida a impedir que sus hijas se muriesen de hambre, Mary obtuvo una recomendación de su tío, y con su vasta cultura y su capacidad consiguió el empleo.

Pero el salario de un bibliotecario no alcanzaba, por aquellos tiempos, para mantener y alimentar a una mujer y a cinco niñas pequeñas. En 1872, cuando Lily contaba con ocho años de edad, Mary Everest envió a la menor de sus hijas a vivir con su tío paterno, Charles Boole, gerente de una mina de carbón en Lincolnshire. Sin embargo, se cree que Charles Boole fue posiblemente un psicótico violento y maníaco religioso que disfrutaba azotando a los niños. Muchos años después, Lily Boole describe al hermano de su padre como un hombre “sumamente religioso... y sádico”, y relata en detalle cómo la golpeaba permanentemente y sin motivo.

La pesadilla y el suplicio de Lily se prolongaron durante dos años. En 1874, a los diez años de edad, sufrió un colapso nervioso provocado por los golpes y el maltrato. La crisis fue tan grave que, ante el temor de que la pequeña muriese, su tío la envió de regreso a Londres para que viviera con su madre.

Pero todo cambiaría pronto. Al cumplir los dieciocho años, Lily recibió una herencia que, sin ser cuantiosa, le permitiría vivir dignamente y cumplir el sueño que había acariciado en su infancia: estudiar música. La bella adolescente viajó a Alemania y consiguió matricularse en una de las mejores escuelas de música de la época, la Hochschule der Musik de Berlín. Durante los tres años que pasó allí, Lily descubrió una nueva fascinación que la acompañaría muchos años: la política. Su primera aproximación a El Príncipe de Maquiavelo la llevó a profundizar en teorías y doctrinas políticas cada vez más radicales, hasta toparse con una obra que le impresionó especialmente: Underground Russia (La Rusia Subterránea), de Stepniak.

Ethel Lilian regresó a Londres en 1885, y cimentó una entrañable relación con su amiga Charlotte Wilson, teórica del anarquismo británico y dirigente de Fabian, primera organización socialista europea en la que militaban, entre otros, sir George Bernard Shaw, H. G. Wells, y sir Bertrand Russell. Charlotte era amante del célebre príncipe ruso Piotr Kropotkin, el filósofo, ideólogo, y virtual fundador del anarquismo internacional, que vivía como refugiado en Londres tras haber sido expulsado de numerosos países.

A comienzos de 1886, Lily deseaba visitar las organizaciones clandestinas comunistas y anarquistas en Rusia. Como no conocía el idioma, solicitó a Charlotte que la pusiera en contacto con Kropotkin para que le enseñara su lengua. Su amiga le dio a elegir entre dos soberbios profesores de ruso y líderes anarquistas: Kropotkin y Serguéi Stepniak Kravchinski. Stepniak había asesinado al general Mezenzov, jefe de la siniestra policía secreta zarista en 1878, un crimen político que le había valido una sentencia de muerte en su propio país. Había huido a Italia, donde había ayudado a organizar la revolución, y luego a Herzegovina, donde sus actividades revolucionarias le habían hecho merecer otra condena a la horca. Sin embargo, había conseguido escapar, y ahora vivía en Londres como refugiado y perseguido político.

Entre Kropotkin y Kravchinski, Lily eligió a este último, y junto a su hermana Lucy Boole se hicieron íntimas amigas de Stepniak y su esposa. Stepniak enseñó ciencias políticas y ruso también a Lucy. La capacidad lingüística de Lily era tan enorme que llegó a dominar, en un tiempo increíblemente corto, el idioma que Kravchinski le enseñaba. Stepniak llamaba a Lily, cariñosamente, Bulochka (Rollito). Se trata de un doble juego de palabras entre los michelines (aunque Lily era alta y delgada) y la obvia similitud fonética del apodo ruso con el apellido Boole.

La relación entre Lily y Stepniak se convirtió, también, en una profunda colaboración profesional. El exiliado prologó la mayor parte de los libros de Lily y escribió dos prefacios a las traducciones que ella publicara más tarde. El estilo literario de Stepniak se descubre claramente en la obra de Ethel Boole, y su influencia política marcó su vida para siempre.

Lily conservó la amistad de Kropotkin hasta la muerte de este en 1921, y conoció y frecuentó también al otro teórico del anarquismo, el revolucionario italiano Enrico Malatesta. Ethel Lilian Boole escribía, muchas décadas después, que Kropotkin y Malatesta eran “los dos únicos verdaderos santos” que ella había encontrado sobre la Tierra.

Tras estudiar anarquismo y ruso con Stepniak durante dos años, Lily viajó finalmente a Rusia en 1887, acompañada por las hermanas de Fanny Kravchinskaia, la esposa de Stepniak. Debía llegar a San Petersburgo vía Varsovia, y se detuvo en esta última ciudad en la mañana del domingo de Pascua. Pasó frente a la prisión de la Ciudadela y se entretuvo durante un instante en mirar el edificio, sin saber que desde una de las ventanas embarrotadas un triste prisionero la observaba, grabando en su mente cada detalle de la portentosa hermosura de la joven.

Stepniak le había dado la dirección de su cuñada Preskovia a Lily, a fin de que la inexperta joven británica se alojara con alguien de total confianza. Preskovia, una notable médica de San Petersburgo, estaba casada, pero su esposo se encontraba preso en la fortaleza de Schlizeburg por sus actividades revolucionarias. Su nombre era Vasili Karauloff.

Durante su estancia en Rusia, Lily se ganó la vida dando clases de inglés, hasta que, a principios del verano, Preskovia la invitó a viajar con ella a la provincia de Pskov para brindar asistencia médica gratuita a los campesinos y obreros indigentes. De ese modo, el servicio social también comenzó a ser parte de la vida de Lily. Al año siguiente, en 1888, Lily decidió que no tenía por qué evitar al enemigo si podía obtener de él algún beneficio para su causa. De tal forma, pasó otro verano dando clases de inglés a los hijos del chambelán del zar en su residencia de Vorónezh.

El 14 de mayo Lily asistió al funeral del escritor revolucionario Saltikov-Schedrín y volvió a San Petersburgo a compartir la angustia de Preskovia mientras esperaba la sentencia de su esposo Vasili. Por suerte la condena no fue de muerte, sino de exilio a Irkutsk, y Lily lloró mientras veía a Preskovia y los suyos subir al tren que los conduciría a Siberia. A juzgar por lo que dijeron a Wojnicz tiempo después, los Karauloff nunca olvidaron a Lily Boole.

Ya de regreso, Ethel Lilian fundó con Stepniak la Society of Friends of Russian Freedom (Sociedad de Amigos de la Libertad de Rusia), un grupo de anarquistas rusos en el exilio, y editó con él el órgano oficial de la asociación Free Russia (Rusia Libre), una publicación mensual revolucionaria editada por la Russian Free Press Fund (Fundación para la Prensa Libre Rusa). En las reuniones de la casa de Stepniak, Lily conoció a muchos líderes comunistas, anarquistas y revolucionarios. Así trabó conocimiento con el autor del Manifiesto Comunista, Friedrich Engels, fue amiga de Eleonor – la hija de Karl Marx -, departió muchas veces con el soberbio filósofo y escritor sir George Bernard Shaw, se relacionó con los más importantes exiliados rusos como Plejánov, Minski y Luniev, conoció a William Morris y fue amiga y confidente de Oscar Wilde.

De este modo transcurrió la vida de Lily Boole en Londres hasta que, en una fría noche de 1890, unos golpes a la puerta de la casa de Stepniak llamaron su atención. Al abrir, dos jóvenes esperaban ver al dueño de casa.

El reencuentro

El estudiante judío manifestó a Stepniak y a Lily que había encontrado al otro, aparentemente polaco, vagabundeando por East End, y que afirmaba ser un refugiado político escapado de Siberia.

Mientras Stepniak interrogaba a Wojnicz acerca del otro muchacho – al fin y al cabo él debía proteger su seguridad y la de su familia -, Lily observó que el recién llegado no le quitaba los ojos de encima.

En determinado momento, el joven polaco le hizo una extraña pregunta:

- ¿Estaba usted, señorita, frente a la Ciudadela de Varsovia en la mañana del domingo de Pascua de hace tres años, en 1887?

Ella respondió afirmativamente, sorprendida. A continuación, los asombrados presentes se enteraron de que Wylfrid había visto a Lily desde su celda, supieron de las penurias de su condena, ostracismo y fuga, de su relación con los Karauloff en Irkutsk, y de los saludos que Preskovia había enviado a Lily en caso de que Wojnicz consiguiese llegar a casa de Stepniak.

Más tarde y a solas, Lily supo también que su imagen – vestido negro, cabello rubio – nunca se había apartado de la mente de aquel joven, y que el recuerdo de la belleza entrevista apenas, como una imagen soñada pero nunca perdida, lo había acompañado a través de su penosa historia de miedos, persecuciones, hambre, y soledad.

Se casaron un año más tarde.



viernes, 30 de enero de 2015

El Dinosaurio Morado (por Jon Ronson)




El dinosaurio morado

(Fragmento de Los Hombres Que Miraban Fijamente a las Cabras, de Jon Ronson, 2004)



A unos 500 metros del sitio donde tienen encerradas a las cabras en Fort Bragg, hay un gran edificio gris y moderno con un letrero en frente que dice:

«Compañía C 9º Batallón OO.PP. H-3743.»

Se trata de las oficinas centrales de Operaciones Psicológicas del ejército de Estados Unidos.

En mayo de 2003, la gente de Operaciones Psicológicas puso en práctica una pequeña parte de la filosofía del Primer Batallón de la Tierra, detrás de una estación de ferrocarril abandonada en la aldea iraquí de al-Qaim, en la frontera con Siria, poco después de que el presidente Bush anunciara «el fin de las hostilidades principales».

La historia comienza con una reunión entre dos ciudadanos estadounidenses: un periodista deNewsweek de nombre Adam Piore y un sargento de Operaciones Psicológicas, Mark Hadsell.

Adam, en un todoterreno militar de Operaciones Psicológicas, dejó atrás al-Qaim, los puestos de control de la Coalición y la señal de carretera con el nombre del pueblo, que había recibido varios tiros y había quedado en un estado tan ruinoso que ahora sólo se leía en ella «Q m». El vehículo se detuvo frente a una comisaría. Era el segundo día de Adam en Iraq. No sabía prácticamente nada del país. Se moría de ganas de orinar, pero temía ofender a alguien si vaciaba la vejiga delante de la comisaría o en los arbustos. ¿Qué protocolo había que seguir al orinar en público en Iraq? Adam le planteó su duda al soldado de Operaciones Psicológicas que iba sentado a su lado en el coche. Al fin y al cabo, era el deber de su unidad entender y explotar la psique y las costumbres del enemigo.

- Hágalo sobre la rueda delantera -le indicó el soldado a Adam.

Así que Adam bajó del todoterreno, y fue entonces cuando el sargento de Operaciones Psicológicas Mark Hadsell se le acercó y amenazó con matarlo.

Adam me contó este incidente dos meses después, en las oficinas deNewsweek en Nueva York. Estábamos en la sala de juntas de la planta superior, cuyas paredes estaban decoradas con ampliaciones de portadas recientes cicla revista: un fundamentalista islámico con la cara tapada y con un arma de fuego bajo el titular POR QUÉ NOS ODIAN, y el presidente y la señora Bush en el jardín de la Casa Blanca, bajo el titular DE DÓNDE EXTRAEMOS NUESTRA FUERZA. Adam tiene veintinueve años, aunque aparenta menos, y temblaba ligeramente mientras me refería lo sucedido.

- Así es como conocí al tipo -dijo. Se rio-. Me dijo: «¿Quieres que te peguen un tiro?», así que rápida mente me subí la bragueta…

- ¿Sonreía cuando lo dijo? -pregunté.

Me imaginé al sargento Hadsell, fuera quien que fuese, desplegando una sonrisa amplia y amistosa, mientras le preguntaba a Adam si quería que le pegaran un tiro.

- No -respondió Adam-. Sólo dijo: «¿Quieres que le peguen un tiro?»

Adam y el sargento Hadsell terminaron haciendo buenas migas. Compartían litera en el centro de mando del escuadrón de Operaciones Psicológicas en la estacion abandonada de al-Qáim, e intercambiaban películas en DVD.

- Es un tipo muy belicoso -comentó Adam-. El comandante del escuadrón lo llamaba Psicópata Seis, porque siempre estaba dispuesto a entrar en acción con todo un arsenal. ¡Ja! Me dijo que una vez apuntó con un arma alguien y apretó el gatillo, pero el arma no estaba cargada y el tipo se meó en los pantalones. No sé por qué me eontó eso, pues yo no le veo la gracia. De hecho, me parece retorcido y me da mal rollo.

- ¿Y a él le parecía gracioso? -le pregunté a Adam.

- Creo que sí, que le parecía gracioso -contestó-. Si, era un asesino entrenado por el ejército norteamericano para matar.

Los habitantes de al-Qaim no sabían que Bagdad había caído en manos de las tropas de la Coalición, así que el sargento Hadsell y su unidad de Operaciones Psicológicas estaban allí para repartir octavillas que explicaban esta noticia. Adam iba con ellos, con el objeto de cubrir «el fin de las hostilidades principales» desde la perspectiva de la gente de Operaciones Psicológicas.Mayo de 2003 fue un mes bastante tranquilo en al-Qaim. A finales de año, las fuerzas estadounidenses sufrirían bombardeos frecuentes en la aldea por parte de la guerrilla. En noviembre de 2003, uno de los hombres de Sadam Husein que dirigió la defensa aérea-el general de división Abed Hamed Mowhoush- moriría mien tras lo interrogaban justo allí, en la estación de tren abandonada. («Fue por causas naturales -aseguraba la declaración oficial del ejército estadounidense-, Mowhoush no tenía la cabeza tapada durante el interrogatorio.»)

Pero, por el momento, todo estaba tranquilo.

- En cierto momento -rememoró Adam-, alguien pasó corriendo y cogió un puñado de octavillas. Hadsell dijo que era esencial que, la próxima vez que pasara eso, encontraran al responsable y lo inflasen a hostias para que no volviera a hacerlo. Seguramente eso tenía algo que ver con su estudio de la cultura árabe. Uno tiene que de mostrar su fuerza.

Una noche, Adam estaba en el centro de mando del escuadrón cuando el sargento Hadsell se le acercó, le guiñó un ojo en un gesto de complicidad y dijo: «Ve a echar un vistazo adonde están los prisioneros.»

Adam sabía que mantenían a los prisioneros encerra dos en un patio detrás de la estación de ferrocarril. El ejercito había instalado allí una hilera de contenedores marítimos, y cuando se aproximaba a ellos, Adam vislumbró una luz muy intensa y parpadeante, y también oyó música. Era el temaEnter Sandman, de Metallica.

De lejos daba la impresión de que habían montado una discoteca extraña y un poco siniestra entre los conté nedores. La música tenía un timbre especialmente meta- lico, y la luz se encendía y apagaba una y otra vez de forma monótona.

Adam avanzó hacia los destellos. Eran muy brillantes. Un soldado norteamericano apuntaba con un foco hacia un contenedor, pulsando repetidamente el interruptor. Enter Sandman retumbaba en el interior y resonaba conviolencia al chocar con las paredes de acero. Adam se quedó mirando durante un rato.

La canción terminó pero volvió a empezar de inmediato.

El soldado joven que sujetaba el foco reparó en la premuna de Adam. Sin dejar de encender y apagar la luz, le divirtió: «Ahora tiene que marcharse.»

- ¡Ja! -me dijo Adam en las oficinas deNewsweek-. Ésa fue la expresión que empleó: «Tiene que marcharse.»

- ¿Echó un vistazo al interior del contenedor? -le pregunté.

- No -respondió Adam-. Cuando el tipo me dijo que tenía que marcharme, me marché. -Hizo una pausa-. Pero lo que estaba pasando ahí dentro es bastante obvio.

Adam llamó aNewsweek desde su teléfono móvil y les refirió rápidamente los episodios que había presenciado. El que más les gustó fue el de Metallica.

- Me dijeron que lo escribiera en tono de humor- recordó Adam-. Querían la lista completa de temas.

Así que Adam se puso a hacer indagaciones. Descubrió que entre las canciones que obligaban a los prisioneros a escuchar a todo volumen, aparte deEnter Sandman, de Melillica, estaban la banda sonora de la película XXX; una cuya letra rezaba «arde, hijo de puta, arde»; y, sorprendentemente, la cancioncilla I Love You de «Barney and Friends», el programa infantil protagonizado por Barney, el dinosaurio morado, además de algunas melodías de «Barrio Sésamo».Adam envió el artículo a Nueva York, donde un redactor de Newsweek llamó a los creadores de Barney para pedirles su opinión al respecto. Lo hicieron esperar, y, mientras tanto, la canción que sonaba en el hilo musical era I Love You, de Barney.

La última frase del artículo, escrito por el redactor do Newsweek, decía: «¡Nosotros también nos vinimos abajo!»

La primera vez que oí hablar de la tortura de Barney fue el 19 de mayo de 2003, cuando hicieron un comentario jocoso al respecto en el programa matinal «Today» de la NBC.

ANN CURRY (presentadora de noticias): Las fuerzas de Estados Unidos en Iraq están utilizando lo que algunos consideran un medio cruel e inhumano para vencer la resistencia de los prisioneros do guerra iraquíes, y, créanme, muchos padres esta rían de acuerdo. A algunos prisioneros los obligan a escuchar a Barney el dinosaurio morado cantar / Love You durante veinticuatro horas seguidas…

La NBC mostró a continuación imágenes de «Barney» en las que el dinosaurio morado bailoteaba entre su pandilla de niños actores siempre sonrientes. Todos los presentes en el estudio se rieron. Ann Curry adoptó un gracioso tono de voz, tipo «pobrecitos prisioneros», para desarrollar la noticia.

ANN CURRY:… según la revista Newsweek. Un agen te de Estados Unidos declaró a Newsweek que había escuchado a Barney durante cuarenta y cinco minutos seguidos y que no quería volver a pasar por eso jamás.

ESTUDIO: [Risas]

Ann Curry se dirigió a Katie Couric, su copresentadora.

ANN CURRY: ¡Katie! ¡Cántala conmigo!

KATIE COURIC [ríe]: ¡No! Supongo que después de una hora más o menos ellos soltarán todo lo que saben, ¿no crees? Pasamos la conexión a Al para que nos hable del tiempo.

AL ROKER (hombre del tiempo): ¡Y si Barney no acaba con ellos, que les pongan a los Teletubbies, que los destrozarán como a cucarachas!

«¡Es el Primer Batallón de la Tierra!», pensé.

No me cabía la menor duda de que la idea de utilizar la música para practicar una forma de tortura mental se había popularizado y perfeccionado en las fuerzas armadasr a raíz de la aparición del manual de Jim. Antes de eso, la música en el ejército estaba restringida al ámbito de las bandas militares; se usaba en desfiles y para dar bríos a las tropas. En Vietnam, los soldados se ponían a todo volumen laCabalgata de las Valkirias de Wagner para segregar adrenalina antes del combate. Pero fue a Jim a quien se le ocurrió la idea de llevar altavoces al campo de batalla para emitir «sonidos discordantes» como «rock ácido desacompasado» para confundir al enemigo, así como de emplear sonidos similares en la sala de interrogatorios.

- ¡Jim! -dije-. ¿Crees que bombardear a los prisioneros con el tema principal de «Barney» es un legado del Primer Batallón de la Tierra?

- ¿ Perdona? -dijo Jim.

- En Iraq están deteniendo gente para luego meterla en un contenedor marítimo y hacerle escuchar música infantil muy alta mientras los enfocan con una luz bri-llante que parpadea -le expliqué-. ¿Se trata de uno de tus legados?

- ¡Sí! -respondió Jim, visiblemente entusiasmado-. ¡Me alegra mucho oír eso!

- ¿Por qué? -pregunté.

- Es evidente que intentan relajar el ambiente -dijo- y proporcionarles algo de comodidad a esas personas, en vez de matarlos a palos. -Suspiró-. ¡Música infantil! ¡De ese modo los prisioneros estarán más dispuestos a revelar las posiciones de sus fuerzas y la guerra durará menos! ¡De puta madre!

Creo que Jim se imaginaba algo más parecido a una guardería que a un contenedor de acero colocado detrás de una estación de tren abandonada.

- Supongo que si les ponen canciones de «Barney» y «Barrio Sésamo» un par de veces -alegué-, tal vez les resulte relajante y los haga sentirse cómodos, pero si los obligan a oírlas cincuenta mil veces, por decir algo, dentro de una caja metálica en pleno calor del desierto, no sería más… esto… torturante?

- No soy psicólogo -repuso Jim, en un tono algo cortante.

Parecía empeñado en cambiar de tema, como si se negara a aceptar el modo en que se estaba interpretando su visión detrás de la estación ferroviaria de al-Qaim. Me recordaba a un abuelo incapaz de concebir que sus nietos pudieran portarse mal.

- Pero el uso de la música… -empecé a decir.

- Eso es lo que hacía el Primer Batallón de la Tierra -me cortó Jim-. Abrió la mente de los militares respecto a la manera de usar la música.

- Así que se trata de conseguir que la gente hable en…¿una qué? -inquirí.

- En una dimensión psico-espiritual -dijo Jim-. Además del miedo a resultar heridos, tenemos un componente mental espiritual y psíquico. ¿Por qué no aprovecharlo? ¿Por qué no actuar directamente sobre la parle del ser que decide si hablar o no?

- ¿O sea que estás seguro, por la medida en que tu Primer Batallón de la Tierra ha calado en las estructuras del ejército, de que ponerles a los iraquíes canciones de « Barney» y «Barrio Sésamo» a todo volumen es uno de sus legados? -le pregunté.

Jim meditó sobre ello por unos instantes y al final contestó:

- Sí.

Christopher Cerf lleva veinticinco años componiendo lemas para «Barrio Sésamo». Su amplia casa de Manhattan está repleta de recuerdos de dicho programa de televisión, como fotografías de Christopher abrazando a la gallina Caponata y cosas por el estilo.

- Bueno, desde luego no es lo que yo esperaba cuando los compuse -admitió Christopher-. He de reconocer que mi primera reacción fue pensar: «madre mía, ¿tan terrible es mi música?»

Me reí.

- Una vez escribí una canción para Epi y Blas titulada Deja el patito de goma. Esa podría ser útil para interrogar ,a miembros del partido Baaz.

- Muy ingenioso -señalé.

- Esta entrevista -prosiguió Christopher- está patrocinada por las letras A, D y M.

- Qué bueno -dije, y los dos nos reímos. Tras una pausa, le pregunté-: ¿Cree que los prisioneros iraquíes, además de revelar información de vital importancia, están aprendiendo el abecedario y los números?

- Bueno, eso sería fantástico; matar dos pájaros de un tiro, ¿no? -dijo Christopher.

Me llevó a su estudio en la planta superior para ponerme una de sus composiciones,Ya! Ya! Das ist a Mountain!

- Así es como hacemos «Barrio Sésamo» -me dijo-: tenemos un equipo de investigadores en pedagogía que ponen a prueba las canciones para ver si funcionan, si los niños aprenden con ellas. Un año me pidieron que compusiera una canción para explicar lo que es una montaña, así que escribí una cancioncilla tontorrona de estilo tirolés sobre las montañas.

Christopher me cantó unos versos de la canción:

¡Umpa pa!
¡Umpa pa!
Ya! Ya! Esto es una montaña!
Una parte del suelo que sube muy alto!

- En fin -prosiguió-. El cuarenta por ciento de los chavales sabía lo que era una montaña antes de escuchar la canción, y en cambio, después de escucharla, sólo un veintiséis por ciento lo sabía. Eso era todo lo que necesitaban. Así que ahora no sabéis lo que es una montaña, ¿verdad? ¡Lo habéis olvidado! Así que supongo que si poseo la facultad de borrar información del cerebro de la gente con estas canciones, tal vez eso le resulte útil a la CIA como técnica de lavado de cerebro.

En ese momento sonó el teléfono de Christopher. Era un abogado de la sociedad de autores a la que pertenecía, BMI. Escuché la parte de conversación de Christopher.

- ¿En serio? -dijo-. Entiendo… Bueno, en teoría tendrían que mantener un registro de eso para que yo reciba unos centavos por cada prisionero, ¿no? Vale. Adiós.

- ¿De qué hablaban? -le pregunté a Christopher.

- De si tengo derecho a cobrar algo en concepto de derechos de autor por la reproducción de las canciones -me aclaró-. ¿Y por qué no? Sería de lo más americano. Si se me da bien escribir temas que vuelven loca a la gente de forma más rápida y eficaz que otros, ¿por qué no he de sacar provecho de ello?

Por consiguiente, unas horas más tarde, Christopher le pidió a Danny Epstein -supervisor musical de «Barrio Sésamo» desde que se emitió el primer programa en julio de 1969- que fuese a su casa. Sería responsabilidad de Danny cobrarles los derechos de autor al ejército si éste no cumplía con su obligación de presentar una lista de canciones utilizadas.

Durante cerca de una hora, Danny y Christopher intentaron calcular exactamente cuánto dinero debía cobrar este último si, como él suponía, sus temas se reproducían en un bucle continuo dentro de un contenedor marítimo durante un período de hasta tres días seguidos.

- Serían catorce mil veces o más en tres días -dijo Christopher-. Si se tratara de emisiones por radio, me darían tres o cuatro centavos cada vez que sonara la canción, ¿verdad?

- Sería una máquina de hacer dinero -convino Danny.

Eso es lo que estoy pensando -dijo Christopher-. Estaríamos ayudando a nuestro país y forrándonos a la vez.

- No creo que tengan suficiente presupuesto para pagar esos porcentajes -señaló Danny-. Si yo negociara en nombre de la ASCAP (Sociedad de Compositores, Autores y Editores de Estados Unidos), creo que pediría el porcentaje correspondiente a un tema ojingle, para dejárselo a precio de liquidación…

- Lo cual resulta muy apropiado pues, por lo que parece, prácticamente están liquidando a los prisioneros con la música -comentó Christopher.

Los tres nos reímos.

La conversación parecía oscilar incómodamente entre la ironía y el deseo auténtico de hacer dinero.

- Y eso es por sólo una sala de interrogatorios -dijo Danny-. Si hay una docena de salas, estamos hablando de pasta gansa. ¿Esto está patrocinado?

- Buena pregunta -dijo Christopher-. Está patrocinado por el Estado, creo. ¿Cobro más si lo está que si no lo está?

- ¿Acaso le ofreceríamos una tarifa especial al Mossad? -replicó Danny.

Prorrumpimos en carcajadas.

- Creo que deberíamos cobrar derechos de autor-dijo Christopher-. Si yo hubiera compuesto las canciones di rectamente para el ejército, me los habrían pagado, ¿o no?

- No -respondió Danny-. Sería un trabajo poi encargo. Habrían contratado tus servicios.

- Pues en este caso no han contratado mis servicios -observó Christopher.

- No estoy tan seguro -dijo Danny-. Como duda daño estás obligado a trabajar para el ejército si te lo pide.

- Pues podrían haberme pedido que me ofreciera voluntario -dijo Christopher.

Se había puesto más serio. Danny se quitó las gafas y se frotó los ojos.

- Exigir una compensación por el uso de tu música en época de crisis -dijo al cabo de un momento- me parece un poco mezquino.

Y entonces los dos rompieron a reír a mandíbula batiente.

A finales de agosto de 2003, tras un largo intercambio de faxes y mensajes de correo electrónico, y después de que varias oficinas de seguridad del Pentágono y la embajada de Estados Unidos diesen su visto bueno, la gente de Operaciones Psicológicas accedió a mostrarme su colección de CDs.

Adam Piore, el periodista deNewsweek, había dicho que la lista de canciones que les ponían a todo volumen a los prisioneros la habían elaborado en el cuartel general de Operaciones Psicológicas. La colección estaba guardada en una serie de cabinas de radio situadas en un edificio bajo de ladrillos en medio de Fort Bragg, a unos 500 metros de donde, según los rumores, se encontraba Labo Cabras. Yo miraba constantemente por las ventanas con la esperanza de divisar alguna cabía aturdida o renqueante, pero no había ninguna a la vista.

Para empezar, los de Operaciones Psicológicas me enseñaron sus CDs de efectos sonoros.

- Son sobre todo un instrumento de engaño -me dijo el sargento que hizo las veces de guía durante esa parte del día- concebido para que las fuerzas enemigas crean estar oyendo algo que no existe.

Un CD de efectos de sonido llevaba una etiqueta que rezaba: «Loca diciendo: "Nunca le has caído bien a mi marido."»

- Compramos todo un lote -me explicó el sargento, y nos reímos.

«Muchos caballos que pasan galopando», decía otra etiqueta. Nos reímos de nuevo y comentamos que eso habría sido útil hace 300 años, pero hoy en día no.

Entonces me puso un sonido que sí tenía vigencia: «Ruidos de tanques.»

El rumor sordo de tanques hizo vibrar la cabina de radio. Era como si vinieran de todas direcciones a la vez. Según el sargento, en ocasiones los de Operaciones Psicológicas se escondían detrás de una colina que se alzaba al este del enemigo y reproducían a todo volumen esos ruidos, mientras los tanques de verdad se acercaban más sigilosamente por el oeste.

Luego me enseñó sus CDs de música árabe («Nuestros analistas y especialistas están familiarizados con todo aquello que pueda ser relevante desde el punto de vista popular y cultural, y nosotros compramos la música para ganarnos a la población»), y luego su colección de discos de Avril Lavigne y Norah Jones.

- ¿De qué forma puede utilizarse a Avril Lavigne en países hostiles? -pregunté.

Se produjo un silencio.

- En algunas partes del mundo la música occidental es popular -respondió-. Intentamos mantenernos al día.

- ¿Quién selecciona las canciones? -quise saber.

- Nuestros analistas -dijo-, en colaboración con nuestros especialistas.

- ¿De qué países? -pregunté.

- Prefiero no entrar en detalles sobre eso.Mi visita guiada por la sede de Operaciones Psicoló gicas fue un torbellino de actividad bien orquestado, como el que se habría organizado para un dignatario o un congresista. Los soldados de Operaciones Psicológicas saben diseñar octavillas, grabar discos compactos, manejar altavoces, tomar fotografías y acudir a su puesto para la visita oficial.

Me enseñaron sus estudios de radio y televisión, así como su archivo, cuyos estantes estaban repletos de cintas de vídeo con etiquetas como «Bahía de Guantánamo». Me llamó la atención un póster que recordaba a la gente de Operaciones Psicológicas cuáles eran sus funciones oficiales: «Llamamientos a la rendición. Control de multitudes. Engaño táctico. Hostigamiento. Guerra no convencional. Defensa interna en el extranjero.»