viernes, 30 de enero de 2015

El Dinosaurio Morado (por Jon Ronson)




El dinosaurio morado

(Fragmento de Los Hombres Que Miraban Fijamente a las Cabras, de Jon Ronson, 2004)



A unos 500 metros del sitio donde tienen encerradas a las cabras en Fort Bragg, hay un gran edificio gris y moderno con un letrero en frente que dice:

«Compañía C 9º Batallón OO.PP. H-3743.»

Se trata de las oficinas centrales de Operaciones Psicológicas del ejército de Estados Unidos.

En mayo de 2003, la gente de Operaciones Psicológicas puso en práctica una pequeña parte de la filosofía del Primer Batallón de la Tierra, detrás de una estación de ferrocarril abandonada en la aldea iraquí de al-Qaim, en la frontera con Siria, poco después de que el presidente Bush anunciara «el fin de las hostilidades principales».

La historia comienza con una reunión entre dos ciudadanos estadounidenses: un periodista deNewsweek de nombre Adam Piore y un sargento de Operaciones Psicológicas, Mark Hadsell.

Adam, en un todoterreno militar de Operaciones Psicológicas, dejó atrás al-Qaim, los puestos de control de la Coalición y la señal de carretera con el nombre del pueblo, que había recibido varios tiros y había quedado en un estado tan ruinoso que ahora sólo se leía en ella «Q m». El vehículo se detuvo frente a una comisaría. Era el segundo día de Adam en Iraq. No sabía prácticamente nada del país. Se moría de ganas de orinar, pero temía ofender a alguien si vaciaba la vejiga delante de la comisaría o en los arbustos. ¿Qué protocolo había que seguir al orinar en público en Iraq? Adam le planteó su duda al soldado de Operaciones Psicológicas que iba sentado a su lado en el coche. Al fin y al cabo, era el deber de su unidad entender y explotar la psique y las costumbres del enemigo.

- Hágalo sobre la rueda delantera -le indicó el soldado a Adam.

Así que Adam bajó del todoterreno, y fue entonces cuando el sargento de Operaciones Psicológicas Mark Hadsell se le acercó y amenazó con matarlo.

Adam me contó este incidente dos meses después, en las oficinas deNewsweek en Nueva York. Estábamos en la sala de juntas de la planta superior, cuyas paredes estaban decoradas con ampliaciones de portadas recientes cicla revista: un fundamentalista islámico con la cara tapada y con un arma de fuego bajo el titular POR QUÉ NOS ODIAN, y el presidente y la señora Bush en el jardín de la Casa Blanca, bajo el titular DE DÓNDE EXTRAEMOS NUESTRA FUERZA. Adam tiene veintinueve años, aunque aparenta menos, y temblaba ligeramente mientras me refería lo sucedido.

- Así es como conocí al tipo -dijo. Se rio-. Me dijo: «¿Quieres que te peguen un tiro?», así que rápida mente me subí la bragueta…

- ¿Sonreía cuando lo dijo? -pregunté.

Me imaginé al sargento Hadsell, fuera quien que fuese, desplegando una sonrisa amplia y amistosa, mientras le preguntaba a Adam si quería que le pegaran un tiro.

- No -respondió Adam-. Sólo dijo: «¿Quieres que le peguen un tiro?»

Adam y el sargento Hadsell terminaron haciendo buenas migas. Compartían litera en el centro de mando del escuadrón de Operaciones Psicológicas en la estacion abandonada de al-Qáim, e intercambiaban películas en DVD.

- Es un tipo muy belicoso -comentó Adam-. El comandante del escuadrón lo llamaba Psicópata Seis, porque siempre estaba dispuesto a entrar en acción con todo un arsenal. ¡Ja! Me dijo que una vez apuntó con un arma alguien y apretó el gatillo, pero el arma no estaba cargada y el tipo se meó en los pantalones. No sé por qué me eontó eso, pues yo no le veo la gracia. De hecho, me parece retorcido y me da mal rollo.

- ¿Y a él le parecía gracioso? -le pregunté a Adam.

- Creo que sí, que le parecía gracioso -contestó-. Si, era un asesino entrenado por el ejército norteamericano para matar.

Los habitantes de al-Qaim no sabían que Bagdad había caído en manos de las tropas de la Coalición, así que el sargento Hadsell y su unidad de Operaciones Psicológicas estaban allí para repartir octavillas que explicaban esta noticia. Adam iba con ellos, con el objeto de cubrir «el fin de las hostilidades principales» desde la perspectiva de la gente de Operaciones Psicológicas.Mayo de 2003 fue un mes bastante tranquilo en al-Qaim. A finales de año, las fuerzas estadounidenses sufrirían bombardeos frecuentes en la aldea por parte de la guerrilla. En noviembre de 2003, uno de los hombres de Sadam Husein que dirigió la defensa aérea-el general de división Abed Hamed Mowhoush- moriría mien tras lo interrogaban justo allí, en la estación de tren abandonada. («Fue por causas naturales -aseguraba la declaración oficial del ejército estadounidense-, Mowhoush no tenía la cabeza tapada durante el interrogatorio.»)

Pero, por el momento, todo estaba tranquilo.

- En cierto momento -rememoró Adam-, alguien pasó corriendo y cogió un puñado de octavillas. Hadsell dijo que era esencial que, la próxima vez que pasara eso, encontraran al responsable y lo inflasen a hostias para que no volviera a hacerlo. Seguramente eso tenía algo que ver con su estudio de la cultura árabe. Uno tiene que de mostrar su fuerza.

Una noche, Adam estaba en el centro de mando del escuadrón cuando el sargento Hadsell se le acercó, le guiñó un ojo en un gesto de complicidad y dijo: «Ve a echar un vistazo adonde están los prisioneros.»

Adam sabía que mantenían a los prisioneros encerra dos en un patio detrás de la estación de ferrocarril. El ejercito había instalado allí una hilera de contenedores marítimos, y cuando se aproximaba a ellos, Adam vislumbró una luz muy intensa y parpadeante, y también oyó música. Era el temaEnter Sandman, de Metallica.

De lejos daba la impresión de que habían montado una discoteca extraña y un poco siniestra entre los conté nedores. La música tenía un timbre especialmente meta- lico, y la luz se encendía y apagaba una y otra vez de forma monótona.

Adam avanzó hacia los destellos. Eran muy brillantes. Un soldado norteamericano apuntaba con un foco hacia un contenedor, pulsando repetidamente el interruptor. Enter Sandman retumbaba en el interior y resonaba conviolencia al chocar con las paredes de acero. Adam se quedó mirando durante un rato.

La canción terminó pero volvió a empezar de inmediato.

El soldado joven que sujetaba el foco reparó en la premuna de Adam. Sin dejar de encender y apagar la luz, le divirtió: «Ahora tiene que marcharse.»

- ¡Ja! -me dijo Adam en las oficinas deNewsweek-. Ésa fue la expresión que empleó: «Tiene que marcharse.»

- ¿Echó un vistazo al interior del contenedor? -le pregunté.

- No -respondió Adam-. Cuando el tipo me dijo que tenía que marcharme, me marché. -Hizo una pausa-. Pero lo que estaba pasando ahí dentro es bastante obvio.

Adam llamó aNewsweek desde su teléfono móvil y les refirió rápidamente los episodios que había presenciado. El que más les gustó fue el de Metallica.

- Me dijeron que lo escribiera en tono de humor- recordó Adam-. Querían la lista completa de temas.

Así que Adam se puso a hacer indagaciones. Descubrió que entre las canciones que obligaban a los prisioneros a escuchar a todo volumen, aparte deEnter Sandman, de Melillica, estaban la banda sonora de la película XXX; una cuya letra rezaba «arde, hijo de puta, arde»; y, sorprendentemente, la cancioncilla I Love You de «Barney and Friends», el programa infantil protagonizado por Barney, el dinosaurio morado, además de algunas melodías de «Barrio Sésamo».Adam envió el artículo a Nueva York, donde un redactor de Newsweek llamó a los creadores de Barney para pedirles su opinión al respecto. Lo hicieron esperar, y, mientras tanto, la canción que sonaba en el hilo musical era I Love You, de Barney.

La última frase del artículo, escrito por el redactor do Newsweek, decía: «¡Nosotros también nos vinimos abajo!»

La primera vez que oí hablar de la tortura de Barney fue el 19 de mayo de 2003, cuando hicieron un comentario jocoso al respecto en el programa matinal «Today» de la NBC.

ANN CURRY (presentadora de noticias): Las fuerzas de Estados Unidos en Iraq están utilizando lo que algunos consideran un medio cruel e inhumano para vencer la resistencia de los prisioneros do guerra iraquíes, y, créanme, muchos padres esta rían de acuerdo. A algunos prisioneros los obligan a escuchar a Barney el dinosaurio morado cantar / Love You durante veinticuatro horas seguidas…

La NBC mostró a continuación imágenes de «Barney» en las que el dinosaurio morado bailoteaba entre su pandilla de niños actores siempre sonrientes. Todos los presentes en el estudio se rieron. Ann Curry adoptó un gracioso tono de voz, tipo «pobrecitos prisioneros», para desarrollar la noticia.

ANN CURRY:… según la revista Newsweek. Un agen te de Estados Unidos declaró a Newsweek que había escuchado a Barney durante cuarenta y cinco minutos seguidos y que no quería volver a pasar por eso jamás.

ESTUDIO: [Risas]

Ann Curry se dirigió a Katie Couric, su copresentadora.

ANN CURRY: ¡Katie! ¡Cántala conmigo!

KATIE COURIC [ríe]: ¡No! Supongo que después de una hora más o menos ellos soltarán todo lo que saben, ¿no crees? Pasamos la conexión a Al para que nos hable del tiempo.

AL ROKER (hombre del tiempo): ¡Y si Barney no acaba con ellos, que les pongan a los Teletubbies, que los destrozarán como a cucarachas!

«¡Es el Primer Batallón de la Tierra!», pensé.

No me cabía la menor duda de que la idea de utilizar la música para practicar una forma de tortura mental se había popularizado y perfeccionado en las fuerzas armadasr a raíz de la aparición del manual de Jim. Antes de eso, la música en el ejército estaba restringida al ámbito de las bandas militares; se usaba en desfiles y para dar bríos a las tropas. En Vietnam, los soldados se ponían a todo volumen laCabalgata de las Valkirias de Wagner para segregar adrenalina antes del combate. Pero fue a Jim a quien se le ocurrió la idea de llevar altavoces al campo de batalla para emitir «sonidos discordantes» como «rock ácido desacompasado» para confundir al enemigo, así como de emplear sonidos similares en la sala de interrogatorios.

- ¡Jim! -dije-. ¿Crees que bombardear a los prisioneros con el tema principal de «Barney» es un legado del Primer Batallón de la Tierra?

- ¿ Perdona? -dijo Jim.

- En Iraq están deteniendo gente para luego meterla en un contenedor marítimo y hacerle escuchar música infantil muy alta mientras los enfocan con una luz bri-llante que parpadea -le expliqué-. ¿Se trata de uno de tus legados?

- ¡Sí! -respondió Jim, visiblemente entusiasmado-. ¡Me alegra mucho oír eso!

- ¿Por qué? -pregunté.

- Es evidente que intentan relajar el ambiente -dijo- y proporcionarles algo de comodidad a esas personas, en vez de matarlos a palos. -Suspiró-. ¡Música infantil! ¡De ese modo los prisioneros estarán más dispuestos a revelar las posiciones de sus fuerzas y la guerra durará menos! ¡De puta madre!

Creo que Jim se imaginaba algo más parecido a una guardería que a un contenedor de acero colocado detrás de una estación de tren abandonada.

- Supongo que si les ponen canciones de «Barney» y «Barrio Sésamo» un par de veces -alegué-, tal vez les resulte relajante y los haga sentirse cómodos, pero si los obligan a oírlas cincuenta mil veces, por decir algo, dentro de una caja metálica en pleno calor del desierto, no sería más… esto… torturante?

- No soy psicólogo -repuso Jim, en un tono algo cortante.

Parecía empeñado en cambiar de tema, como si se negara a aceptar el modo en que se estaba interpretando su visión detrás de la estación ferroviaria de al-Qaim. Me recordaba a un abuelo incapaz de concebir que sus nietos pudieran portarse mal.

- Pero el uso de la música… -empecé a decir.

- Eso es lo que hacía el Primer Batallón de la Tierra -me cortó Jim-. Abrió la mente de los militares respecto a la manera de usar la música.

- Así que se trata de conseguir que la gente hable en…¿una qué? -inquirí.

- En una dimensión psico-espiritual -dijo Jim-. Además del miedo a resultar heridos, tenemos un componente mental espiritual y psíquico. ¿Por qué no aprovecharlo? ¿Por qué no actuar directamente sobre la parle del ser que decide si hablar o no?

- ¿O sea que estás seguro, por la medida en que tu Primer Batallón de la Tierra ha calado en las estructuras del ejército, de que ponerles a los iraquíes canciones de « Barney» y «Barrio Sésamo» a todo volumen es uno de sus legados? -le pregunté.

Jim meditó sobre ello por unos instantes y al final contestó:

- Sí.

Christopher Cerf lleva veinticinco años componiendo lemas para «Barrio Sésamo». Su amplia casa de Manhattan está repleta de recuerdos de dicho programa de televisión, como fotografías de Christopher abrazando a la gallina Caponata y cosas por el estilo.

- Bueno, desde luego no es lo que yo esperaba cuando los compuse -admitió Christopher-. He de reconocer que mi primera reacción fue pensar: «madre mía, ¿tan terrible es mi música?»

Me reí.

- Una vez escribí una canción para Epi y Blas titulada Deja el patito de goma. Esa podría ser útil para interrogar ,a miembros del partido Baaz.

- Muy ingenioso -señalé.

- Esta entrevista -prosiguió Christopher- está patrocinada por las letras A, D y M.

- Qué bueno -dije, y los dos nos reímos. Tras una pausa, le pregunté-: ¿Cree que los prisioneros iraquíes, además de revelar información de vital importancia, están aprendiendo el abecedario y los números?

- Bueno, eso sería fantástico; matar dos pájaros de un tiro, ¿no? -dijo Christopher.

Me llevó a su estudio en la planta superior para ponerme una de sus composiciones,Ya! Ya! Das ist a Mountain!

- Así es como hacemos «Barrio Sésamo» -me dijo-: tenemos un equipo de investigadores en pedagogía que ponen a prueba las canciones para ver si funcionan, si los niños aprenden con ellas. Un año me pidieron que compusiera una canción para explicar lo que es una montaña, así que escribí una cancioncilla tontorrona de estilo tirolés sobre las montañas.

Christopher me cantó unos versos de la canción:

¡Umpa pa!
¡Umpa pa!
Ya! Ya! Esto es una montaña!
Una parte del suelo que sube muy alto!

- En fin -prosiguió-. El cuarenta por ciento de los chavales sabía lo que era una montaña antes de escuchar la canción, y en cambio, después de escucharla, sólo un veintiséis por ciento lo sabía. Eso era todo lo que necesitaban. Así que ahora no sabéis lo que es una montaña, ¿verdad? ¡Lo habéis olvidado! Así que supongo que si poseo la facultad de borrar información del cerebro de la gente con estas canciones, tal vez eso le resulte útil a la CIA como técnica de lavado de cerebro.

En ese momento sonó el teléfono de Christopher. Era un abogado de la sociedad de autores a la que pertenecía, BMI. Escuché la parte de conversación de Christopher.

- ¿En serio? -dijo-. Entiendo… Bueno, en teoría tendrían que mantener un registro de eso para que yo reciba unos centavos por cada prisionero, ¿no? Vale. Adiós.

- ¿De qué hablaban? -le pregunté a Christopher.

- De si tengo derecho a cobrar algo en concepto de derechos de autor por la reproducción de las canciones -me aclaró-. ¿Y por qué no? Sería de lo más americano. Si se me da bien escribir temas que vuelven loca a la gente de forma más rápida y eficaz que otros, ¿por qué no he de sacar provecho de ello?

Por consiguiente, unas horas más tarde, Christopher le pidió a Danny Epstein -supervisor musical de «Barrio Sésamo» desde que se emitió el primer programa en julio de 1969- que fuese a su casa. Sería responsabilidad de Danny cobrarles los derechos de autor al ejército si éste no cumplía con su obligación de presentar una lista de canciones utilizadas.

Durante cerca de una hora, Danny y Christopher intentaron calcular exactamente cuánto dinero debía cobrar este último si, como él suponía, sus temas se reproducían en un bucle continuo dentro de un contenedor marítimo durante un período de hasta tres días seguidos.

- Serían catorce mil veces o más en tres días -dijo Christopher-. Si se tratara de emisiones por radio, me darían tres o cuatro centavos cada vez que sonara la canción, ¿verdad?

- Sería una máquina de hacer dinero -convino Danny.

Eso es lo que estoy pensando -dijo Christopher-. Estaríamos ayudando a nuestro país y forrándonos a la vez.

- No creo que tengan suficiente presupuesto para pagar esos porcentajes -señaló Danny-. Si yo negociara en nombre de la ASCAP (Sociedad de Compositores, Autores y Editores de Estados Unidos), creo que pediría el porcentaje correspondiente a un tema ojingle, para dejárselo a precio de liquidación…

- Lo cual resulta muy apropiado pues, por lo que parece, prácticamente están liquidando a los prisioneros con la música -comentó Christopher.

Los tres nos reímos.

La conversación parecía oscilar incómodamente entre la ironía y el deseo auténtico de hacer dinero.

- Y eso es por sólo una sala de interrogatorios -dijo Danny-. Si hay una docena de salas, estamos hablando de pasta gansa. ¿Esto está patrocinado?

- Buena pregunta -dijo Christopher-. Está patrocinado por el Estado, creo. ¿Cobro más si lo está que si no lo está?

- ¿Acaso le ofreceríamos una tarifa especial al Mossad? -replicó Danny.

Prorrumpimos en carcajadas.

- Creo que deberíamos cobrar derechos de autor-dijo Christopher-. Si yo hubiera compuesto las canciones di rectamente para el ejército, me los habrían pagado, ¿o no?

- No -respondió Danny-. Sería un trabajo poi encargo. Habrían contratado tus servicios.

- Pues en este caso no han contratado mis servicios -observó Christopher.

- No estoy tan seguro -dijo Danny-. Como duda daño estás obligado a trabajar para el ejército si te lo pide.

- Pues podrían haberme pedido que me ofreciera voluntario -dijo Christopher.

Se había puesto más serio. Danny se quitó las gafas y se frotó los ojos.

- Exigir una compensación por el uso de tu música en época de crisis -dijo al cabo de un momento- me parece un poco mezquino.

Y entonces los dos rompieron a reír a mandíbula batiente.

A finales de agosto de 2003, tras un largo intercambio de faxes y mensajes de correo electrónico, y después de que varias oficinas de seguridad del Pentágono y la embajada de Estados Unidos diesen su visto bueno, la gente de Operaciones Psicológicas accedió a mostrarme su colección de CDs.

Adam Piore, el periodista deNewsweek, había dicho que la lista de canciones que les ponían a todo volumen a los prisioneros la habían elaborado en el cuartel general de Operaciones Psicológicas. La colección estaba guardada en una serie de cabinas de radio situadas en un edificio bajo de ladrillos en medio de Fort Bragg, a unos 500 metros de donde, según los rumores, se encontraba Labo Cabras. Yo miraba constantemente por las ventanas con la esperanza de divisar alguna cabía aturdida o renqueante, pero no había ninguna a la vista.

Para empezar, los de Operaciones Psicológicas me enseñaron sus CDs de efectos sonoros.

- Son sobre todo un instrumento de engaño -me dijo el sargento que hizo las veces de guía durante esa parte del día- concebido para que las fuerzas enemigas crean estar oyendo algo que no existe.

Un CD de efectos de sonido llevaba una etiqueta que rezaba: «Loca diciendo: "Nunca le has caído bien a mi marido."»

- Compramos todo un lote -me explicó el sargento, y nos reímos.

«Muchos caballos que pasan galopando», decía otra etiqueta. Nos reímos de nuevo y comentamos que eso habría sido útil hace 300 años, pero hoy en día no.

Entonces me puso un sonido que sí tenía vigencia: «Ruidos de tanques.»

El rumor sordo de tanques hizo vibrar la cabina de radio. Era como si vinieran de todas direcciones a la vez. Según el sargento, en ocasiones los de Operaciones Psicológicas se escondían detrás de una colina que se alzaba al este del enemigo y reproducían a todo volumen esos ruidos, mientras los tanques de verdad se acercaban más sigilosamente por el oeste.

Luego me enseñó sus CDs de música árabe («Nuestros analistas y especialistas están familiarizados con todo aquello que pueda ser relevante desde el punto de vista popular y cultural, y nosotros compramos la música para ganarnos a la población»), y luego su colección de discos de Avril Lavigne y Norah Jones.

- ¿De qué forma puede utilizarse a Avril Lavigne en países hostiles? -pregunté.

Se produjo un silencio.

- En algunas partes del mundo la música occidental es popular -respondió-. Intentamos mantenernos al día.

- ¿Quién selecciona las canciones? -quise saber.

- Nuestros analistas -dijo-, en colaboración con nuestros especialistas.

- ¿De qué países? -pregunté.

- Prefiero no entrar en detalles sobre eso.Mi visita guiada por la sede de Operaciones Psicoló gicas fue un torbellino de actividad bien orquestado, como el que se habría organizado para un dignatario o un congresista. Los soldados de Operaciones Psicológicas saben diseñar octavillas, grabar discos compactos, manejar altavoces, tomar fotografías y acudir a su puesto para la visita oficial.

Me enseñaron sus estudios de radio y televisión, así como su archivo, cuyos estantes estaban repletos de cintas de vídeo con etiquetas como «Bahía de Guantánamo». Me llamó la atención un póster que recordaba a la gente de Operaciones Psicológicas cuáles eran sus funciones oficiales: «Llamamientos a la rendición. Control de multitudes. Engaño táctico. Hostigamiento. Guerra no convencional. Defensa interna en el extranjero.»

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