sábado, 31 de enero de 2015

¿Quién era Wylfrid Wojnicz? (por Marcelo Dos Santos)

¿Quién era Wylfrid Wojnicz?


 Fragmento de El manuscrito Voynich, de Marcelo Dos Santos, 2005



Wojnicz, preso

El hombre cuyo apellido terminaría asociado para siempre al misterio del manuscrito es, en sí mismo, también una figura misteriosa y difícil de estudiar, muy adecuada a las complejidades y tinieblas que envuelven a la obra que le dio fama. Fue bautizado Wylfrid Michal Habdank-Wojnicz, y tenía ascendencia polaca, como demuestra su apellido. En efecto, Habdank es el nombre de un clan heráldico polaco.

Wylfrid Wojnicz nació el 31 de octubre de 1865, la víspera de la fiesta de Todos los Santos, en la ciudad de Kaunas (Kowno), cerca de Grodno, Lituania. Era hijo de un oficial subalterno del ejército polaco, y el magro salario de su padre le permitió estudiar y llegar a las universidades de Varsovia y San Petersburgo. Su talento innato para las ciencias le ayudó, muy joven, a graduarse como químico en la Universidad de Moscú, y obtener más tarde una licencia para ejercer la farmacia.

El compromiso político con los nacientes ideales del comunismo y el anarquismo irrumpieron pronto en su vida: la influencia de Marx y Engels, así como la simpatía por los escritos anarquistas de Bakunin, lo arrastraron hacia el bando revolucionario y a la organización clandestina Narodnaya Volia (literalmente, “la voluntad del pueblo”), en donde, según algunos autores, también militaba Stepniak, nombre de guerra del miltante anarquista Serguéi Kravchinski. La Volia tenía la particularidad de ser la única organización revolucionaria rusa que preconizaba el terrorismo como método para realizar la revolución socialista.

En 1885, Wojnicz regresó a Varsovia para unirse a la organización revolucionaria polaca Proletarjat, que había formalizado un pacto con su análoga rusa un año antes. En Proletarjat, Wylfrid conoció a revolucionarios de renombre, como Rosa Luxemburgo. Allí militaba, además, un colega de su padre que había acabado siendo disidente y prorrevolucionario, el teniente coronel Bielanowsky. Éste, tras advertir que Wojnicz procedía del extranjero, y admirando la perfección con que hablaba el ruso – sin rastro de acento polaco -, lo reclutó para una peligrosa y difícil misión que debía llevarse a cabo de inmediato.

Bielanowsky prestaba servicios en la Ciudadela, en cuya cárcel el estado polaco tenía prisioneros a dos revolucionarios sentenciados a muerte: Piotr Bardowski, de cuarenta años, y Stanislaw Kunicki, de tan sólo veinticinco. La idea era ayudarles a fugarse. Bielanowsky entregó a Wojnicz las contraseñas para entrar en la Ciudadela, y juntos elaboraron un minucioso plan de fuga para sus camaradas condenados.

Sin embargo, un traidor los delató. Cuando intentaron huir descubrieron que las tropas los estaban esperando. El plan fracasó, y Bardowski y Kunicki fueron ejecutados en la horca el 28 de enero de 1886. Wojnicz y otros revolucionarios fueron arrestados y enviados a prisión.

Horrorizado por las muertes de los dos compañeros que él debía haber salvado, Wylfrid Wojnicz medía con largos pasos la estrecha celda en la que lo habían confinado, observando a través de los fuertes barrotes de la ventana la plaza de armas donde se levantaba el patíbulo que acaso también lo esperaba a él.

El domingo de pascua de 1887, Wojnicz vio pasar a una muchacha, delgada y elegante en su vestido negro. Era muy joven y, a pesar de la distancia, el miserable prisionero quedó embelesado por su melena rubia y su altiva belleza.

La imagen de la muchacha quedó grabada en su mente: esta visió acompañó su triste vida de preso sin esperanzas. Desesperado, Wojnicz pensaba en el cabello de la joven desconocida mientras aguardaba el proceso que, quizá, terminaría con su vida.

El destierro de Wojnicz

La sentencia del tribunal llegó en mayo de 1887, y el lituano salvó su vida pero no su libertad: la sentencia fue el destierro a la gélida y remota Siberia Oriental. Viéndose a sí mismo como un triste personaje de una novela de Gorki, recaló en Irkutsk, a orillas del río Angara y del lago Baikal, ubicada a pocos kilómetros de la frontera con Mongolia. Allí se encontró con una familia apellidada Karauloff, también simpatizantes del bolchevismo y amigos de Stepniak, que habían sido desterrados como él.

Todos en Siberia deseaban escapar algún día, y tramaban complicados planes para lograr tal objetivo. Los Karauloff informaron a Wojnicz que el anarquista ruso Stepniak había conseguido escapar contra todo pronóstico a los pogromos que siguieron al fallido intento de fuga de Bardowski y Kunicki y que ahora vivía sano y salvo en Londres. Dieron al joven la dirección de Stepniak, y lo animaron a fugarse a Inglaterra para trabajar con él. Los Karauloff también le pidieron algo que el muchacho no comprendió en el momento, pero que tendría un alcance trascendental en su vida futura: “cuando llegues a lo de Stepniak en Londres, saluda a Lily Boole de nuestra parte”.

Huida a Londres

Varios años sufrió Wojnicz el destierro: sólo en 1890 pudo escapar subrepticiamente de Rusia, y a pie, en carro, o en bicicleta consiguió alcanzar Hamburgo. No tenía un centavo y no hablaba el idioma, pero sabía que tenía que sobrevivir para llegar a Londres. El hambre era su problema más urgente, de modo que vendió su único abrigo y sus gafas para comprar arenque ahumado y un pan. Con el dinero sobrante adquirió un pasaje de tercera clase en un viejo y destartalado barco que transportaba fruta a Londres, y se puso en marcha.

Hasta la misma naturaleza pareció confabularse contra el pobre fugitivo: en medio del mar, varias tormentas golpearon la cáscara de nuez en que viajaba, amenazando con echarla a pique. Sin embargo, el químico consiguió por fin alcanzar la costa inglesa.

Nada más desembarcar, Wojnicz comprobó con desazón que los tres idiomas que él hablaba – ruso, polaco, y lituano – de nada servían en Londres. Wylfrid escribe: “sucio, hambriento, y miserable abandoné los muelles y llegué hasta Commercial Street”. Allí, sin saber una palabra de inglés, detenía a los transeúntes mostrándoles con desesperación el papel con las señas de Stepniak que los Karauloff le habían anotado.

De pronto un joven se detuvo junto a él, lo escuchó por un instante y le respondió en perfecto ruso. La alegría de Wojnicz no tuvo límites. Su salvador era un estudiante judío que le preguntó qué deseaba. Alborozado, Wojnicz explicó al muchacho su problema, y el estudiante se ofreció a acompañarlo hasta la dirección escrita en el papel.

Stepniak abrazó al amigo y colaborador y, con lágrimas en los ojos, lo hizo pasar. Una vez dentro, Stepniak le presentó a Wojnicz una hermosísima muchacha, de grandes ojos azules y preciosa cabellera rubia. Su nombre era Lily Boole.

Lily Boole

Ethel Lilian Boole había nacido en la ciudad de Corck, Irlanda, el 11 de mayo de 1864, de modo que tenía sólo veintiséis años cuando conoció a Wojnicz en casa de Stepniak. Era la quinta hija del matemático y filósofo George Simon Boole y de Mary Everest Booole, pedagoga, matemática, y bibliotecaria sumamente interesada en las doctrinas espiritistas.

El trabajo del padre de Ethel Lilian (fue conocida durante toda su vida por su nombre de guerra, Lily) es esencial para el mundo en que vivimos. Su obra Análisis Matemático de la Lógica, publicada en 1847, constituye la base de toda la tecnología digital del siglo XXI.

Desgraciadamente, George Simon Boole murió muy joven, cuando la más pequeña de sus cinco hijas, Lily, tenía apenas siete meses de edad, dejando a su esposa Mary en la más absoluta miseria. El estudioso polaco Rafal T. Prinke, uno de los más documentados biógrafos del matrimonio Voynich, afirma que Mary Everest consiguió un trabajo como bibliotecaria en el Queen’s College, donde su tío materno, John Ryall, ocupaba la cátedra de griego clásico y también la vicedirección. Decidida a impedir que sus hijas se muriesen de hambre, Mary obtuvo una recomendación de su tío, y con su vasta cultura y su capacidad consiguió el empleo.

Pero el salario de un bibliotecario no alcanzaba, por aquellos tiempos, para mantener y alimentar a una mujer y a cinco niñas pequeñas. En 1872, cuando Lily contaba con ocho años de edad, Mary Everest envió a la menor de sus hijas a vivir con su tío paterno, Charles Boole, gerente de una mina de carbón en Lincolnshire. Sin embargo, se cree que Charles Boole fue posiblemente un psicótico violento y maníaco religioso que disfrutaba azotando a los niños. Muchos años después, Lily Boole describe al hermano de su padre como un hombre “sumamente religioso... y sádico”, y relata en detalle cómo la golpeaba permanentemente y sin motivo.

La pesadilla y el suplicio de Lily se prolongaron durante dos años. En 1874, a los diez años de edad, sufrió un colapso nervioso provocado por los golpes y el maltrato. La crisis fue tan grave que, ante el temor de que la pequeña muriese, su tío la envió de regreso a Londres para que viviera con su madre.

Pero todo cambiaría pronto. Al cumplir los dieciocho años, Lily recibió una herencia que, sin ser cuantiosa, le permitiría vivir dignamente y cumplir el sueño que había acariciado en su infancia: estudiar música. La bella adolescente viajó a Alemania y consiguió matricularse en una de las mejores escuelas de música de la época, la Hochschule der Musik de Berlín. Durante los tres años que pasó allí, Lily descubrió una nueva fascinación que la acompañaría muchos años: la política. Su primera aproximación a El Príncipe de Maquiavelo la llevó a profundizar en teorías y doctrinas políticas cada vez más radicales, hasta toparse con una obra que le impresionó especialmente: Underground Russia (La Rusia Subterránea), de Stepniak.

Ethel Lilian regresó a Londres en 1885, y cimentó una entrañable relación con su amiga Charlotte Wilson, teórica del anarquismo británico y dirigente de Fabian, primera organización socialista europea en la que militaban, entre otros, sir George Bernard Shaw, H. G. Wells, y sir Bertrand Russell. Charlotte era amante del célebre príncipe ruso Piotr Kropotkin, el filósofo, ideólogo, y virtual fundador del anarquismo internacional, que vivía como refugiado en Londres tras haber sido expulsado de numerosos países.

A comienzos de 1886, Lily deseaba visitar las organizaciones clandestinas comunistas y anarquistas en Rusia. Como no conocía el idioma, solicitó a Charlotte que la pusiera en contacto con Kropotkin para que le enseñara su lengua. Su amiga le dio a elegir entre dos soberbios profesores de ruso y líderes anarquistas: Kropotkin y Serguéi Stepniak Kravchinski. Stepniak había asesinado al general Mezenzov, jefe de la siniestra policía secreta zarista en 1878, un crimen político que le había valido una sentencia de muerte en su propio país. Había huido a Italia, donde había ayudado a organizar la revolución, y luego a Herzegovina, donde sus actividades revolucionarias le habían hecho merecer otra condena a la horca. Sin embargo, había conseguido escapar, y ahora vivía en Londres como refugiado y perseguido político.

Entre Kropotkin y Kravchinski, Lily eligió a este último, y junto a su hermana Lucy Boole se hicieron íntimas amigas de Stepniak y su esposa. Stepniak enseñó ciencias políticas y ruso también a Lucy. La capacidad lingüística de Lily era tan enorme que llegó a dominar, en un tiempo increíblemente corto, el idioma que Kravchinski le enseñaba. Stepniak llamaba a Lily, cariñosamente, Bulochka (Rollito). Se trata de un doble juego de palabras entre los michelines (aunque Lily era alta y delgada) y la obvia similitud fonética del apodo ruso con el apellido Boole.

La relación entre Lily y Stepniak se convirtió, también, en una profunda colaboración profesional. El exiliado prologó la mayor parte de los libros de Lily y escribió dos prefacios a las traducciones que ella publicara más tarde. El estilo literario de Stepniak se descubre claramente en la obra de Ethel Boole, y su influencia política marcó su vida para siempre.

Lily conservó la amistad de Kropotkin hasta la muerte de este en 1921, y conoció y frecuentó también al otro teórico del anarquismo, el revolucionario italiano Enrico Malatesta. Ethel Lilian Boole escribía, muchas décadas después, que Kropotkin y Malatesta eran “los dos únicos verdaderos santos” que ella había encontrado sobre la Tierra.

Tras estudiar anarquismo y ruso con Stepniak durante dos años, Lily viajó finalmente a Rusia en 1887, acompañada por las hermanas de Fanny Kravchinskaia, la esposa de Stepniak. Debía llegar a San Petersburgo vía Varsovia, y se detuvo en esta última ciudad en la mañana del domingo de Pascua. Pasó frente a la prisión de la Ciudadela y se entretuvo durante un instante en mirar el edificio, sin saber que desde una de las ventanas embarrotadas un triste prisionero la observaba, grabando en su mente cada detalle de la portentosa hermosura de la joven.

Stepniak le había dado la dirección de su cuñada Preskovia a Lily, a fin de que la inexperta joven británica se alojara con alguien de total confianza. Preskovia, una notable médica de San Petersburgo, estaba casada, pero su esposo se encontraba preso en la fortaleza de Schlizeburg por sus actividades revolucionarias. Su nombre era Vasili Karauloff.

Durante su estancia en Rusia, Lily se ganó la vida dando clases de inglés, hasta que, a principios del verano, Preskovia la invitó a viajar con ella a la provincia de Pskov para brindar asistencia médica gratuita a los campesinos y obreros indigentes. De ese modo, el servicio social también comenzó a ser parte de la vida de Lily. Al año siguiente, en 1888, Lily decidió que no tenía por qué evitar al enemigo si podía obtener de él algún beneficio para su causa. De tal forma, pasó otro verano dando clases de inglés a los hijos del chambelán del zar en su residencia de Vorónezh.

El 14 de mayo Lily asistió al funeral del escritor revolucionario Saltikov-Schedrín y volvió a San Petersburgo a compartir la angustia de Preskovia mientras esperaba la sentencia de su esposo Vasili. Por suerte la condena no fue de muerte, sino de exilio a Irkutsk, y Lily lloró mientras veía a Preskovia y los suyos subir al tren que los conduciría a Siberia. A juzgar por lo que dijeron a Wojnicz tiempo después, los Karauloff nunca olvidaron a Lily Boole.

Ya de regreso, Ethel Lilian fundó con Stepniak la Society of Friends of Russian Freedom (Sociedad de Amigos de la Libertad de Rusia), un grupo de anarquistas rusos en el exilio, y editó con él el órgano oficial de la asociación Free Russia (Rusia Libre), una publicación mensual revolucionaria editada por la Russian Free Press Fund (Fundación para la Prensa Libre Rusa). En las reuniones de la casa de Stepniak, Lily conoció a muchos líderes comunistas, anarquistas y revolucionarios. Así trabó conocimiento con el autor del Manifiesto Comunista, Friedrich Engels, fue amiga de Eleonor – la hija de Karl Marx -, departió muchas veces con el soberbio filósofo y escritor sir George Bernard Shaw, se relacionó con los más importantes exiliados rusos como Plejánov, Minski y Luniev, conoció a William Morris y fue amiga y confidente de Oscar Wilde.

De este modo transcurrió la vida de Lily Boole en Londres hasta que, en una fría noche de 1890, unos golpes a la puerta de la casa de Stepniak llamaron su atención. Al abrir, dos jóvenes esperaban ver al dueño de casa.

El reencuentro

El estudiante judío manifestó a Stepniak y a Lily que había encontrado al otro, aparentemente polaco, vagabundeando por East End, y que afirmaba ser un refugiado político escapado de Siberia.

Mientras Stepniak interrogaba a Wojnicz acerca del otro muchacho – al fin y al cabo él debía proteger su seguridad y la de su familia -, Lily observó que el recién llegado no le quitaba los ojos de encima.

En determinado momento, el joven polaco le hizo una extraña pregunta:

- ¿Estaba usted, señorita, frente a la Ciudadela de Varsovia en la mañana del domingo de Pascua de hace tres años, en 1887?

Ella respondió afirmativamente, sorprendida. A continuación, los asombrados presentes se enteraron de que Wylfrid había visto a Lily desde su celda, supieron de las penurias de su condena, ostracismo y fuga, de su relación con los Karauloff en Irkutsk, y de los saludos que Preskovia había enviado a Lily en caso de que Wojnicz consiguiese llegar a casa de Stepniak.

Más tarde y a solas, Lily supo también que su imagen – vestido negro, cabello rubio – nunca se había apartado de la mente de aquel joven, y que el recuerdo de la belleza entrevista apenas, como una imagen soñada pero nunca perdida, lo había acompañado a través de su penosa historia de miedos, persecuciones, hambre, y soledad.

Se casaron un año más tarde.



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